“Es la historia de un hombre que cae de un edificio de 50 pisos.
Para tranquilizarse mientras cae al vacío no para de decirse:
Hasta ahora todo va bien.
Hasta ahora todo va bien.
Hasta ahora todo va bien…
Pero lo importante no es la caída,
es el aterrizaje”
Como en la metáfora de la película francesa de La haine, vivimos en un
mundo que venía condenado al desastre. La destrucción continuada de los
ecosistemas para extraer materias primas, la degradación sistemática de
la corteza terrestre por los monocultivos y la agroindustria, la
expulsión o aniquilación de especies, la transformación de los océanos
en estercoleros, los daños irreversibles en la capa de ozono… han tenido
un avance exponencial en los últimos años. Nos han encaminado hacia una
más que evidente transformación, para mal, de la vida en la tierra.
Al mismo tiempo, hemos generado sociedades aniquiladoras de lo
diferente, enemigas del riesgo y la aventura. Perpetuadoras de
jerarquías y autoridades Esclavas de un sistema económico que prima el
discurrir de la mercancía por encima de todo. El beneficio como única
ideología. En las que lo virtual se impone a lo real. La simulación a la
experiencia.
Estas últimas semanas se iniciaron campañas en lugares como Italia o
España en la que se pedía a niñxs que dibujasen carteles con arcoíris y
el mensaje “todo va a salir bien” o “andrá tutto bene” para luego
colgarlos en los balcones o edificios públicos. Lamentablemente, este
iluso e inocente mensaje implica complacencia con todo lo anterior, un
anhelo de regreso a una realidad autodestructiva para las personas y
perjudicial para nuestro entorno.
Y todo esto lo hemos ido acompañando con una autoinculpación,
considerando a los individuos como culposos agentes responsables de la
transmisión de un virus, cuando es evidente que las enfermedades no se
convierten en pandemias por el hacer de unas cuantas personas, se
necesitan, y desde luego se dan y se daban, una serie de condiciones de
infraestructura (como el hacinamiento en grandes ciudades, por ejemplo),
ambientales, de movimiento, etc
Asumimos, entonces, los mandatos en tono paternalista y patriarcal, de
quedarnos en casa por nuestro bien y el de lxs demás. Pero cuando se nos
prohíbe ir solxs, o con las personas con las que compartimos casa, por
la calle, ¿estamos respondiendo a criterios médicos o de orden público?
Mientras, aplaudamos en los balcones y colguemos carteles… pero quizá no
va a ir bien. Es posible, incluso, que hagamos lo que hagamos no vaya a
ir bien. Las posibilidades de recuperación del planeta son infinitas, no
lo es tanto, sin embargo, que en este resurgir tras las cenizas podamos
seguir existiendo como especie. Pero no vamos a negarnos el placer de
disfrutar de este trayecto, aunque sea el último. Vamos a enfrentar,
pelear, experimentar, imaginar… Señalar y golpear a lxs responsables de
esta realidad y alejarnos con nuestras prácticas de su perpetuación.
Otro mundo es posible, decían los clásicos eslóganes izquierdistas, otro
final del mundo es posible, es la consigna que no nos queda más remedio
que adoptar, y lo hacemos con pasión. Muchxs sin esperanza, pero con la
llama en los ojos de cuando estás tan cerca que puedes asomarte al
abismo.