Las pandemias del capital

Es difícil escribir un texto como este ahora. En el contexto actual, en el que el coronavirus ha quebrado ―o amenaza con hacerlo pronto― las condiciones de vida de muchos de nosotros, lo único que deseas es salir a la calle y prenderle fuego a todo, con la mascarilla si hace falta. La cosa lo merece. Si la economía está por encima de nuestras vidas, tiene sentido retrasar la contención del virus hasta el último momento, hasta que la pandemia es ya inevitable. También tiene sentido que cuando ya no se puede parar el contagio y hay que perturbar ―lo mínimo imprescindible― la producción y distribución de mercancías, seamos nosotros a los que se despide, a los que se fuerza a trabajar, a los que se sigue confinando en cárceles y CIEs, a los que se les obliga a elegir entre la enfermedad y el contagio de los seres queridos o a morirse de hambre en la cuarentena. Todo esto con los vítores patrios y el llamamiento a la unidad nacional, con la disciplina social como el mantra de los verdugos, con los elogios al buen ciudadano que agacha la cabeza y calla. Lo único que deseas en momentos como este es reventarlo todo.

Y esa rabia es fundamental. Pero también lo es comprender bien por qué está sucediendo todo esto: comprenderlo bien para pelear mejor, para luchar contra la raíz misma del problema. Comprenderlo para cuando todo estalle y la rabia individual se convierta en potencia colectiva, para saber cómo utilizar esa rabia, para terminar realmente, sin cuentos, sin desvíos, con esta sociedad de miseria.

 

El virus no es sólo un virus

Desde sus comienzos, la relación del capitalismo con la naturaleza (humana y no humana) ha sido la historia de una catástrofe interminable. Ello está en la lógica de una sociedad que se organiza a través del intercambio mercantil. Está en la misma razón de ser de la mercancía, en la que poco importa su aspecto material, natural, sólo la posibilidad de obtener dinero por ella. En una sociedad mercantil, el conjunto de las especies del planeta están subordinadas al funcionamiento de esa máquina ciega y automática que es el capital: la naturaleza no humana no es más que un flujo de materias primas, un medio de producción de mercancías, y la naturaleza humana es la fuente de trabajo que explotar para sacar del dinero más dinero. Todo lo material, todo lo natural, todo lo vivo está al servicio de la producción de una relación social ―el valor, el dinero, el capital― que se ha autonomizado y necesita transgredir los límites de la vida permanentemente.

Pero el capitalismo es un sistema preñado de contradicciones. Cada vez que intenta superarlas, sólo aplaza e intensifica la crisis siguiente. La crisis social y sanitaria creada por la expansión del coronavirus concentra todas ellas y expresa la putrefacción de las relaciones sociales basadas en el valor, en la propiedad privada y en el Estado: su agotamiento histórico.

A medida que este sistema avanza, la competencia entre capitalistas impulsa el desarrollo tecnológico y científico y, con él, una producción cada vez más social. Cada vez lo que producimos depende menos de una persona y más de la sociedad. Depende menos de la producción local, arraigada a un territorio, para ser cada vez más mundial. También depende cada vez menos del esfuerzo individual e inmediato y más del conocimiento acumulado a lo largo de la historia y aplicado eficazmente a la producción. Todo esto lo hace, sin embargo, manteniendo sus propias categorías: aunque la producción es cada vez más social, el producto del trabajo sigue siendo propiedad privada. Y no simplemente: el producto del trabajo es mercancía, es decir, propiedad privada destinada al intercambio con otras mercancías. Dicho intercambio está posibilitado por el hecho de que ambos productos contienen la misma cantidad de trabajo abstracto, de valor. Esta lógica, que constituye las categorías básicas del capital, es puesta en cuestión por el propio desarrollo del capitalismo, que reduce la cantidad de trabajo vivo que requiere cada mercancía. Automatización de la producción, expulsión de trabajo, caída de las ganancias que pueden obtener los capitalistas de la explotación de ese trabajo: crisis del valor.

Esta profunda contradicción entre la producción social y la apropiación privada se concreta en toda una serie de contradicciones derivadas. Una de ellas, que hemos desarrollado más ampliamente en otros momentos, da cuenta del papel de la tierra en el agotamiento del valor como relación social. El desarrollo del capital tiende a crear una demanda cada vez más fuerte del uso del suelo, lo cual hace que su precio ―la renta de la tierra― tienda a aumentar históricamente. Esto es lógico: cuanto más se incrementa la productividad, más desciende la cantidad de valor por unidad de producto y, por tanto, más mercancías hay que producir para obtener las mismas ganancias que antes. Como cada vez hay menos trabajadores en la fábrica y más robots, mayor volumen de materias primas y recursos energéticos requiere la producción. La demanda sobre la tierra, por tanto, se intensifica: megaminería, deforestación, extracción intensiva de combustibles fósiles son las consecuencias lógicas de esta dinámica. Por otro lado, la concentración de capitales conduce a su vez a concentrar grandes masas de fuerza de trabajo en las ciudades, lo que empuja a que la vivienda en las ciudades suba de precio permanentemente. De ahí también las peores condiciones de vida en las metrópolis, el hacinamiento, la contaminación, el alquiler que se come una parte cada vez más grande del salario, la jornada laboral que se prolonga indefinidamente por el transporte.

La agricultura y la ganadería se encuentran de cara a estos dos grandes competidores por el suelo, el sector ligado al aprovechamiento de la renta urbana y el ligado a la extracción de materias primas y energía. Si las explotaciones agrícolas o ganaderas se encuentran en la periferia de la ciudad, quizá su parcela de tierra sea más rentable para la construcción de un edificio de viviendas, o de un polígono industrial al que conviene por logística la proximidad a la metrópoli. Si están más alejadas, pero su trozo de tierra contiene minerales útiles y demandados en la producción de mercancías o, peor aún, alguna reserva de hidrocarburos, tampoco podrán realizarse en ese terreno que el capital destina a fines más suculentos[1]. Si quieren mantenerse en el lugar y seguir pagando la renta, habrán de incrementar la productividad como hacen los capitalistas industriales. Tienen además el aliciente del aumento incesante de bocas urbanas que alimentar. La agroindustria es la consecuencia lógica de esta dinámica: sólo incrementando la productividad, utilizando maquinaria automatizada, produciendo en monocultivos, haciendo un uso cada vez mayor de químicos ―fertilizantes y pesticidas en la agricultura, productos farmacéuticos en la ganadería―, incluso modificando genéticamente plantas y animales, podrán producirse las ganancias suficientes en un contexto en el que la renta de la tierra aumenta sin cesar.

Todo esto es necesario para enmarcar la emergencia de pandemias. Como muy bien explican los compañeros de Chuang, el coronavirus no es un hecho natural ajeno a las relaciones capitalistas. Porque no se trata sólo de la globalización, es decir, de las posibilidades exponenciales de expansión de un virus. Es la propia forma de producir del capital la que fomenta la aparición de pandemias.

En primer lugar, para poder hacer más rentables la agricultura y la ganadería es necesario implantar formas de producción mucho más intensivas, mucho más agresivas para el metabolismo natural. Cuando se hacinan muchos miembros de una misma especie ―los cerdos, pongamos por caso, una de las posibles fuentes del COVID-19 y la fuente segura de la gripe A (H1N1) que apareció en 2009 en Estados Unidos― en granjas industriales, su modo de vida, su alimentación y la aplicación permanente de fármacos sobre sus cuerpos debilita su sistema inmunológico. No hay resiliencia en el pequeño ecosistema que constituye una población muy numerosa de la misma especie, comprometida inmunológicamente y hacinada en espacios reducidos. Más aún, este ecosistema es un campo de entrenamiento, un lugar predilecto para la selección natural de los virus más contagiosos y virulentos. Tanto más si dicha población tiene una alta tasa de mortalidad, como ocurre en los mataderos, puesto que la rapidez con que es capaz de transmitirse el virus determina su posibilidad de sobrevivir. Sólo es cuestión de tiempo que alguno de estos virus consiga transmitirse y persistir en un huésped de otra especie: un ser humano, por ejemplo.

Ahora digamos que este ser humano es un proletario y vive, como los cerdos de nuestro ejemplo, hacinado en una vivienda poco salubre con el resto de su familia, va al trabajo hacinado en un vagón de tren o en un autobús donde cuesta respirar cuando llega la hora punta y tiene un sistema inmunológico debilitado por el cansancio, la mala calidad de la comida, la contaminación del aire y del agua. El ascenso permanente del precio de la vivienda y el transporte, los trabajos cada vez más precarios, la mala alimentación, en definitiva, la ley de la miseria creciente del capital hacen también muy poco resiliente a nuestra especie.

También la búsqueda de una mayor rentabilidad y competitividad de la agricultura en el mercado mundial tiene sus efectos en la proliferación de epidemias. Tenemos un buen ejemplo en la epidemia del Ébola que se extendió por toda el África occidental en 2014-2016, a la que precedió la implantación de monocultivos para el aceite de palma: un tipo de plantación por la que los murciélagos ―la fuente de la cepa que produjo el brote― se sienten muy atraídos. La deforestación de la selva, en virtud no sólo de la explotación agroindustrial sino también de la tala maderera y de la megaminería, fuerza a muchas especies animales ―y a algunas poblaciones humanas― a internarse aún más en la selva o mantenerse en sus proximidades, exponiéndose a portadores del virus como murciélagos (Ébola), mosquitos (Zika) y otros huéspedes reservorio ―es decir, portadores de patógenos― que se adaptan a las nuevas condiciones establecidas por la agroindustria. Además, la deforestación reduce la biodiversidad que hace de la selva una barrera para las cadenas de transmisión de patógenos.

Aunque la fuente más probable del coronavirus se sitúa en la caza y venta de animales salvajes, vendidos en el mercado de Hunan en la ciudad de Wuhan, esto no está desconectado del proceso descrito más arriba. A medida que la ganadería y la agricultura industrial se extienden, empujan a los cazadores de alimentos salvajes a penetrar cada vez más en la selva en busca de su mercancía, lo que aumenta las posibilidades de contagio con nuevos patógenos y por tanto de su propagación en las grandes ciudades.

 

El rey desnudo

El coronavirus ha desnudado al rey: las contradicciones del capital son vistas y sufridas en toda su brutalidad. Y el capitalismo es incapaz de gestionar la catástrofe que se deriva de estas contradicciones, porque sólo puede escaparse de ellas resolviéndolas momentáneamente para que estallen con mayor virulencia más tarde.

Para identificar esta dinámica, esencial a la historia del capitalismo, podemos fijar la mirada en la tecnología. La aplicación del conocimiento tecnocientífico a la producción es quizá uno de los rasgos que más han caracterizado este sistema. La tecnología es usada para aumentar la productividad con el fin de extraer una ganancia por encima de la media, de tal manera que la empresa que produce más mercancías que sus competidores con el mismo tiempo de trabajo puede elegir entre reducir un poco el precio de las mismas para ganar espacio de mercado o mantenerlo y ganar algo más de dinero. Sin embargo, en cuanto sus competidores aplican mejoras semejantes y todos tienen el mismo nivel de productividad, los capitalistas se encuentran con que en lugar de obtener plusganancias, tienen todavía menos ganancias que antes, porque tienen más mercancías que colocar en el mercado ―lo que en condiciones de competencia baja su precio― y menos trabajadores que explotar en proporción. Es decir, lo que se había presentado en un primer momento como una solución, la aplicación de la tecnología para aumentar la productividad, se convierte rápidamente en el problema. Este movimiento lógico es permanente y estructural en el capitalismo.

El desarrollo de la medicina y de la farmacología sigue ese mismo movimiento. El capitalismo no puede evitar, desde sus más puros comienzos, enfermar a su población. Sólo puede intentar desarrollar el conocimiento médico y farmacológico para comprender y controlar las patologías que él mismo favorece. Sin embargo, en la medida en que las condiciones que nos hacen enfermar no desaparecen, sino que incluso aumentan con la crisis cada vez más pronunciada de este sistema, el papel de la medicina se invierte y puede funcionar como un carburante para la enfermedad. El uso de antibióticos no sólo en la especie humana, sino también en la ganadería, fomenta la resistencia de las bacterias y anima la aparición de cepas cada vez más difíciles de combatir. Ocurre de manera semejante con las vacunas para los virus. Por un lado, suelen llegar tarde y mal en la emergencia de una epidemia, dado que la propia lógica mercantil, las patentes, los secretos industriales y la negociación de las empresas farmacéuticas con el Estado retrasan su pronta aplicación en la población infectada. Por otro lado, la selección natural hará que los virus tengan que estar cada vez más preparados para superar estas barreras, favoreciendo la aparición de nuevas cepas para las que no se conocen todavía vacunas. El problema, por tanto, no está en el desarrollo del conocimiento médico y farmacológico, sino en que mientras se sigan manteniendo unas relaciones sociales que producen permanentemente la enfermedad y facilitan su rápida expansión, este conocimiento sólo animará la aparición de cepas cada vez más contagiosas y virulentas.

De la misma forma que el desarrollo tecnológico y médico encubre una fuerte contradicción con las relaciones sociales capitalistas, así ocurre también con la contradicción entre el plano nacional e internacional del propio capital.

El capitalismo nace ya con un cierto carácter mundial. Durante la Baja Edad Media se fueron desarrollando redes de comercio a larga distancia que, , sumadas al nuevo impulso de la conquista del continente americano, permitieron la acumulación de una enorme masa de capital mercantil y usurario. Ésta serviría de trampolín a las nuevas relaciones que estaban emergiendo con la proletarización del campesinado y la imposición del trabajo asalariado en Europa. La peste negra que asoló el continente europeo en el siglo XIV fue precisamente fruto de esta mundialización del comercio, produciéndose a partir de comerciantes italianos provenientes de China.  Lógicamente, el sistema inmunológico de las diferentes poblaciones en aquella época estaba menos preparado para sufrir enfermedades de otras regiones, y la intensificación de los lazos a nivel mundial iba a facilitar una expansión de epidemias tan grande como amplias fueran las redes comerciales. Son un buen ejemplo de ello las epidemias que llevarían los colonos y que acabarían con la mayoría de la población indígena en grandes zonas de América.

Sin embargo, estas redes de comercio mundiales sirvieron, de manera paradójica y contradictoria, para animar la formación de burguesías nacionales. Dicha formación fue pareja al esfuerzo de varios siglos por homogeneizar un solo mercado nacional, una sola lengua nacional, un solo Estado, y con ellos dos siglos en los que se sucedería una guerra tras otra sin cesar, hasta el punto de que no hubo apenas unos años de paz en Europa durante los siglos XVI y XVII. El carácter mundial del capital es inseparable de la emergencia histórica de la nación y, con ella, del imperialismo entre las naciones.

Este doble plano en permanente contradicción, el estrechamiento de los lazos a nivel mundial con el arraigo nacional del capitalismo, se expresa con toda su fuerza en la situación actual con el coronavirus. Por un lado, la globalización permite que patógenos de diversos orígenes puedan migrar desde los reservorios salvajes más aislados a los centros de población de todo el mundo. Así, por ejemplo, el virus del Zika se detectó en 1947 en la selva ugandesa, de donde recibe su nombre, pero no fue hasta que no se desarrolló el mercado mundial de la agricultura y Uganda pasó a ser uno de sus eslabones que el Zika pudo llegar al norte de Brasil en 2015, ayudado sin lugar a dudas por la producción en monocultivo de soja, algodón y maíz en la región. Un virus, por cierto, que el cambio climático ―otra consecuencia de las relaciones sociales capitalistas― está ayudando a extender: el mosquito portador del Zika y del dengue ―el mosquito tigre en sus dos variantes, el Aedes aegypti y el Aedes albopictus― ha llegado ya a zonas como España debido al calentamiento global. Además, la internacionalización de las relaciones capitalistas es exponencial. Desde la epidemia del otro coronavirus, el SARS-CoV, entre 2002 y 2003 en China y el sudeste asiático, la cantidad de vuelos provenientes de estas regiones a todo el mundo se ha multiplicado por diez.

Así pues, el capitalismo promueve la aparición de nuevos patógenos que su carácter internacional extiende con rapidez. Y sin embargo es incapaz de gestionarlos. En la pugna imperialista entre las principales potencias no cabe la coordinación internacional que requieren unas relaciones sociales cada vez más globales y, menos aún, la coordinación que está requiriendo ya esta pandemia. El carácter inherentemente nacional del capital, por muy mundializado que se quiera, implica que los intereses nacionales en el contexto de la lucha imperialista prevalecen frente a todo tipo de consideración internacional para el control del virus. Si China, Italia o España retrasaron hasta el último momento la toma de medidas, como más tarde lo hicieron Francia, Alemania o Estados Unidos, es precisamente porque las medidas necesarias para contener la pandemia consistían en la cuarentena de los infectados y, llegada cierta tasa de contagio, en la paralización parcial de la producción y distribución de mercancías. En un contexto en el que se iba larvando ya desde hacía dos años la crisis económica que estalla ahora, en plena guerra comercial entre China y Estados Unidos y en el curso de una recesión industrial, este parón no se podía permitir. La decisión lógica de los funcionarios del capital fue entonces la de sacrificar la salud y unas cuantas vidas entre el capital variable ―seres humanos, proletarios― para aguantar un poco más el tirón y mantener la competitividad en el mercado mundial. Que se haya revelado no sólo ineficaz sino incluso contraproducente no exime de lógica a esta decisión: a una burguesía nacional, sensible sólo a las subidas y bajadas de su propio PIB, no puede tampoco pedírsele una filantropía internacional. Eso hay que dejárselo a los discursos de la ONU.

Y es que la gran contradicción que ha señalado el coronavirus es esa: la del PIB, la de la riqueza basada en capital ficticio, la de una recesión constantemente postergada a base de inyecciones de liquidez sin ningún fundamento material en el presente.

El coronavirus ha desnudado al rey, y ha mostrado que en realidad nunca salimos de la crisis de 2008. El mínimo crecimiento, el posterior estancamiento y la recensión industrial de los últimos diez años no han sido más que la respuesta apenas sensible de un cuerpo en coma, un cuerpo que sólo ha sobrevivido gracias a la emisión permanente de capital ficticio. Como explicábamos antes, el capitalismo se basa en la explotación del trabajo abstracto, sin el cual no puede obtener ganancias, y sin embargo por su propia dinámica se ve empujado a expulsar trabajo de la producción de manera exponencial. Esta fortísima contradicción, esta contradicción estructural que alcanza sus categorías más fundamentales, no puede ser superada sino agravándola para más tarde mediante el crédito, es decir, el recurso a la expectativa de ganancias futuras para seguir alimentando la máquina en el presente. Las empresas de la «economía real» no tienen otra forma de sobrevivir que huir permanentemente hacia adelante, obtener créditos y mantener altas las acciones en bolsa.

El conoravirus no es la crisis. Simplemente es el detonante de una contradicción estructural que venía expresándose desde hace décadas. La solución que los bancos centrales de las grandes potencias dieron para la crisis de 2008 fue seguir huyendo y utilizar los únicos instrumentos que tiene la burguesía actualmente para afrontar la putrefacción de sus propias relaciones de producción: masivas inyecciones de liquidez, es decir, crédito barato a base de la emisión de capital ficticio. Este instrumento, como es natural, apenas sirvió para mantener la burbuja, puesto que ante la ausencia de una rentabilidad real las empresas utilizaban esa liquidez para recomprar sus propias acciones y seguir endeudándose. Así, hoy en día la deuda en relación al PIB mundial ha aumentado casi un tercio desde 2008. El coronavirus simplemente ha sido el soplo que ha tirado la casa de naipes.

Al contrario de lo que proclama la socialdemocracia, según la cual nos encontraríamos en esta situación porque el neoliberalismo ha dejado vía libre a la avaricia de los especuladores de Wall Street, la emisión de capital ficticio ―es decir, de créditos que se basan en unas ganancias futuras que no llegarán nunca a producirse― es el necesario órgano de respiración artificial de este sistema basado en el trabajo. Un sistema que, sin embargo, por el desarrollo de una altísima productividad, cada vez tiene menos necesidad de trabajo para producir riqueza. Como explicábamos anteriormente, el capitalismo desarrolla una producción social que choca directamente con la propiedad privada en que se basa el intercambio mercantil. Nunca hemos sido tan especie como ahora. Nunca hemos estado tan vinculados mundialmente. Nunca la humanidad se ha reconocido tanto, se ha necesitado tanto a nivel mundial, independientemente de lenguas, culturas y barreras nacionales. Y sin embargo el capitalismo, que ha construido el carácter mundial de nuestras relaciones humanas, sólo puede afrontarlo afirmando la nación y la mercancía y negando nuestra humanidad, sólo puede afrontar la constitución de nuestra comunidad humana mediante su lógica de destrucción: la extinción de la especie.

 

Hobbes y nosotros

Una semana antes de que se escribiera este texto, en España decretaron el estado de alarma, la cuarentena y el aislamiento de todos nosotros, salvo si es para vender nuestra fuerza de trabajo. Medidas semejantes se tomaron en China e Italia, y se han tomado ya a estas alturas en Francia. Solos, en nuestra casa, a una distancia de un metro de cada persona que encontramos en la calle, la realidad misma de la sociedad capitalista se hace presente: sólo podemos relacionarnos con los otros como mercancías, no como personas. Quizá la imagen que mejor expresa esto son las fotografías y los vídeos que han circulado por las redes sociales con el comienzo del aislamiento: miles de personas hacinadas en vagones de tren y de metro de camino al trabajo, mientras los parques y las vías públicas están vedadas a toda persona que no pueda presentar una buena excusa a las patrullas policiales. Somos fuerza de trabajo, no personas. El Estado lo tiene muy claro.

En este contexto, hemos visto aparecer una falsa dicotomía basada en los dos polos de la sociedad capitalista: el Estado y el individuo. En primer lugar fue el individuo, la molécula social del capital: las primeras voces que se hicieron oír ante la alerta del contagio fueron las del sálvese quien pueda, las de muéranse los viejos y allá cada uno, las de las culpas de unos a otros por toser, por huir, por trabajar, por no hacerlo. La reacción primera fue la ideología espontánea de esta sociedad: no se puede pedir a una sociedad que se construye sobre individuos aislados que no actúe como tal. Frente a esto y al caos social que estaba produciéndose, hubo un alivio general ante la aparición del Estado. Estado de alarma, militarización de las calles, control de las vías de comunicación y transporte salvo para lo que es fundamental: la circulación de mercancías, incluida en especial la mercancía fuerza de trabajo. Ante la incapacidad de organizarnos colectivamente frente a la catástrofe, el Estado se revela como la herramienta de administración social.

Y no deja de ser eso. Una sociedad atomizada necesita de un Estado que la organice. Pero esto lo hace reproduciendo las causas de nuestra propia atomización: las de la ganancia frente a la vida, las del capital frente a las necesidades de la especie. Los modelos del Imperial College de Londres predicen 250.000 muertes en Reino Unido y hasta 1,2 millones en Estados Unidos. Las predicciones a nivel mundial, contando con el contagio en los países menos desarrollados y con una infraestructura médica mucho más precaria, llegarán previsiblemente a varios millones de personas. La epidemia del coronavirus, sin embargo, podría haberse detenido mucho antes. Los Estados que han sido foco de la pandemia han actuado como tenían que hacerlo: poniendo por encima las ganancias empresariales durante al menos unas semanas más, frente al coste de millones de vidas. En otro tipo de sociedad, en una sociedad regida por las necesidades de la especie, las medidas de cuarentena tomadas a su debido tiempo podrían haber sido puntuales, localizadas y rápidamente superadas. Pero no es así en una sociedad como esta.

El coronavirus está expresando en toda su brutalidad las contradicciones de un sistema moribundo. De todas las que hemos intentado describir aquí, esta es la más esencial: la del capital frente a la vida. Si el capitalismo se está pudriendo por su incapacidad de enfrentar sus propias contradicciones, sólo nosotros como clase, como comunidad internacional, como especie, podemos acabar con él. No es una cuestión cultural, de conciencia, sino una pura necesidad material que nos empuja colectivamente a luchar por la vida, por nuestra vida en común, contra el capital.

Y el momento para hacerlo, si bien sólo es el inicio, ya ha empezado. Muchos estamos ya en cuarentena, pero no estamos aislados, ni solos. Nos estamos preparando. Como los compañeros que se han levantado en Italia y en China, como los que llevan ya un tiempo de pie en Irán, Chile o Hong Kong, nosotros vamos hacia la vida. El capitalismo se está muriendo, pero sólo como clase internacional, como especie, como comunidad humana, podremos enterrarlo. La epidemia del coronavirus ha derribado la casa de naipes, ha desnudado al rey, pero sólo nosotros podemos reducirlo a cenizas.

19 de marzo de 2020

 

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[1] La sustitución de los combustibles fósiles por energías renovables no resuelve el problema, todo lo contrario: las renovables requieren superficies mucho más grandes para producir niveles inferiores de energía.

Frente a la Sagrada Familia del capital, defendamos nuestra vida a través del antagonismo social

En este artículo pretendemos afrontar las cuestiones que se desprenden del actual estado de alarma que ha decretado el gobierno de Pedro Sánchez en España, junto a las medidas que ha anunciado el martes 17 de marzo. Vivimos en tiempos de profunda crisis social, una crisis sanitaria que, al mismo tiempo, se combina con una crisis económica, de cambio climático, psicológica, política, etc. En realidad estamos ante la crisis de un mundo que esta empezando a colapsar, que está agotando su tiempo histórico: es el mundo del capital. Es la crisis del capital.  

 

¿Unidad nacional? ¿En defensa de quién?

Se nos dice que la enfermedad y el contagio no conoce de clases, de ideologías, de razas, que ataca a todos por igual y que tenemos que reaccionar juntos, con unión, con disciplina social, como españoles, porque somos miembros de una gran nación. Todos los partidos políticos están unidos. Más allá de las diferencias de matices por necesidades de márketing político, sindicatos, empresarios y bancos defienden las medidas del gobierno. Todos a una, porque estamos en el mismo barco, nuestra patria, contra un enemigo común, el coronavirus. No nos vencerá, nos dicen. Al final de estos meses todo volverá a la presunta normalidad de antes, a la normalidad del capital. Pedro Sánchez repite con obsesión, cada poco tiempo, que esto es solo una crisis coyuntural.

La burguesía está asustada.

Tiene miedo.

Y tiene razones para ello.

Además actúan de modo dividido según los lugares. Hay gobiernos que de modo tardío tomaron decisiones centralizadas, como el capital chino, y otros como Italia o España que tardaron todavía más en reaccionar e imponer el aislamiento parcial de las poblaciones. Están reaccionando con retraso a la difusión de la enfermedad porque lo que les preocupa de verdad, como explicaremos más tarde, es la salud de la economía del capital. En Francia las medidas son mucho más recientes. Ni siquiera pararon las elecciones municipales del domingo 15 de marzo, y en el Reino Unido y Estados Unidos parece que apuestan por una solución malthusiana, o sea, que muera quien tenga que morir (aunque probablemente tengan que dar marcha atrás). Mientras tanto el virus se extiende por todo el mundo, llega a América Latina y a África. El virus se propaga a la velocidad de la circulación de las mercancías y de los capitales.

Todos hemos podido ver las contradicciones en que entra el estado de alarma del gobierno PSOE-Podemos. Se nos dice que lo que les preocupa es la salud de la gente y, sin embargo, millones de personas salen a trabajar cotidianamente. Y es que las necesidades del capital son las que marcan las necesidades de la sociedad en la que vivimos. La utilidad de las cosas viene marcada por su precio, por la rentabilidad económica que genera para las empresas. No hay ninguna utilidad humana en fabricar coches, pero sí una utilidad social que es la que rige en primera instancia, la del capital. Si no se fabrican coches, disminuye el beneficio de estas empresas y se ven obligadas a cerrar. Con eso aumenta el paro y la dificultad de los proletarios obligados a reproducir su fuerza de trabajo y su vida.

¿Qué queremos resaltar con esto? Que vivimos en un mundo dominado por el capital y por el valor. Y esto entra completamente en la forma en que se está afrontando la crisis en curso. Cuando decimos que el capital es la raíz de la crisis no estamos diciendo algo superficial. Lo que afirmamos es que la máquina impersonal que es el valor es la que fomenta con su lógica omnívora el nacimiento de cada vez más virus, por cómo tiende a colonizar cada vez más rincones del planeta y por cómo desarrolla la industria cárnica intensiva. Al mismo tiempo, enfrenta la expansión de estas epidemias desde su lógica, por lo que trata de mantener en lo posible el esqueleto de la producción y reproducción de las actividades económicas.

¿Cuál sería una forma adecuada de preservarnos frente a este tipo de virus? Tratar de reducir drásticamente la producción social, acabar con estas megalópolis sin límite que son hoy las ciudades, un control de los consumos que satisfaga las necesidades humanas básicas, el fin de la escuela como instrumento de adoctrinamiento y disciplina social, el fin del sometimiento de las personas hacia las máquinas, la abolición de las empresas, etc. Estamos enumerando algunas de las medidas que establece el Programa revolucionario inmediato que desarrolló Bordiga en la reunión de Forlí de 1952, medidas a aplicar durante el proceso revolucionario para la transición hacia el comunismo integral. Son las que necesitaríamos aplicar como humanidad para afrontar no solo la crisis del coronavirus, sino más en general la catástrofe cada vez más brutal a la que nos empuja el agotamiento de la sociedad capitalista. Se trata en última instancia de medidas que detengan la movilidad social, es decir, la movilidad de los capitales y de las mercancías. Hace falta un plan en defensa de la especie: este plan, este programa en defensa de la especie, así como el movimiento real que tiende a imponerlo aboliendo el estado de cosas presente, es lo que llamamos comunismo.

El capital es incapaz de ello porque su sustancia social, aquello que le da vida, es el trabajo abstracto, el trabajo asalariado. Esta es otra lección que podemos desprender con seguridad de esta experiencia. Sin trabajo asalariado el funcionamiento de las empresas quiebran, las actividades económicas colapsan, la sociedad se descompone. El capital no es sino valor hinchado de valor, es decir, dinero que se transforma en más dinero por medio de la explotación del trabajo abstracto, que es la sustancia social que iguala a todas las mercancías entre sí. Esta conclusión es también muy importante porque nos ayuda a sacar una nueva conclusión: es imperativa la abolición del trabajo asalariado, la de una sociedad que gira en torna a actividades que, desde un punto de vista humano, carecen de sentido, pero que son necesarias para dar vida a este zombie global e impersonal que es a día de hoy el capital.

A partir de lo dicho podemos tener claro que el virus no es un “cisne negro”, como defienden los estrategas del capital y sus economistas. Es decir, no es un elemento extraño que atenta contra un sistema que gozara de buena salud. Es un virus fomentado por la propia dinámica del capital (como otros que han venido y otros que vendrán) y que se mueve a la velocidad de la circulación de capitales. Esto es muy importante para entender la oposición y el antagonismo firme que tenemos que tener frente a todos los discursos ideológicos que nos venden desde todos los gobiernos, cuando nos dicen que estamos todos en el mismo barco.

Nunca ha sido así y nunca será así. Vivimos en una sociedad atravesada por antagonismos sociales brutales, donde los intereses del capital y su maximización de beneficios se enfrentan con aquellos que vendemos nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir, y que nos encontramos suspendidos en el aire si alguien no “compra” nuestra fuerza de trabajo, siempre reducidos a instrumentos del engranaje capitalista, de su máquina impersonal, cosificados en nuestras necesidades humanas. Entonces, sí, estamos hablando del antagonismo entre proletariado y capital. Es desde este antagonismo desde el que tenemos que defender nuestras necesidades humanas.

No se cansan de decir que se trata de una guerra y que hay que estar unidos. Es la misma estrategia que se utiliza en todas las guerras imperialistas. Es la estrategia de convertirnos al proletariado en carne de cañón para la defensa de sus intereses, de los intereses del capital. En esta crisis se puede ver perfectamente lo que decía Marx: los gobiernos no son sino «el consejo de administración del capital general». Es la función la que determina el órgano y, en este caso, su función es permitir la respiración no de la personas, sino del capital y sus movimientos, movimientos que están dando muestras de una peligrosa parálisis. De ahí que estén asustados.

Como decíamos, su estrategia es convertirnos en carne de cañón, como hicieron con nuestros hermanos proletarios en otras guerras, en nombre de la unidad nacional, de una lucha por un bien mayor (el del capital) y de promesas de victoria frente al presunto enemigo (en este caso el coronavirus).

En nombre de esta Sagrada Familia, de esta unidad nacional, cientos de miles de trabajadores y trabajadoras están trabajando en call centers, en fábricas, en oficinas o supermercados, hacinados en el transporte público, atrapados en autopistas, o en filas de mesas y sillas, sin apenas espacio, desde donde siguen obligados a someterse y ejercer la productividad debida al capital. Y es que ya sabemos que esta sociedad ofrece dos alternativas: o enfermar o ser echados a la calle y volver a estar suspendidos en el aire.

Y qué decir de los CIEs, donde miles de proletarios de otros países se encuentran hacinados por el delito de querer mejorar su vida, o de los presos en las cárceles, que viven un confinamiento de sus vidas (y no durante unas semanas), hacinados a la espera de que se propague el contagio.

O sea que la unidad proclamada no es sino las esposas que nos unen a unos intereses que no son los nuestros y a un barco (el capital) que empieza a hundirse.

Por eso son tan importantes las luchas que han estallado en fábricas como Mercedes de Vitoria, de Iveco o Renault en Valladolid o los motines como en el CIE de Aluche en Madrid, y que suceden a otras luchas que ya habían estallado en otras fábricas italianas. No somos carne de cañón para el capital. Este presupuesto, la defensa de nuestras necesidades humanas, es una premisa fundamental para el futuro. Y es que el futuro que tenemos por delante es el de una catástrofe de dimensiones cada vez más bestiales, provocada por el agotamiento histórico del capitalismo como sistema global y total de dominio.

Algo muy diferente de lo que nos prometen los gobernantes de la izquierda del capital. En uno de sus discursos de estos últimos días, Pedro Sánchez repite mil veces que es solo una crisis coyuntural, es solo una crisis coyuntural, es una crisis coyuntural… Como si repetir ayudase en algo. En realidad esta pandemia global se une a la crisis más general del valor en la sociedad del capital (la expulsión de trabajo vivo por los procesos de automatización y la caída general de la tasa de ganancia), a las revueltas sociales en curso y que han protagonizado el 2019 y a las transformaciones climáticas en marcha. Todo ello tiene un vector común, el capital y sus movimientos un antagonista natural, las revueltas proletarias en curso; y una solución a la que se puede dirigir el curso histórico actual, el comunismo como un plan de vida para la especie, una distribución adecuada que satisfaga las necesidades humanas por fuera de las lógicas homicidas del capital. Vivimos tiempos interesantes, tiempos históricos, de crisis y de catástrofe, de revueltas y pandemias. La revolución se convierte en este horizonte en una necesidad, un instrumento necesario que vincule la defensa inmediata de nuestras necesidades con el objetivo histórico de una comunidad humana que satisfaga el conjunto de sus necesidades, negadas por el capital.

 

¿Seguridad o nihilismo?

Este tipo de virus, tan contagiosos, se combaten con aislamiento. Ya hemos explicado que este aislamiento va en contra de la esencia del capital, de su movimiento perpetuo e infinito de producción y circulación incesante de mercancías. El Estado pretende realizar esa paralización parcial de la movilidad a través de sus instrumentos: el ejército, la policía, las multas, los castigos y las amenazas. En estos días de estado de alarma vivimos uno de los sueños del capital, el sueño de sus orígenes, que en realidad representa el de su ocaso: la guerra de todos contra todos en el estado de naturaleza, que nos obliga a someternos a un soberano por el vacimiento social y el miedo común, un Leviatán securitario. El aislamiento social, la atomización de moléculas encerradas en hogares separados unos de otros, ese vaciamiento social es colmado por el Estado, que quiere convertirse en el corazón y los vasos sanguíneos que unifican la comunidad. Una comunidad ficticia, sin vida propia más allá de la que le pretende conferir el Estado con sus mecanismos de seguridad y de orden, de disciplina social y de represión.

Nosotros no estamos defendiendo frente al Estado y su orden, frente a su estado de alarma, un nihilismo individualista donde cada cual hace lo que le viene en gana independientemente del bien común de la comunidad. Este nihilismo no es sino la otra cara de la moneda de la comunidad ficticia que es el Estado: átomos individuales y que se mueven en todas las direcciones sin un sentido común, como pollos sin cabeza, y el Estado como el único modo de construir un orden social en el que converjan esos átomos. Por eso es una falsa dicotomía, en el capital, la que opone orden y libertad, como la que opone democracia y totalitarismo, España a China.

La democracia es el ser social del capital. En un mundo en que los seres humanos somos mercancías, en el que tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo individual, competimos unos contra otros para obtener la mayor rentabilidad de nuestra mercancía particular frente a otras mercancías. Nuestro ser en común como proletarios, como clase, como posible partido que nace de la defensa de nuestras necesidades inmediatas e históricas, se desdibuja en la atomización de la competencia capitalista que además nos reduce a ser sujetos jurídicos, ciudadanos, aislados unos de otros, que votan una vez cada cierto tiempo, una vez más, aislados. Este es el ser social del capital, que hace del Estado la única posibilidad de un ser en común ficticio que al mismo tiempo que nos aisla como seres humanos, nos comunica de modo incesante y constante como mercancías. Este es nuevamente el gran problema que tiene el capital, en su agotamiento interno, en crisis como ésta. Nos aisla como personas y seres humanos pero nos comunica en cuanto mercancías. El movimiento del capital es el de las personas subordinadas a los movimientos de las cosas y de las máquinas. Aislados unos de otros solo nos comunicamos a través de ellas, de las cosas, en su forma de mercancía. Esto es a lo que Marx se refería cuando hablaba del fetichismo de la mercancía y del capital.

El coronavirus ha puesto sobre la mesa un debate acerca de las formas políticas de los Estados para afrontar esta crisis, reivindicando, en algunos casos, la gestión de Estados más centralizados como China. Para nosotros son secundarios todos estos debates que diferencian de modo sustancial entre regímenes dictatoriales y democráticos, desde la formalidad política, entre China y los parlamentos occidentales. Todos los regímenes modernos son igualmente democráticos y totalitarios. Vivimos en un totalitarismo democrático que expresa a la perfección el ser social del capital, en su esencia individualista (como átomos aislados) y en la tendencia totalitaria a que la mercancía y el Estado invadan toda nuestra vida. Y eso es universal. Es una lección que el capitalismo y sus democracias aprendieron de los fascismos tras 1945, vencidos militarmente pero victoriosos en algunas de sus lecciones con que pretendían insuflar vida al capital en crisis.

Como dicen los compañeros de Chuang vivimos en medio de una huelga general invertida. A diferencia de una huelga general vivimos aislados, por decisión del estado de alarma, pero todos nos estamos haciendo muchas preguntas, preguntas importantes. Estamos viviendo un momento catártico. ¿Por qué estamos encerrados? ¿Será durante mucho tiempo? ¿Cómo será nuestro futuro? ¿Morirán mis seres queridos? ¿Por qué me mandan a trabajar? ¿Qué será de mí al irme al paro? ¿En qué mundo vivimos? ¿Será algo coyuntural? Podemos contestar a alguna de estas preguntas con contundencia, sobre todo a la última: no, no se trata de una crisis coyuntural. El mundo del capital, lentamente pero de modo irreversible, se derrumba, entra en un colapso que no es el que habían vendido los ecologistas y decrecentistas. El capitalismo no desaparece en su colapso, ni se descomplejiza, sino que en su plena catástrofe nos amenaza con la extinción si no somos capaces de acabar con él y organizar un plan de vida para la especie. Todas las posibilidades están dadas en este sentido. No es una utopía. Y al mismo tiempo, estamos lejos, en las conciencias, de ese objetivo histórico, de un horizonte de posibilidad alternativo al capitalismo. Somos materialistas y no ilustrados, sabemos que es de las luchas de clases, que se han desarrollado en el último período y en las que vendrán seguro en el futuro, de donde nacerá esa necesidad histórica y la posibilidad de invertir la praxis del capital. Su praxis es homicida, homicida de los vivos y de los muertos.

 

Capital ficticio y planes burgueses

La crisis del coronavirus acelera y se vincula a la crisis más general del capital. Es muy importante entender esto de cara a las políticas fiscales y monetarias que están implementando los diferentes gobiernos europeos para frenar la actual parálisis económica.

La crisis provocada por el conoravirus invade el cuerpo de un paciente, el capital, que no goza precisamente de buena salud, un enfermo crónico que ha ido empeorando su salud en la última década. El origen de la enfermedad es una metástasis irreversible. El destino es seguro y cierto: la muerte del capital por su agotamiento histórico, por el agotamiento del valor y de su sustancia social, el trabajo. Los tratamientos paliativos empleados, la multiplicación del capital ficticio, alargan la vida del enfermo pero estallan en los momentos de crisis, como se pudo ver en la crisis del 2008 o en la actualidad en los movimientos de las bolsas mundiales. Y que no nos llamen exagerados, más bien lo contrario: somos simples anatomistas de la necrológica del capital. Es la OMS y muchos biólogos quienes nos dicen, por ejemplo, que este virus no es el último ni el más virulento que vendrá a amenazar nuestras vidas en el próximo tiempo histórico.

En este difícil contexto, las medidas aprobadas por los gobiernos no son sino paliativos que pretenden comprar algo de tiempo al futuro, un tiempo sin embargo cada vez más corto. Todo ello mientras se repite obsesivamente que esto es solo una crisis coyuntural, una crisis coyuntural, una crisis coyuntural… Como repite machaconamente Pedro Sánchez. Y bien sabemos que no es así, sino que nos encontramos ante una crisis de oferta (como dirían de manera pedante los economistas burgueses), es decir, una crisis debida a la dificultad de valorización del capital a la que se le añade el parón económico de estas semanas, que acelera y amplifica dicha crisis de oferta. Una crisis de la que no se va a salir con una simple inyección de liquidez, a través de los bancos centrales o de políticas de gasto fiscal, porque el problema son los beneficios que no están generando las empresas estas semanas por la parálisis de buena parte del tejido productivo. Obviamente no estamos afirmando el derrumbe inmediato del capital. Al capitalismo, en su ocaso, le queda aún mucho fuelle. Lo que afirmamos es que estamos entrando en una nueva época, la del agotamiento del capital como relación social, una época marcada cada vez más por las revueltas de nuestra clase y la crisis del capital.

Volviendo a las medidas del gobierno de Pedro Sánchez, en realidad no son tan ambiciosas como han presentado. 200.000 mil millones de euros, de los cuales 117.000 públicos y 83.000 privados. De los recursos públicos, en realidad, no se trata de dinero que invierte directamente el Estado, sino que éste se presentará como un mero avalista en caso de que no se cobren los créditos de las empresas privadas, con lo que se pretende evitar su bancarrota. Y ese es el secreto del plan. En buena medida, se pretende movilizar el crédito para financiar este tiempo de parálisis de la actividad económica privada. Al proletariado se le promete una moratoria del pago de las hipotecas y de los recibos para los sectores más vulnerables (en cualquier caso habrá que seguir pagándolos) y, sobre todo, se facilita de un modo masivo el despido de los trabajadores a través del uso de los ERTEs, aunque las empresas tengan ingentes beneficios. En eso ha quedado el reformismo de Podemos, en dedicarse a jalear como una conquista obrera que millones de trabajadores vayan al paro (con el beneplácito, como no podía ser menos, de sindicatos, patronal y bancos) y que vean reducidos de modo sensible sus ingresos.

Y de eso estamos hablando. De un ataque a las condiciones de vida del proletariado. De eso habla Pedro Sánchez cuando reafirma la importancia de la disciplina social. Ese será el contenido de este plan y de todos los «planes extra sociales» que nos prometen, hablando de un quimérico Plan Marshall o de una reconstrucción europea como la de la postguerra. El tiempo no es reversible, el futuro del capitalismo tiende a la catástrofe. Cuando hayamos superado el virus, como nos prometen, nada volverá a ser como antes. O mejor dicho, seguirá siéndolo, continuará la misma catástrofe capitalista pero de modo creciente y más en crisis. Las estrategias actuales de securización serán aprovechadas por la burguesía, y es que saben que el futuro inmediato en todo el mundo será de revueltas sociales y urbanas por doquier, como ya anticipa el 2019. Muchos de los despidos serán permanentes. La precariedad de los trabajos se profundizará. Los recortes sociales tratarán de financiar los incrementos de la deuda pública y privada.

El futuro nos depara una polarización social cada vez más aguda. Se dibujan dos bloques sociales antagónicos que representan dos modos de producción y de vida opuestos: capitalismo y comunismo. A los comunistas nos corresponde defender teórica y prácticamente la perspectiva comunista de abolición de la mercancía y el valor, de los Estados y de las clases, posibilidad que anida con fuerza en la crisis irreversible del capital. La polarización social creciente creará el terreno fértil del que podrá nacer la posibilidad de ese plan para la especie que satisfaga nuestras necesidades humanas y no las de la valorización del capital.

 

Frente a la Sagrada Familia del capital, defendamos nuestra vida a través del antagonismo social

Reflexiones sobre la huelga de alquileres desde Vancouver

La llamada Vancouver ha sido en los últimos años un lugar de relativa
paz social – la intervención anarquista en las políticas locales ha sido
empujada a las sombras. Tras décadas de agitación y acción
insurreccional, las cosas se apagaron – alguna gente se marchó, sufrió
represión, luchó con el embate diario del capitalismo, o por sus propias
razones dio un paso atrás.  Aún en las sombras es donde florecemos, y
más recientemente la acción y análisis anarquistas han estado ocurriendo
en una fase semi-pública en la llamada Vancouver.
Una de tales iniciativas es la Huelga de Alquileres de Vancouver
(rentstrikevan.ca), un esfuerzo descentralizado para proveer a las
interesadas de recursos para hacer huelga a la par que agitar los fuegos
de la guerra de clases. Surge como resultado del COVID-19, un síntoma de
las interseccionadas e inseparables crisis del capitalismo, la
civilización y el colonialismo.
Agitar por la huelga de alquileres es una escalada de tensión. La fuerza
de la huelga de alquileres  viene de su número así como de la
organización y radicalidad de sus huelguistas -tanto como un mensaje
accesible es necesario para construir una participación masiva, mientras
un mensaje radical es necesario para cultivar e inspirar la acción.
Recordar la necesidad de una diversidad de tácticas y voces lleva al
establecimiento de Huelga de Alquileres Vancouver, que se erige en
contraste con los esfuerzos más reformistas de Vancouver Tenants’ Union.
A pesar de este entendimiento nos encontramos aún caminando en una fina
línea, y luchando por decidir si debemos participar en la política de
producir un discurso respetable. Reconociendo nuestro contexto local, y
la falta de un movimiento anarquista visible, nos hemos tirado a la
piscina y hemos decidido participar, con cautela. Participar en el
activismo nos da la impresión de que nos forzamos a ensombrecer nuestros
sueños más insurgentes y es agotador. Sin embargo, nos encontramos
incapaces de pagar nuestros alquileres, o queremos experimentar el no
pagarlos en tanto que la participación es necesaria. El capitalismo no
sólo nos fuerza a ir a trabajar, sino que parece que es infinitamente
capaz de constreñir nuestros deseos.
Otra tensión surge en torno a la idea de riesgo e identidad. Las huelgas
de alquileres
Another tension emerges around the idea of risk and identity. Las
huelgas de alquileres, por su naturaleza, confrontan el capital y el
proyecto colonial – por lo tanto plantean un riesgo significante para
sus participantes- Simultáneamente, las políticas de riesgo han llevado
a muchas a desacreditarlas. Muchas activistas demandan una huelga que no
ponga a nadie en riesgo, particularmente a las más vulnerables. Mientras
nosotras coincidimos en que es una noble intención, nuestras vidas están
siempre en riesgo – evitarlo es imposible y contendría muchos deseos de
lucha ofensiva. Por supuesto gente diferente, tiene razones muy
legítimas para tener diferentes umbrales de aceptación  del riesgo. Así
que queremos ser explícitas cuando decimos que no podemos garantizar la
seguridad de nadie y cualquier otra persona que lo prometa miente. Con
esto en mente, aquellas que se sientan suficientemente enfadadas o
“seguras” deberían unirse a nosotras y suspender su alquiler el 1 de
Abril.
A través de la huelga esperamos actualizar más los deseos compartidos al
oído entre colegas, los gritos salpicados en los muros de la ciudad y el
odio hacia este sistema impreso en nuestros corazones. Solidaridad con
todas las huelguistas de alquileres. Solidaridad con todos los golpes de
la huelga contra la crisis del capitalismo, colonialismo y civilización.
Solidaridad con aquellas que viven en la calle que no pueden suspender
sus alquileres, aún resistiendo en cada aliento.
Por una creciente revuelta y realización de nuestros deseos.

Madrid: lanzamiento de campaña para la Huelga de Vivienda en Madrid

A partir del 1 de abril, no pagues el alquiler o la hipoteca

Un fantasma recorre el mundo. Un fantasma vírico, de origen biológico y tamaño microscópico, que ha influido de manera notable en nuestras vidas. Le ha quitado la careta al sistema.
Ha conseguido mostrarnos su cara menos edulcorada. Estamos viviendo una situación excepcional, pero esta excepcionalidad que percibimos no nace de las características de la situación, si no de su nivel de intensidad. Siempre hemos estado explotadas
y oprimidas.
Siempre hemos estado explotadas, sometidas al chantaje que supone tener que elegir entre el trabajo asalariado y la miseria, haciéndonos pagar por aquello que necesitamos para subsistir, y acaparando los medios que necesitamos para obtener ese dinero que necesitamos para no morir. Y mientras, vosotras os hacéis ricas a nuestra costa y vivís en la opulencia. Siempre hemos estado oprimidas, y aquellas que hemos intentado salirnos a los márgenes de todo lo que abarcáis, hemos asumido y pagado las consecuencias.

En el estado actual, todo sigue tratando de opresión y explotación. La diferencia es que ahora tenemos militares y policías por las calles ejerciendo violencia con el objetivo de reducirnos a productoras y consumidoras. Solo podemos salir de casa a comprar o trabajar (curiosamente las dos cosas que precisamente mantienen las fortunas de los ricos), y el resto de tiempo en casita, a anestesiarnos delante de una pantalla,
o a aumentar la psicosis sobre el virus gracias a los órganos de propaganda que son los informativos. Os da igual que nos muramos hacinados en un hospital mientras hayamos contribuido a vuestra forma de vida, mientras que vosotras las ricas, habéis hecho negocio con nuestra salud, a la vez que os reser váis los mejores recursos para cuidaros.
Habéis intentado anularnos. Nos habéis prohibido pararnos a hablar por la calle con nuestras vecinas, amigas y compañeras, con la esperanza de debilitarnos y disolver los vínculos que en ocasiones nos ayudan a actuar contra vosotras, que nos ayudan a afrontar vuestros excesos y abusos. Pero no lo habéis conseguido. El apoyo mutuo y la solidaridad son más fuertes que vosotras.
Habéis intentado anularnos. Intentasteis convertirnos en individuos inútiles, despojándonos de nuestra capacidad de actuar y decidir sobre nuestras vidas. Pero no lo habéis conseguido.
Ante esta situación de adversidad, la acción directa y nuestra voluntad individual se han reforzado.
Así que hemos decidido contraatacar. Y el primer paso es dejar de pagar el alquiler. El primer paso es deciros que ya no podéis especular y hacer negocio con nuestras casas, con uno de los requisitos fundamentales que necesitamos para poder sobrevivir
en este mundo de mierda que habéis creado. Se acabaron vuestros beneficios por encima de nuestras vidas. Podamos o no, a partir del 1 de abril, no vais a ver un duro de nuestros alquileres e hipotecas. Y cuando vengáis a por nosotros por no pagaros,
resistiremos en nuestras casas u okuparemos otras nuevas. De esta situación de aumento de opresión y explotación, nosotras salimos reforzadas a través de la acción directa, el apoyo mutuo y la solidaridad. De esta situación de mierda, salimos con ganas de arrebataros todo lo que nos habéis quitado y acaparado para vosotras.

Recupera tu vida, lucha por la anarquía

+ Información:
-Instagram: @HuelgaViviendaM
-Twitter: @HuelgaViviendaM
-FaceBoook: Huelga Vivienda Madrid
-Correo: huelgaviviendamadrid@riseup.net

 

  

Chile: Algunas rápidas palabras desde Refractario ante la pandemia del covid-19

La expansión del covid 19 por el mundo llegó al territorio dominado por el Estado Chileno, la taza de enfermos crece exponencialmente al igual que suponemos crecerá la cifra de muertos.

Lejos de especular sobre sus orígenes y raíces, creemos que es evidente que hoy tenemos que luchar por un lado contra una enfermedad y por otro lado contra las medidas cada vez más restrictivas de control social que buscan imponer los Estados. La realidad en las cárceles no es distinta, asi lo muestran los motines, intentos de fuga y movilizaciones que se han multiplicado al interior de las cárceles, ya que sobrellevar una enfermedad así al interior de las prisiones es en la práctica una condena a muerte.

La revuelta que sacude los cimientos del Estado Chileno a cambiado drásticamente por la fuerza del contexto, no nos sentamos a llorar sino que asumimos la necesidad de saber sortear nuevos escenarios y también mantener la certeza que volveremos a tomarnos las calles.

Desde Refractario el llamado que podemos hacer es a permanecer atentxs a las situaciones al interior de las cárceles: En las prisiones del sur donde se encuentran encarcelados distintos comuneros mapuche, en la cárcel Santiago 1 y la cárcel de San Miguel donde están recluidos la mayoría de lxs prisionerxs de la revuelta, en la Cárcel de Alta Seguridad donde permanecen secuestradxs nuestrxs compañerxs, prisionerxs de la guerra social.

Es probable que la comunicación con ellxs cada vez sea menos fluida, la restricción de visitas y las crecientes prohibiciones así lo avecinan. Estamos aca afuera, estamos con ellxs y atentxs a lo que pueda ocurrir.

Es probable que en la práctica, debido a los impedimentos cada vez más restrictivos para circular por la ciudad y de comunicación, la pagina Refractario decaiga en la actualización de información. Nos esforzaremos por poder mantener la mayor actualización posible dentro de nuestras capacidades. Desde el 2012 que hemos dado inicio y continuidad a este proyecto, manteniéndonos activos en distintos periodos a pesar de distintos obstáculos, nuestra posible ausencia por este periodo se deberá solamente a motivos de fuerza mayor. A penas podamos vamos a volver a mantener nuestra página activa y actualizada como ha sido la tónica durante 8 años..

¡A permanecer atentxs a nuestrxs prisionerxs de la guerra social!

¡Volveremos a las calles!

¡Volveremos a sacar a nuestrxs presxs de las cárceles!

-Refractario-

Marzo 2020

Algunas rápidas palabras desde Refractario ante la pandemia del covid-19

Madrid Cuarentena City: Nueva publicación anarquista desde Madrid

Sale a la luz el primer número de una nueva publicación anarquista en
Madrid, en tiempos de Estado de Alarma, por la extensión de la guerra
social.

Contenido:

-Hacia aguas desconocidas
-Que vuelvan las huelasgas. Que proliferen las okupaciones. Que lleguen
los saqueos
-Sobre el ataque a nuestros lazos
-Crónica de motines, fugas y sucesos en las cárceles y CIES a causa de
la crisis del coronavirus
-¿Volver a dónde? ¿Volver a qué?

Hacia aguas desconocidas

Llevamos más de una semana en estado de emergencia. La capacidad
destructiva del virus no es algo ya cuestionable. Pero nos gustaría
hacer unos apuntes sobre sus consecuencias no clínicas y sobres sus
orígenes.
Si el COVID-19 surgió por un murciélago o por un intento estadounidense,
que se ha ido de las manos, de deshabilitar la economía china, nos
parece poco relevante ahora. Este virus, como otros anteriores en la
historia que masacraron poblaciones enteras en la Amazonía, Mesoamérica,
África y Oceanía, es un fenómeno biológico. Pero el contexto donde nace,
la forma en que se propaga y la gestión de este son cuestiones sociales.
Este virus es el resultado de un sistema que mercantiliza cada proceso,
objeto, relación o ser vivo en la tierra. Extendido rápidamente por la
macroconcentración de mano de obra y corpus consumista de las ciudades,
que se alimenta de la agroindustria y la ganadería intensiva. Un flujo
constante de bienes humanos (5.000 millones de personas vuelan
anualmente alrededor del planeta) a velocidades frenéticas, reflejados
en 200 caracteres y 5000 likes.
Es precisamente este empeño en artificializar todo, hasta nuestras
emociones, basando todo en el beneficio, viendo el mundo a través de una
pantalla, dejando que nuestra mente sea colonizada por la “eficacia”, lo
que nos ha llevado a una pérdida paulatina de lo “humano”, de lo “vivo”.
Facilitando que medidas tan extremas, en las que solo hay dos motivos
para salir de casa (trabajar y consumir) hayan entrado de una manera no
exageradamente traumática. A la vez que se nos plantea como vía de
escape las mismas dinámicas tecnófilas que nos han conducido al
desastre. Si a esto le añadimos el miedo, el gobierno del miedo,
terminamos perdiendo el norte y reinterpretando conceptos como el de
responsabilidad o solidaridad.

Serás tildadx de irresponsable, por ejemplo, si no te sometes al arresto
domiciliario voluntario. Menuda perversión del significado, que no es
otro, en realidad, que el abrazo entre el corazón y la cabeza, entre el
análisis, la decisión y la acción. Con ese grito de “inconsciente”, como
poco, que recibirás desde la ventana si vas, por ejemplo, de la mano con
tu compañerx por la calle, se te está gritando, en realidad, “¡obedece
la norma!”. De la misma manera sucede con las llamadas a la solidaridad
que son traducidas por servidumbre voluntaria colectiva cuando se
convierten en un acrítico #yomequedoencasa.

¿Qué pasa con las cientos de personas que se acumulan en Atocha y y
Chamartín entre 6.30 y 8.30 de la mañana? ¿Por qué no se han paralizado
las obras de construcción de edificios en una ciudad que tiene un
excedente desorbitado de viviendas? ¿Las personas hacinadas en IFEMA no
son personas? ¿Es desquiciante estar una semana encerrada? ¿y pasar 5,
10, 15, 30 años y que ahora no puedas recibir ni una visita, ni un vis a
vis y en muchos casos las llamadas y el correo absolutamente
restringido? Por citar solo algunos hirientes ejemplos.

Para las personas que no tienen hogar ya no es posible una anónima
supervivencia, ya no pueden pasar desapercibidas cuando la jungla de
cristal se ha convertido en un desierto de hormigón. Son, más si cabe
que antes, personas prohibidas. Que en el mejor de los casos serán
pastoreadas hacia rediles como IFEMA. También se ha desatado la, ya de
por sí exacerbada, impunidad policial contra lxs otrxs prohibidxs, lxs
que no pueden acreditar mediante escritos burocráticos que son personas
con “plenos derechos”, o que sus rasgos o color de piel inducen a los
torturadores uniformados a pensar que no. (La prensa mayoritaria
acredita numerosos casos de agresiones policiales en Lavapiés, Centro y
otras ciudades). Porque una pandemia sigue siendo una cuestión de
clase, de privilegio, de muertes no tan aleatorias.

No se nos ha otorgado el poder del augurio como a Casandra, pero sí, en
cambio, la maldición de Apolo. Es decir, no tenemos la certeza de que
estos pronósticos se cumplan (aunque hay evidencias inequívocas de hacia
donde apunta el poder y muestras, ya fehacientes, de este tipo de
medidas), sin embargo, nos tememos que difícilmente seremos escuchadxs.
Creemos que todas estas medidas de control se volverán permanentes, como
ya ocurrió con las leyes antiterroristas tras el 11S, o recurrentes; que
no nos extrañe que en el futuro seamos nuevamente llamadxs al
confinamiento en circunstancias como tempestades, huracanes y todo tipo
de crisis climáticas, que por seguro llegarán, o nuevas y viejas
epidemias que volverán a llamar a nuestra puerta. Rastreo de movimiento
por teléfono, controles biométricos y de temperatura, limitaciones de
movimiento en función de estos… son una realidad ya y han venido para
quedarse. A esto habría que sumar la precarización generalizada de la
vida que vendrá a medio plazo, la socialización de la pobreza…

Llegados a este punto queremos compartir la idea de que el presente, o
el pasado más bien, el mundo tal y como lo conocemos: basado en la
dominación, con sus estructuras perpetuadoras de miseria, su ortodoxia,
su afán liberticida… no nos vale. Y de ninguna manera queremos volver a
él.

Empecemos a intentarlo. Teniendo en cuenta que hay gente que no nos
gustaría infectar, rompamos el aislamiento. Actuemos, si es necesario, a
nivel individual. En esta realidad incluso golpeando a ciegas es muy
fácil acertar. Comuniquémonos, hablemos, circulemos información y seamos
críticxs, forcemos los toques de queda, mapeemos el control (dónde y
cuándo se patrulla, que espacios han quedado vetados, dónde habiendo
abastecimiento…). Fomentemos las huelgas y el cierre de empresas. No
queremos una gestión de la crisis. Queremos experimentar, chocar,
luchar, conflictuar…
Esforcémonos por incidir en un presente aunque cuando levantemos la
vista no veamos el horizonte. Quizá precisamente aquí se encuentre la
clave, dejemos atrás verdades, convicciones y seguridades, naveguemos
con pasión por la aventura hacia aguas desconocidas, hacia amaneceres de
libertad y revuelta.

 

MADRID CUARENTENA DEFINITVO.cleaned

SOBRE EL ATAQUE A NUESTROS LAZOS

Yo pendiente de lo mío y tú pendiente de lo tuyo, escucha tu reloj su tictac es un murmullo”

El confinamiento tiene unas consecuencias desastrosas sobre uno de los pilares más importantes de nuestra vida: las relaciones personales. Éstas están siendo obligadas a distanciarse, a romperse, a sustituir el contacto de la carne por el aislamiento de los bits y las pantallas. No es como cuando alguien que quieres marcha por situaciones vitales a algún lugar alejado, donde se tiene la certeza de que ese lazo seguramente a la vuelta esté polvoroso pero intacto, o que vivirá en el recuerdo; pero ahí se tiene el apoyo de todas las otras relaciones en las que nos apoyamos en nuestra vida diaria. Esta situación de cuarentena ha interrumpido forzosamente de la noche a la mañana el curso de nuestras interacciones sociales, ha confinado nuestras vidas al módulo de aislamiento.

Hay quien tiene suerte y al menos (al menos porque para nada completa el vacío que han dejado los lazos distanciados) puede pasar el confinamiento con gente que quiere y en la que apoyarse mutuamente, pero, ¿qué es de las personas que viven solas? ¿quién escuchará sus gritos de ayuda cuando el suicidio aupado por la ansiedad llame a su puerta? ¿Y las mujeres que tienen a su propio carcelero en casa? Se dice que la policía estará atenta de llamadas por violencia de género, pero no podemos esperar que la policía solucione estos problemas, menos aún cuando sabemos que la mayoría de las veces contribuyen a la vejación y humillación de la mujer maltratada. Además, ¿realmente estando encerrada con una persona que te domina podrás coger el teléfono?, ¿podrás salir a la calle? Las cifras de feminicidios nos mostrarán que no. ¿Y quién no tiene sitio donde vivir? A los que los militares “ayudarán” y “relocalizarán”. No debemos fiarnos para nada de lo que dice el Ejército que hará cuando no estemos mirando porque estemos encerrados en casa.

Y para añadir otra piedra a la mochila, el pánico social no sólo ha hecho que individualmente la gente rompa sus lazos, sino que intente romper los que intentan resistir. Regañinas desde los balcones por caminar juntas por la calle, por darse la mano, abrazarse, besarse… Ansiedad colectiva en la base del “yo me estoy quedando en mi casa y tú te lo estás tomando a broma”. Pero es que hablar por whatsapp, skype, redes sociales y demás alternativas que nos proporciona la tecnología ni de lejos valen para salir de la ciénaga de ansiedad y locura en la que nos han hundido. Se necesita contacto, se necesita caminar con alguien sin estar pensando que un coche patrulla nos va a poner un multón por mantener los lazos y no caer en la histeria.

¿Qué pasará cuando podamos volver a salir a la calle y no sepamos relacionarnos en grupo, cara a cara en una plaza? ¿Cuando la ansiedad social esté generalizada y tengamos que unirnos y luchar contra el mundo de mierda en el que vivimos?

No dejemos que el pánico social y el control estatal destruya lo más valorable que tenemos, fortalezcamos nuestros lazos para que sean cadenas irrompibles que barran la dominación.

Virus y pruebas de tecnomundo

Los acontecimientos de este último período son un resumen de lo que probablemente veremos en un futuro no muy lejano; en resumen, el cambio de estas semanas pone de relieve una reestructuración mucho más profunda y duradera que la expansión de un virus.

Tres elementos se entrelazan entre sí como la columna vertebral de esta nueva sociedad que nos encontramos delante.

LA DESGLOBALIZACIÓN

Cuando la noticia del virus empezó a circular y China tomaba las primeras medidas encaminadas al cierre, algo absolutamente nuevo estaba sucediendo: una de las principales potencias productoras, uno de los lugares que asegura la producción a las multinacionales de medio mundo, se detuvo. Esta situación nos ha dado la oportunidad de ver de primera mano una tendencia presente en los últimos tiempos, en la que las relaciones entre las economías capitalistas están cambiando.

Hasta hace poco, el sistema capitalista se basaba en lo que se ha llamado globalización, porque global era el sistema de explotación con la posibilidad de producir en todas las partes del mundo y donde fuera más conveniente. Sin embargo, la globalización trajo consigo un problema, la interdependencia entre las potencias: la producción de un determinado país, incluso uno poderoso como los Estados Unidos, empezó a depender de otro país, por ejemplo China; sus suministros en términos de materiales para la creación de bienes, más que de materias primas, estaban vinculados a una relación con otro Estado. La fragilidad de esta relación surgió cuando detrás del comercio de servicios y bienes tecnológicos se vio la larga mano del control sobre los datos y la información del propio país. Por ello, en los últimos años un país como Estados Unidos, que ha hecho del imperialismo su bandera de identidad, ha estado presionando para que todos los estados cierren sus puertas a Huawei en la creación de la red 5G y por otro lado está invirtiendo miles de millones de euros en la búsqueda de suministros de materias primas en su propio suelo, o está imponiendo aranceles a las mercancías de un país como China. En otras palabras, una de las grandes potencias desde el punto de vista económico y político está empezando a desglobalizarse, a volver a traer la explotación a su propia casa porque quizás la época de la globalización ha comenzado su declive.

En una entrevista en 2018 publicada en “Il Sole 24 Ore”, el premio Nobel de Economía M. Spence dijo: “La globalización es arriesgada, pero el mundo necesita ser reconfigurado”. Según el economista, en los últimos años ha habido un cambio de rumbo, necesario porque “estábamos en un camino que no funcionaba para la gente”. En pocas palabras, ahora estaba claro para la gente que la globalización no había traído los beneficios prometidos y mucho menos una distribución uniforme de estos. Entonces, ¿qué puede hacer el sistema sino ofrecer una solución a sus propios problemas? Y esto, continúa el economista, es posible porque mientras tanto “hemos aprendido muchas cosas”, en particular la inteligencia artificial y la centralidad de la tecnología como herramienta para un cambio radical.

AUTOMATIZACIÓN DEL TRABAJO Y MANO DE OBRA VULNERABLE AL CHANTAJE

Dentro de este nuevo modelo de desglobalización, ¿cómo se reestructurará la explotación interna necesaria para mantener en marcha el modelo productivo industrial?

La creación de un mercado de mano de obra barata y sobre todo fácil de coaccionar, como por ejemplo la población migrante es una primera respuesta. Las últimas políticas internacionales basadas en el cierre de fronteras y en políticas de aparente rechazo tienen un gran efecto: aumentar la masa de “clandestinos” sin documentos, en pocas palabras, de personas aún más vulnerables al chantaje. Todos los Estados saben que no se pueden detener los flujos de personas, máxime cuando huyen sin una posible vuelta atrás; pero saben muy bien que cuanto más represivas y severas sean las políticas que se apliquen, en peor situación se encontrarán las personas que logren entrar: ilegales y más chantajeables aún. Estas personas serán “la vacuna” de la mano de obra a coste cero o casi.

La segunda respuesta es la automatización del trabajo: las grandes empresas, pensemos en Amazon, llevan mucho tiempo invirtiendo en la automatización del trabajo; en parte, la máquina sustituye al trabajador (por ejemplo, un dron puede sustituir a un mensajero) y en parte, la máquina controla y ordena al hombre (por ejemplo, con brazaletes equipados con un sensor para medir los latidos del corazón y comprender si el trabajador está cumpliendo con su deber en el momento adecuado y si lo hace dentro de los tiempos establecidos). Ya no es el hombre quien le dice a la máquina lo que tiene que hacer, sino que la máquina, basándose en cálculos algorítmicos que evalúan la eficacia y en sensores de rendimiento, dirige al hombre controlando sus tareas.

En otras palabras, la producción de mercado, en parte relocalizada dentro de las fronteras nacionales, será económicamente sostenible gracias a la robotización-automatización del trabajo que reducirá los puestos de trabajo (al necesitar menos hombres) y hará la producción más eficiente gracias a la vacuna de mano de obra todavía mas vulnerable y precaria.¹

¿Esta reducción de puestos de trabajo y la robotización del trabajo no traerá consigo algún malestar social, algún malestar la punto de explotar?

CONTROL SOCIAL

Cuando el gobierno chino ordenó el cierre de zonas enteras y la restricción de la circulación, utilizó un sistema interesante: la gente tenía un sistema de semáforos, con códigos de colores que permitía a los agentes de las estaciones de tren y otros puestos de control determinar quién podía pasar y quién no. Esa información sobre las personas provenía de dos aplicaciones concretas (Alipay y Wechat) que en los últimos años casi han sustituido al dinero metálico en China. En otras palabras, las aplicaciones tecnológicas que ya poseen la mayoría de los ciudadanos chinos (especialmente en las zonas urbanas) y, al mismo tiempo, los sensores de control igualmente presentes en el territorio, han sido la estructura gracias a la cual el gobierno ha podido controlar los movimientos de las personas y construir un vasto sistema de control. La simple posesión de una aplicación, descargada en tiempos no sospechosos de coronavirus y sobre todo libremente aceptada y elegida por los ciudadanos, ha sido una herramienta eficaz para mapear, vigilar y controlar una enorme masa de personas.

La implantación – ya en curso en lugares más cercanos a nosotros – de tecnologías como la red 5G, las “ciudades inteligentes” (smart cities) y el “internet de las cosas” (IOT) se basan en la instalación de sensores en todo el territorio, los propios objetos se comunicarán entre sí y con nosotros, a través de dispositivos de los que difícilmente podremos prescindir en poco tiempo, como el teléfono inteligente o todas las demás cosas “inteligentes”. Este es el esqueleto sobre el cual cada Estado podrá garantizar un control capilar del territorio en caso de que la reestructuración que hemos mencionado antes cree algún problema de orden público.

Sin embargo, el banco de pruebas en el que nos encontramos inmersos también nos revela algo sobre este control: la posibilidad de intervenir de la manera represiva más clásica debe ser entendida por los Estados como una última solución en caso de que los instrumentos aplicados diariamente no sean suficientes.

Si pensamos en estos días, ¿qué soluciones se han adoptado en las distintas áreas? Trabajo desde casa a través de Internet, enseñanza online en las escuelas, restricción en la propia casa con posibilidad ilimitada de comunicarse mientras sea a través de ondas, entrevistas por skype para las prisiones en revuelta, cierre de todos los sitios de reunión. En otras palabras, todos los lugares donde, voluntariamente o no, existen relaciones se han cerrado. En esto “la tecnología ha desempeñado una importante labor: eliminar el encuentro de la sociedad”². Esos lugares que frecuentamos y que son, en su mayoria, lugares de explotación y esclavitud, como nuestro puesto de trabajo, la escuela o el bar donde nos refugiamos para tomar una copa, son no obstante, lugares de encuentro, de relación, de intercambio. Podemos descubrir que incluso el vecino del balcón de enfrente siente el mismo desprecio por los jefes, que mi compañero de pupitre puede ser mi aliado o que el amigo del bar está igual de cabreado que yo. En resumen, la historia nos enseña que estos lugares de alienación también fueron y siguen siendo lugares de posible rebelión porque todavía ofrecen la posibilidad de socializar. Pero si mañana nos proponen trabajar desde casa con el ordenador o estudiar en una plataforma online… ¿no querríamos quizá, que ese mañana fuera el presente? En pocas palabras, el Estado habrá dado un gran paso adelante en el control del pueblo, al haber desintegrado progresivamente los lugares de encuentro y con ellos los de posibles revueltas.

Cuando todo esto se apacigue, podría delinearse un escenario con:

– La retórica unitaria nacional-estatatal: nos dirán y nos diremos que lo hemos hecho bien, que hemos vencido al virus, pero que ahora más que nunca debemos permanecer unidos porque nos encontramos al borde de la crisis. La maniobra financiera de los últimos días y especialmente las próximas a nivel europeo e internacional, serán fundamentales para comprender los posibles escenarios.

Sin embargo, en todo esto, pensamos en Grecia y en el mecanismo con el que el BCE y el FMI han llevado a un Estado a depender completamente de la economía de mercado. Se dijo entonces que Grecia era un experimento de cómo transladar los intereses que aún se consideraban estatales a entidades económicas superiores. Todos los bienes del Estado griego fueron subastados, de hecho, el modelo económico y las decisiones políticas fueron asumidos por los prestamistas. También se dijo que los siguientes experimentos serían Italia y España, porque presentaban condiciones económicas y sociales similares que permitirían el mismo proceso de desmantelamiento social. Cuando todo esto sucedió, el tema estaba a la orden del día: huelgas, manifestaciones, acciones directas… mostraban la respuesta de los griegos. Ahora que las pantallas sólo hablan de virus, ahora que la retórica de la unidad nacional-estatal impera, no se discute sobre las medidas económicas aplicadas y menos aún de sus consecuencias.

Por esto mismo, especialmente cuando todo esto se haya redimensionado, el discurso dominante será el de la unidad nacional, a no ser sea contrarrestado *[NdTR]

– La salvaciónde la tecnología: el uso masivo de soportes tecnológicos, especialmente en los entornos laboral y educativo, ha demostrado que el Sistema puede prescindir de lugares de agregación (y de relación). Si prospera la retórica de que hemos salido adelande gracias a la tecnología, habremos abierto las puertas a ese proceso de automatización y control social del que hablábamos antes.³

Lo que está ocurriendo tal vez no sea simplemente control social o la aplicación de un régimen policial. Es la visión más clara que podemos tener de una reestructuración en curso, que se está extendiendiendo por todos los continentes. Los momentos de crisis, se dice, son siempre momentos que hay que aprovechar porque nos muestran las grietas de ese muro que desde la cotidianeidad nos parece casi imperturbable.
Comprender lo que está sucediendo ahora tal vez nos haga pensar en lo que sucederá mañana para que así no nos pille desprevenidos.

1. A nivel mundial, el 74% de las instalaciones de robots industriales de concentran en cinco países: China, Corea del Sur, Japón, Estados Unidos y Alemania.
2. Cita sacada de un interesante artículo publicado en “I giorni e le notti” (revista anarquista italiana).

3. Algunos apuntes interesantes sobre futuros cambios del sistema en el artículo “Nazionalismo duepuntozero, Vetriolo” (Nacionalismo 2.0, del periódico anarquista Vetriolo)


*NdTR Elijo el término contrarrrestar al no encontrar una traducción para la expresión italiana “Mettere la pulce nell’orecchio” que viene a significar, entre otras cosas: Inculcar una sospecha, una duda. Como poner una pulga en la oreja, que al moverse para salir le recuerda su molesta presencia / Decir algo a alguien con la intención de provocarle una reación psicológica y posteriormente quizás también una reacción exterior.

Tradotto da:

Virus e prove di tecno-mondo

Barcelona – Llamado a DESOBEDECER

Llamado a DESOBEDECER a todos los gobiernos y confinamientos (Y A
CUESTIONAR)

Ante la situación de estado de sitio en que nos encontramos, decidimos
salir a la calle a dejar claro que no vamos a aceptar estas medidas
represivas y buscaremos la manera de saltarnos este arresto domiciliario
disfrazado de “confinamiento” supuestamente “por nuestro propio bien”.

Para nosotros todo esto es un espectáculo mediático de inoculación de
miedo y pánico (ésa es la verdadera epidemia), creado a través de los
medios de manipulación de masas (TV, móviles, internet); o por decirlo
de otra manera: control mental de masas. Hay que buscar las motivaciones
de todo este espectáculo en un asunto holístico, global, económico,
político, militar, social, etc., no se puede reducir todo este asunto a
un puro discurso médico.

El hecho de que la gente se auto-encarcele en “su” casa porque el
gobierno lo ha dicho, sólo refleja la cárcel mental (y física) en la que
ya vivían antes de todo esto.

Depende de nosotros comenzar a luchar contra esta máquina totalitaria.
Lo que está en juego es: o hacemos lo que el gobierno totalitario nos
dicta, o hacemos lo que nuestras pasiones nos dictan.

Por eso, hacemos un llamamiento a salir a la calle, a arrancar todas las
“cintas”, carteles, adhesivos, que las instituciones han puesto en
parques, plazas, hasta bosques, etc., hacer pintadas, robar en
supermercados, desertar del trabajo y de todo pago posible, colgar
carteles (con cualquier tipo de información crítica, lo importante es no
quedarse callado ni esperar que la verdad nos llegue por whatsap ni por
la TV),y a cuidarnos y mantenernos sanos, también motivamos a cualquiera
a deshacerse de todos esos absurdos teléfonos móviles que embotan el
cerebro, te controlan, te enferman: los virus y las bacterias no son
malos, sino que la tecnología, el cientificismo y la industrialización
son el problema.

Atentos ante la posible intención por parte de los gobiernos de
vacunación obligatoria global, y otras medidas que se vislumbran (dinero
electrónico, implantación de chips, restricciones en el movimiento y la
circulación de las personas, procedimientos médicos forzosos, escasez de
alimentos, de energía, etc). No tengáis duda de que nos opondremos a
todo eso, si hace falta, violentamente.

Infórmate e informa, y sobre todo: cuestiona. Sólo nos tenemos a
nosotros mismos. No esperes la salvación del gobierno que te mata. Busca
información por tu cuenta, no te quedes con la versión oficial. Puede
que nunca sepamos la verdad, pero sabemos que TODOS los gobiernos (y
organismos internacionales e instituciones) mienten.

Abrazos y cariños para toda la gente afín que está incomunicada en este
mundo que ya han convertido todo él en una inmensa prisión.

Links de extrema importancia para entender lo que está pasando:
-Event 201 (ejercicio del Foro Económico Mundial, Bill Gates Foundation,
Johnson&Johnson, la OMS, etc., para prepararse y estudiar las
consecuencias de una posible “pandemia”, hecho en Octubre del 2019,
¿casualidad? no lo creo): https://www.youtube.com/watch?v=ZShiAnfflw4

-Participantes del Event 201:
https://www.lahaine.org/mm_ss_mundo.php/el-foro-de-davos-se

-Esto se llama programación predictiva:
https://elpais.com/elpais/2019/09/25/planeta_futuro/1569435266_953355.html

-Otra prueba de que esto estaba todo preparado (Bill Gates está metido
en el ajo, conferencia del 2015):

-Información para ampliar:
https://dolcarevolucio.cat/language/es/reflexiones-sobre-el-coronavirus-que-creemos-utiles-desde-dulce-revolucion/

Prefiero resfriarme en la calle y de pie, que vivir confinado y de
rodillas.
-La pandemia es la policía A.C.A.B.
-El Estado mata más que el supuesto “coronavirus”.
-Vosotros os laváis las manos, La TV os está lavando el cerebro.
-Fortalezcamos nuestro sistema inmune, inmunicémonos del sistema.
-El mejor antivirus es no tener móvil.
-Os implantan un estado policial y todavía lo aplaudís…
-Ya llegó la crisis de los 40/la cuarentena.
-La sociedad ya estaba confinada antes del virus.
-Esto se trata de Eugenesia: quieren control social y matarnos.

 

Buenos Aires: La Rivolta, desde la pandemia

Introducción

El pasado viernes 20 de marzo se decretó desde las 00 horas la cuarentena total en el
territorio dominado por el Estado Argentino, luego de algunos meses de ver noticias que parecían lejanas, y unas últimas semanas de paranoia creciente entre medios de
comunicación y cadenas nacionales del Presidente, finalmente lo declararon, desatando un auge de escape de las clases medias altas hacia sus casas de veraniego, compras desmedidas en supermercados y un llamado a quedarse en casa con menos de 4 horas de anticipación.
Si bien el terreno fue preparado con anterioridad, ante la falta absoluta de una preparación económica y social, como responden las lógicas del Estado y el Capital, esta cuarentena es ejecutada por distintas fuerzas armadas en las calles, operando con mayor o menor impunidad dependiendo las zonas más o menos pudientes del país, con la instantánea aparición de videos en donde las distintas policías avanzan sobre los barrios con ametralladoras y fusiles en mano, persiguiendo en motos a quienes se encuentren circulando obligándolxs a volver corriendo a sus casas, una señora atropellada por un patrullero, y una larga lista de la correa policial desatada en un territorio cercano a la militarización.
El mensaje de guerra, al igual que en la mayoría de los países infectados, fue lanzado al aire como excusa de esta pandemia, y entre algunos desafortunados análisis que intentan apuntar a una conspiración global, queda en evidencia que el virus es el capitalismo y dicha conspiración es solo una enfermedad desatada a niveles globales en sociedades basadas en la explotación y la miseria, queda nuevamente a la vista de todxs que la sociedad de clases termina perjudicando a lxs mismxs de siempre, a lxs que siguen exponiéndose obligadxs a ir a trabajar y a todxs aquellxs que no gozan del permiso (en una economía basada en un 40% de trabajo informal) y deben permanecer encerradxs viendo como sus deudas aumentan y la salud mental se deteriora, o enfrentarse a ser detenidxs y torturadxs por el Estado.

Delación y medios de comunicación

La campaña del terror está afianzada con el constante bombardeo de los medios de
comunicación nacionales, siendo probablemente la punta de lanza de la sociedad de control, ya que si bien el amedrentamiento policial es tangible y evidente, este se mantiene detrás del manto del #quedateencasa, llegando a un momento en que bajo la idea de “responsabilidad” se justifica abiertamente la represión desde la hipocresía progresista, nuevamente la consigna que repite que “si te quedas en casa no te va a pasar nada”, el miedo cambio de color rojo a verde, y nos demuestra que la concepción del enemigo interno es independiente del tiempo y las formas, cualquiera sea la razón que pueda generar una perturbación en el orden social, esta debe ser aplacada con la cárcel y la persecución.
Y a sabiendas incluso que vivimos en una sociedad carcelaria, se vuelve sumamente obscena la campaña emitida desde el poder para justificar la salida militar a las calles, aun necesitando una justificación, la cual es acatada en gran medida por una importante porción de la población que votó contenta en las últimas elecciones.
Dentro de este contexto de paranoia, la delación ciudadana se vuelve moneda corriente, lxs mismxs que ayer lucían sus remeras con el lema “nunca más” hoy llaman a la policía ante cualquier movimiento sospechoso, espían desde sus ventanas y hasta incriminan con megáfono en mano desde sus balcones en el centro de la ciudad. En medio se lanza la campaña mediática “te cuida el Estado, no el Mercado”, reforzando la falsa paradoja impuesta por el kirchnerismo, cuando justamente lo que están haciendo es proteger al mercado, o sea, a la propiedad privada, quedando evidenciada en la falta de posibilidad de realizarse un test de contagio y en los insumos en el área de salud, en contraposición al desembolse de presupuesto a todo el aparato represivo. Aun así, lxs culpables vuelven a ser lxs vecinxs, aquellxs que viven hacinadxs y no tienen posibilidad de hacer una cuarentena, exceptuando claro, a deliverys y demás trabajadorxs, ya que esxs explotadxs hoy sirven de servidumbre para aquellxs que gozan de cuarentenas privilegiadas pidiendo helado y sushi a domicilio.

El correr de la cuarentena

Según está anunciada, la cuarentena duraría hasta el 31 de marzo, aunque el discurso que empieza a circular es que esta se deba extender, hipótesis apoyada también en las migajas que el Estado afirma que distribuirá próximamente para evitar cualquier desorden, dentro de este contexto podemos animarnos a pensar en términos globales y empezar a notar un punto claro de inflexión, si bien en distintos territorios puntuales ya han padecido una extrema militarización durante largos años, como podrían ser el pueblo Mapuche, Palestina, Kurdistan, o Siria, en este caso se avala en niveles mundiales la represión contra un enemigo que no tiene cara, que no es humano, ni siquiera visible, y todxs podemos ser culpables, como una policía del pensamiento orwelliana y un panóptico individual en donde cada unx de nosotrxs vigila al otro como posible agente enemigo.
Dentro de las distintas reflexiones hechas por “intelectuales” del capital, encontramos por ejemplo a Slavoj Zizek, conocido izquierdista, quien dentro de todo el condimento repetido de las palabras académicas, reivindica la implementación de una “Red global de Salud” como una coordinación que, incluso trascendiendo el COVID-19, pueda prevenir estos casos dotando de una cuota de mayor poder a lxs cientificxs de la OMS, al mismo tiempo que afirma que “El virus es democrático, no distingue entre gente rica y pobre”, obviando que la democracia se basa justamente en esa distinción, e identificando al virus en cuestión como “un golpe al capitalismo que podría llevar a la reinvención del comunismo”.
Lamentablemente tanto este análisis, como el de otro conocido escritor, Byung Chul Han, parten desde y hacia la cúpula intelectual, parapetada tras la cómoda academia y totalmente alejada del correr de los días, mucho más de Sudamérica, aun así, algunas palabras de este último suenan más fructíferas, y respondiendo al primero dice “Žizek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žizek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos
llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. También la instauración del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.”

Y es que queda claro a la vista de la situación, que el Capital está lejos de tambalearse, podrán perderse en la paranoia algunos mercados y el mundo de las finanzas, pero antes que perder sus posiciones de poder, y lógicamente en una sociedad basada en la autoridad y la dominación, primero buscarán nuestra sumisión o la muerte.

Siempre apuntando a la revuelta

El mundo de la distopía es y siempre fue este, acá estamos y la realidad siempre es más implacable que nuestros deseos, lo que hoy es un virus, que debe ser afrontado y contra el que tenemos que aprender a convivir, mañana será algún desastre natural y la constante puesta en marcha de la civilización, este es el panorama que planteaba desde hace ya algún tiempo “Desierto” (Ediciones L’anomia) y siempre nos pega en la cara antes que podamos acertar de donde viene el golpe, y es coherente, en el frenesí asfixiante de lo cotidiano poco se puede hacer más que informarse y convencerse, hasta que finalmente acá estamos y será necesario afrontarlo como sea.
Esta es también una oportunidad para estudiar el actuar de las fuerzas armadas, dónde ubican sus puntos de control en las ciudades, cómo funciona su vigilancia y represión, y por lo tanto qué posibilidades encontramos tras de ellas para agitar la revuelta, al mismo tiempo que ya distintxs compañerxs editan propaganda e intentan afianzar lazos comunitarios encontraposición a las lógicas policiales, los puntos de ruptura e inflexión son también momentos en los que es necesario tensionar nuestras relaciones sociales, nunca de escondernos tras alguna mascara estúpidamente misantrópica, al contrario, afrontar esta realidad es apuntar las armas contra el Estado y no dejarnos apaciguar por su aparato mediático, político y ciudadano.

Que la cuarentena fortalezca nuestras ansias de libertad
y reafirme nuestra negación de toda autoridad.

 

 

LA RIVOLTA DESDE LA PANDEMIA

Chile – Perspectiva anárquica frente a la pandemia-coronavirus

Comunicado recibido junto con la foto el 15/03/2020:

En la tarde de un viernes especialmente caótico, Piñera inaugura la pandemia en cadena nacional. Desde principios de marzo que el miedo al virus ha entrado de a poco a la conversación: entre la agitada vuelta a clases que busca ser una réplica (cual terremoto) de la revuelta de octubre, las masivas manifestaciones feministas, la radicalización de los sectores reaccionarios y la inminencia del plebiscito, cada vez toma más protagonismo.

La situación internacional no es menos compleja. El año pasado dio comienzo a una nueva oleada mundial de revueltas contra la normalidad capitalista, y la tan manoseada «institucionalidad» parece estar colapsando por donde se le mire, dejando lugar no solo a la creatividad insurgente si no que también (y nunca tan fácilmente diferenciables) a populismos y fascismos de todo tipo.

La economía lleva tiempo perdiendo velocidad, pero la guerra comercial entre dos potencias en decadencia, la subida manufacturada del precio del petróleo, y la paralización provocada por el coronavirus, construyeron la tormenta perfecta para dejar a la bolsa y a su enredo de ficciones especulativas en caída libre.

Es en este contexto que la enfermedad llega a nuestro territorio, con el estado de excepción todavía fresco en la memoria. Comienza en el barrio alto, y casi nos alegramos antes de recordar que no serán ellxs lxs primerxs en sufrir sus consecuencias. El gobierno, siempre tarde, anuncia sus medidas. Claramente no son suficientes, y su único objetivo es asegurar la libre circulación de capital. Algunxs (lxs mismxs que ven montajes en cada esquina) susurran que es una estrategia para cancelar el plebiscito, al parecer tan peligroso. Pero nosotrxs estamos clarxs que fachx inteligente vota apruebo, y que la incompetencia del gobierno no requiere más justificación que sus propios intereses de clase.

Sin embargo, ya hemos visto como se ha desarrollado la situación en otros países con una etapa más avanzada de infección. En las calles de China, Italia y otras partes del mundo se han desplegado simulacros de insurrección, de guerra urbana, de estado de excepción absoluto, con distintos niveles de éxito. El estado chino, famoso por su capacidad represiva, concentró todos sus esfuerzos en la contención de la zona cero pero, haciendo malabares para mantener su economía a flote, dejó a sus gobiernos regionales con la libertad tanto de retomar la producción como de instaurar leyes absurdas para sostener la cuarentena. Más allá de esto, ha sido lejos el país cuya cuarentena ha sido más eficiente y efectiva (ni hablar de Estados Unidos, cuya política pública se reduce a taparse los oídos y gritar fuerte).

El caso italiano es notable, más que nada, por la resistencia a las medidas de cuarentena y de «distanciamiento social», eufemismo nefasto que se refiere al autoaislamiento, a la precarización forzada disfrazada de «tele-trabajo», al acaparamiento de bienes esenciales y a la negación de cualquier forma de comunidad. Cuando a lxs presxs (hacinadxs e inmunocomprometidxs desde siempre) les prohibieron las visitas, comenzó la revuelta carcelaria más grande de este siglo: 27 cárceles tomadas, múltiples muertxs, policías y gendarmes secuestradxs y cientos de presxs fugadxs.

En territorio chileno, la situación es incierta. Farmacias y supermercados que hace poco fueron saqueados, pronto estarán desabastecidos debido al pánico generalizado. El transporte público, campo de batalla permanente desde el inicio de la revuelta, pronto será evitado como la peste. El gobierno ya prohibió las concentraciones de más de 500 personas, pero a estas alturas quien chucha escucha al gobierno. Los milicos, que suponemos se han negado a salir nuevamente para guardar la poca legitimidad que les queda y poder conservar sus privilegios en una nueva constitución, no tendrán tanto pudor si pueden disfrazar su accionar de salud pública. La salud pública de verdad, por otro lado, pesa menos que un paquete de cabritas. Y no tenemos idea de que vaya a pasar con el plebiscito.

Si en otros lugares la pandemia fue un ensayo de insurrección, aquí la insurrección parece haber sido un ensayo de pandemia y de crisis económica. Mantengamos viva la llama de la revuelta, y organicémonos para sobrevivir.

A continuación, esbozaremos algunas medidas que consideramos dignas de generalizarse, más una inspiración que un programa:

-El saqueo y la redistribución organizada de bienes básicos.

-La utilización de tomas estudiantiles como centros de acopio, albergues para aquellxs sin vivienda y, por supuesto, focos de combate callejero.

-El boicot de cualquier forma de trabajo o estudio a distancia, que la cuarentena devenga huelga general.

-La liberación inmediata de todxs lxs presxs como demanda central.

-Evasión masiva en las clínicas privadas, atención libre para todxs.

-Huelga de arrendatarixs, toma de casas vacías.

¡La capucha es la mejor mascarilla!
¡Evade el aislamiento del capital!
¡Niega la inmunidad como dispositivo policial!
¡La crisis es una oportunidad, cuida tu piño y ataka!

Chile: Perspectiva anárquica frente a la pandemia-coronavirus