Rostros de pánico, impotencia o incredulidad. Gritos entrecortados.
Cámaras que se mueven. Grabaciones caseras. Esbirros uniformados
humillando, insultando, abusando, pegando… Un rápido vistazo a las redes
sociales, youtube e incluso la prensa “seria” nos deja una buen
muestrario del circo de los horrores con el que los brazos armados del
poder nos están deleitando. Con especial énfasis en los barrios más
empobrecidos y hacia las corporalidades más desprotegidas.
Lamentablemente famosos son ya los cotidianos abusos en barrios como el
madrileño de Lavapiés o el Bilbotarra de San Francisco. Pero ahora vamos
a pasearnos por un muestrario de la degradación y el control menos
sutil fuera de nuestras fronteras. Asumiendo, claro está, que esta es
solo la cara más dura de la democracia, que cuando el monopolio del uso
de la fuerza se coloca en manos del estado, cuando el uso de la
violencia sólo está legitimado, tanto judicial como éticamente, por los
pistoleros del poder, la impunidad y el abuso están a la orden del día.
Militares patrullando las calles, poderes especiales otorgados a
presidentes (como al de Hungría, que se le permite legislar a partir de
ahora sin contar con el parlamento). Extensión desmesurada de medidas de
videovigilancia (170.000 en Moscú), sistemas electrónicos para permitir
o denegar la salida y entrada en casa (China) o la localización
permanente vía móvil como en Israel, medida que pronto tendremos aquí
también a través de la aplicación contra el coronavirus y por la cesión
de datos de antena de las telefónicas al INE.
“Si me entienden por las buenas, perfecto; si no, me han dado el poder
para que lo entiendan por las malas”.
Con esta frase inició el máximo responsable de la policía argentina la
campaña proconfinamiento, que incluye palizas (con niñxs de 12 años como
eventuales protagonistas), vejaciones varias (flexiones, bailes
ridiculizantes), etc. Todo esto documentado en repugnantes videos, al
igual que en otros países de Centro y Sudamérica. En el caso de Ecuador
ha sido la propia policía la que ha difundido imágenes en las que agrede
con látigos, palos o cinturones a viandantes, con el objetivo de
amedrentar.
Más duras han sido, quizá, las palabras del presidente filipino. Que,
rifle de asalto en mano, aseguró que se dispararía a matar contra
cualquiera que incumpliese la cuarentena.
En India se está rociando a los trabajadores con insecticidas. Gases
lacrimógenos y más palos en Kenia (donde está reportada, al menos, la
muerte de un niño de 12 años).
En Turquía van a excluir de la excarcelación de 10.000 reclusxs a todxs
lxs acusadxs por delitos de terrorismo (prisionerxs políticxs, en la
práctica).
En Rusia se han suspendido temporalmente la excarcelación de 230.000
personas, a la vez que se ha suspendido el servicio de paquetería en
todo el país, lo que deja a lxs prisionerxs en una situación de
desamparo total.
Todos estos retazos de infamia, sin contar la violencia per se que este
sistema está ejerciendo contra la mayoría de los habitantes del
planeta, dan cuenta del lugar que pretenden que ocupemos en las
sociedades que nos imponen, de hecho, en varios de estos países los
cadáveres empiezan a amontonarse en las aceras.
… A veces dan ganas de sacar las catanas.