No hay nada nuevo en que la vida social se desarrolle a distancia. Durante mucho tiempo se ha convencido a la gente de que la mejor manera de comunicarse y relacionarse es mediante el uso de un dispositivo. Las prótesis del ser humano, el smartphone y similares, han transformado la forma de estar juntos, de estar informados, de aprender, de comunicarse, de escribir y de leer.
El siguiente paso es la robotización de la vida, la técnica que impregna cada lugar, cada aspecto de la vida cotidiana. Una superación de la naturaleza y lo natural en favor de los seres y lugares artificiales.
Tal escenario no necesita vida social, no necesita relaciones, emociones, pensamientos, sólo necesita orden, disciplina, regulación, máquinas. Quizás el Dominio intente dar un paso adelante y utilizar un problema de salud, la propagación de un virus, para conseguir una disciplina generalizada, el resto vendrá solo. Nos recuerda a la ciencia ficción, pero los estados tienen herramientas con siglos de antiguedad a las que recurrir sin tener que acudir a lo desconocido.
El distanciamiento social impuesto por las leyes, que prohíben los besos y abrazos, y la supresión de la mayoría de las actividades sociales, recuerda a los estados de excepción, que imponen reglas de vida social que deben obedecerse para evitar ser denunciadx o detenix. Y, en efecto, el establecimiento de zonas rojas y puestos de control, la restricción de la libertad de circulación, la obligación de aislamiento domiciliario para quienes procedan de zonas consideradas infectadas y controladas por la policía, pero sobre todo la prohibición de las reuniones, es decir, de las reuniones públicas, es la gestión policial de un problema sanitario. No sorprende que en las diez normas recomendadas por el Estado italiano para evitar la propagación del virus, se prevea que en caso de fiebre, se deba contactar primero con lxs Carabinieri. Los estatutos de emergencia son las medidas previstas también en situaciones de conflicto insurreccional, como ocurrió recientemente en Chile.
El Estado decreta por ley que lxs ciudadanxs son de su propiedad y puede disponer de ellxs como considere oportuno. No se imponen estados de excepción por cuestiones de salud ni por el bienestar de la población, sino para hacer que las normas se introyecten, para inculcar disciplina. De hecho, la forma más segura de obtener obediencia es sembrar el terror, el miedo. Crear ansiedad y pánico, divulgando contínuamente los datos, haciendo todo sensacionalista y excepcional. El miedo es una práctica de guerra y tortura, así como de gobierno, y en esto, los estados también están especializados. La guerra ha vuelto a cobrar importancia a la fuerza, después de haber sido alejada durante muchos años. Hoy en día la guerra está aquí, en todas partes. Los jefes de estado se declaran en guerra contra un enemigo bastante singular: un virus, que no es su verdadero adversario u objetivo, sino sus propios súbditos. Por eso, quizás el asunto más importante en juego sea mantener vivo el pensamiento crítico, sin restarle importancia a nada. Después de haber industrializado y devastado la naturaleza , desertificado el pensamiento (de la mano de la enonomia), ahora se están anulando los sentimientos. Sin besos, sin abrazos.
Sin embargo, si el Dominio nos quiere totalmente dependientes de él, si el Estado cancela la vida social y en parte la económica, significa que no necesitamos al Estado. Que podemos autoorganizar nuestras iniciativas, nuestras formas de educación, nuestras economías, nuestros entretenimientos. Y en este caso, tampoco necesitamos a la ciencia ficción, sino experiencia, memoria, voluntad y coraje.
Una de las caminos nos lo sugieren lxs presxs que luchan en las cárceles italianas, a quienes éste estado de emergencia pretende enterrar vivxs.
Que la normalidad sea interrumpida, sí, pero por la revuelta.
Biblioteca Anárquica Desordine, Lecce (Italia)