Era 26 de Febrero del 2019 cuando, tras una redada a anarquistas, escribíamos:
« Hoy, en plena idiocracia, un pensamiento (“no se puede hacer la revolución sin matar”) pronunciado en privado (pero interceptado por algún micro) y además por terceros, es utilizado públicamente para justificar el arresto de de algunos anarquistas en la provincia de Trento. ¿Culpables de qué? ¿De acoger en tu propria casa a alguien que ha expresado en voz alta un razonamiento lógico completamente obvio? No, no se puede hacer la revolución sin matar. Así como no se puede hacer una tortilla sin romper huevos. ¿Entonces? Hacer comentarios como este no te convierte en un asesino ni un chef. Tal banalidad solo puede ser considerada como prueba por investigadores bimbiminkia [del italiano niño y chorra], puesta en primera página por periodistas bimbiminkia, puede indignar sólo a ciudadanos bimbiminkia. Delito del pensamiento creado por la fuerza de la ignorancia.
¿Y hasta qué punto es anticuado el hombre con su dignidad, si quienes pretenden ejercer nada menos que la Justicia encuentran sospechoso y criminal tratar de defender su vida privada contra una curiosidad continua, persistente y descarada (no hipotética)? No basta con hacer el trabajo de policía, hay que tener la cabeza y el corazón de un policía para no entender que cualquier intromisión en la vida privada de los demás es insoportable. Si no, ¿por qué 1984 se considera una novela sobre una sociedad totalitaria de pesadilla? Al fin de cuentas, sus habitantes eran libres de obedecer al régimen; después de todo, si no hacían nada malo, no tenían nada que temer de esa incesante vigilancia; después de todo, para evitar terminar en la habitación 101 sólo tenían que asentir a cada decisión tomada desde arriba. ¿Cuánta idiotez es necesaria para no entender que quienes pretenden gobernar a otros deben ser transparentes si quieren esperar que se les crea en sus propias y desinteresadas intenciones, ya que la transparencia del comportamiento que se exige a quienes son gobernados no es más que un control policial totalitario? Es cierto que, sometido por programas de televisión diarios que habitúan a espiar la intimidad de otras personas y abrumado por las ansiedades telemáticas de compartir, la pretensión del control omnipresente se da casi por descontada.
Como todo está unido con todo, literalmente todo se está pudriendo ante nuestros ojos y narices, volviendo el aire letal. La mezquindad política va acompañada de la miseria social, que va acompañada de la miseria económica, que va acompañada de la miseria emocional, que va acompañada de la devastación ecológica, que va acompañada de la mediocridad artística, que va acompañada de la ineptitud filosófica, que va acompañada de…
A lo largo de esta pendiente, ¿qué ha sido de la especie humana? Permanecer aferrado a la propia antigüedad humana es un dulce consuelo, no un gran estímulo. Resistencia sin ataque. Para remontar esa pendiente — es más, para superarla y apuntar al firmamento — interrumpir el suministro de la ignorancia es lo mínimo que se puede planear y comenzar a llevar a cabo ».
Ha pasado poco más de un año. Ya no sólo estamos en plena idiocracia, sino también en una declarada pandemia viral. Una combinación mortal ya que se sabe que uno de los efectos del terror es paralizar (lo que queda de) el pensamiento. No, no se intenta remontar esa pendiente, se sigue descendiendo hacia el abismo — y cada vez más rápido.
El control omnipresente se ha convertido en pocas semanas ya no una simple reclamación policial, sino en una verdadera medida legal-sanitaria aprobada e introyectada por una gran parte de la población mundial, cuya podredumbre ética ha llegado a la auto-reclusión voluntaria, a la delación de quienes osan tomar el sol al aire libre, al linchamiento de los corredores. Si hasta el siglo pasado los seres humanos estaban dispuestos a luchar y morir para tomar y defender su libertad, hoy en día están dispuestos a renunciar a ella para sobrevivir. Listo para aceptar salir de casa sólo humillándose con una autocertificación escrita. Listo para aceptar ser controlado en cada mínimo movimiento. Listo para aceptar rendir cuentas por cada una de tus decisiones. Listo para aceptar ser vigilado por drones, ser rastreado por dispositivos electrónicos, ser marcado con vacunas o microchips… En eso se ha convertido la especie humana.
Por lo tanto, no sorprende demasiado la noticia de la enésima redada de anarquistas, que tuvo lugar el 14 de mayo pasado por orden de la Fiscalía de Bolonia. Esta vez los investigadores tampoco han dejado de hacer alarde de una sinceridad descarada en cuanto a sus motivaciones. Si hace un año no tenían ningún escrúpulo en declarar que para acabar en su punto de mira bastaba con que otra persona expresara en tu casa un pensamiento que no les guste, hoy — después de haber precisado tranquilamente que sólo uno de los doce indagados (siete de ellos arrestados) es responsable del principal delito específico perseguido — terminan su comunicado de prensa con estas palabras: « En este marco, la intervención, además de su carácter represivo para los delitos impugnados, asume un valor preventivo estratégico destinado a evitar que en ulteriores momentos de tensión social, derivados de la particular situación de emergencia descrita, se produzcan otros momentos de “campaña de lucha contra el estado” más general [sic!] objeto del citado programa criminal de matriz anárquica ».
Lenguaje claro y preciso, aunque leñoso, como en los viejos tiempos. Parece que en Italia Mussolini no fue en absoluto el inventor de los arrestos preventivos, que ya habían sido aplicados por el gobierno (del futuro antifascista) Nitti en enero de 1920 en vísperas de una huelga de los trabajadores del ferrocarril. Los instigadores fueron sacados de sus casas antes de que comenzaran los disturbios. El régimen totalitario fascista no hizo más que repetir, extender y consolidar esta práctica ya en uso, enviando a las personas a confinamiento o haciendo que los fanáticos fueran arrestados no por algo que hubieran cometido, sino por lo que podrían haber cometido. El régimen totalitario democrático actual, que ya ha confinado a todos sus súbditos en su casa con el pretexto de una epidemia, debe recurrir a la prisión para aplicar esta misma intervención de reconocido “valor estratégico preventivo”: cuando el clima social es el de un barril de pólvora, quien muestre cierta pasión por las cerillas debe ser neutralizado. No después, ni durante, sino antes, posiblemente mucho antes de que estalle el fuego. Golpea a algunos para advertir a muchos. Punto y aparte, sin argucias ni pedanterías jurídicas.
Habiendo masacrado toda libertad individual mínima — y de los derechos constitucionales mediante tantas proclamas — entre el elogio o la comprensión de casi todas sus víctimas, ¿qué queréis que suponga para el poder hacer una incursión en los círculos subversivos destinada a reprimir lo que se es y no lo que se ha hecho? ¿Quién queréis que sea consciente de esto, aparte de los compañeros de los detenidos, ya sean directos o transversales? ¿Quién pretendemos que se cabree, los ciudadanos silenciados por la máscarillas y cegados por el desinfectante?
Bueno, al menos la franqueza mostrada por los investigadores tiene algún valor. Explicando sus motivos, también mostraron cuáles son sus preocupaciones. Digamos que las han dejado entrever, intuirlas, concebirlas.. Para conocerlas a fondo, habrá que observarlas más de cerca, tocarlas, iluminarlas. Tal vez con una cerilla.
[16/5/20]
Finimondo