Nos encontramos en un estado de excepción, aunque dentro de la normalidad capitalista. La razón estatal no sabe de excepciones sino de reglas. No es el fin del mundo. Y no es necesario entrar en una suspensión de la reflexión o de la acción por causas de fuerza mayor.
El capitalismo es una catástrofe cotidiana. Sin embargo, presenta como un grave problema únicamente aquello a lo cual pretende dar solución de manera inmediata. Lo que ya ha naturalizado como inevitable pasa a formar parte de su normalidad. Por eso, todas las propuestas que no se propongan luchar contra el capitalismo no aspiran más que a gestionar su catástrofe.
Entre los hechos asumidos de esta sociedad está el “dato” que 8.500 niños mueren en el mundo cada día de desnutrición según las estimaciones de Unicef, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. Se escribe rápido, cuatro dígitos… pero es un espanto indescriptible. ¿No es suficiente para desesperarse? ¿Para pensar que esta sociedad no va más? ¿No significa eso que hay que cambiarlo todo? ¿No deja finalmente en evidencia el mundo en que vivimos? ¿O acaso tiene que llegar una pandemia a las ciudades donde habitamos quienes tenemos la voz para quejarnos y los medios para asombrarnos y reclamar?
Evidente y lamentablemente, desde hace ya mucho tiempo, esas muertes por hambre ya no son una excepción. Esas cifras parecen aún más abstractas por la distancia geográfica, y de todo tipo, que tenemos con el continente africano, sede indiscutible del hambre mundial. Allí el capitalismo explota no solo mediante el salario como suele ser acá, sino particularmente con trabajo semiesclavo, a la vez que despojando y destruyendo de manera brutal.
La pandemia comenzó afectando principalmente países que son importantes centros de la producción capitalista: China, Italia, España, Estados Unidos, amenazando con paralizar la producción y circulación de mercancías al extenderse mundialmente, y provocar además el colapso del sistema sanitario.
Es precisamente por haber alcanzado tales regiones, con población productiva que accede a sistemas médicos y hospitalarios, por lo que se volvió tan alarmante. Sin embargo, la mayoría de las personas nos hallamos fuera de ese circuito, y ligadas escasamente a trabajos formales.
Cabe recordar que la sociedad capitalista es la sociedad del trabajo asalariado y el trabajo doméstico no directamente remunerado, así como el trabajo esclavo en la República Democrática del Congo o en el norte de Argentina. No hay un lado bueno y un lado malo, son aspectos necesarios para el funcionamiento de la normalidad capitalista.
Por otra parte, cabe preguntarnos cómo es posible que con semejante parate de la actividad económica productiva los bancos se siguen enriqueciendo. A falta de vacuna para el COVID-19 la Reserva Federal de los Estados Unidos, por ejemplo, inyectó miles de millones de dólares para calmar los mercados y evitar que la pandemia amenace el crecimiento. Estados Unidos ha bajado sus tipos de interés hasta el 0% anual.
Hoy el capitalismo se sostiene en base a la producción incesante de capital ficticio, de deudas y todo tipo de inyecciones financieras que le permiten continuar. La burguesía comienza a ser consciente de la ficción y por tanto este miedo generalizado dominante no es más que el miedo de la clase dominante.
Volviendo a nuestra más palpable y macabra realidad global aclaramos, de ser necesario, que no estamos menospreciando esta pandemia que nos azota. Una situación no quita ni opaca la otra, para peor, se potencian. No existe el “privilegio” de tener coronavirus en Italia frente a la posibilidad de morir de hambre en Burundi. Pero sí vemos que algunos muertos valen más que otros, lo que no debe perderse de vista al analizar un problema que se supone global.
Mientras escribimos esto, la pandemia comienza a acechar a la India. Allí el confinamiento obligatorio tendrá sus propias características por tratarse del segundo país más poblado del mundo, y porque según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) al menos el 90% de la fuerza laboral en India trabaja en el sector informal.
La pandemia del coronavirus, el pánico que se ha apoderado de la población y su tocante cuarentena son una experiencia viva compartida por millones de personas. El colectivo Chuang, en su artículo Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China, señala que «la cuarentena es como una huelga vaciada de sus características comunales pero que es, sin embargo, capaz de provocar un profundo choque tanto en la psique como en la economía. Este hecho por sí solo la hace digna de reflexión». Con este número especial de La Oveja Negra queremos contribuir a la necesaria reflexión sobre la situación que estamos atravesando.