In Corpore Vili (en Viles Cuerpos)

“El propósito del terror y sus actos es extorsionar totalmente a los hombres para que se adapten
a su principio, de modo que ellos también, en última instancia, reconozcan un solo propósito: el de la autopreservación. Cuanto más inescrupulosos sean los hombres en su supervivencia, más se convertirán en títeres psicológicos de un sistema que no tiene otro propósito que el de mantenerse en el poder”.

Leo Löwenthal, 1945

Aquí vamos. Hace unas horas, se declaró un estado de emergencia sanitaria a nivel nacional. Casi un cierre total. Calles y plazas semidesiertas. Prohibido salir de la casa sin una razón considerada válida (¿por quién? por las autoridades, por supuesto). Prohibido juntarse y abrazarse. Prohibida la organización de cualquier iniciativa que proporcione incluso un mínimo de presencia humana (desde fiestas hasta asambleas). Prohibido estar demasiado cerca. Suspensión de toda socialidad. Advertencia de permanecer encerrado en casa tanto como sea posible, aferrándose a algún aparato electrónico en espera de noticias. Obligación de seguir las directrices. Obligación de llevar siempre una “autocertificación” que justifique sus movimientos, aunque salga a pie. Para quienes no se sometan a esas medidas existen sanciones que pueden suponer el arresto y la detención.

¿Y todo esto por qué? ¿Por un virus que sigue dividiendo a los mismos expertos institucionales sobre su peligrosidad real, como lo demuestran las mismas controversias entre virólogos de opiniones opuestas (sin mencionar la indiferencia sustancial mostrada por muchos países europeos)? Y si en lugar del coronavirus, con una tasa de mortalidad del 2-3% en todo el mundo excepto en el norte de Italia (quién sabe si es el ácido nucleico que se degrada al entrar en contacto con la polenta, o si es el delicado linaje del Valle del Po), hubiera llegado éstas tierras un Ébola capaz de diezmar la población en un 80-90%, ¿qué habría pasado? ¿Se pasaría directamente a esterilizar los focos de contagio mediante bombardeos?

Ciertamente, considerando los vínculos entre la dinámica de las sociedades industriales y la moderna concepción occidental de la libertad, no es sorprendente que se aplique una política que impone el arresto domiciliario y los toques de queda a todas las personas para frenar un contagio viral. Lo que es sorprendente, en cualquier caso, es que tales medidas se transpongan de manera tan pasiva, no sólo toleradas, sino introyectadas y justificadas por casi todas las personas. Y no sólo por los juglares de la corte que invitan a todo el mundo a quedarse en casa, no sólo por los ciudadanos respetables que se animan (y controlan) mutuamente, seguros de que “todo irá bien”, sino incluso por aquellos que hoy -frente al infeccioso hombre del saco- ya no están dispuestos a escuchar los (hasta ayer aclamados) estribillos contra el “estado de excepción”, prefiriendo tomar partido a favor de una materialidad fantasmagórica de los hechos. Por lo que vale la pena, ya que nunca como en los momentos de pánico (con el eclipse de la razón que conlleva) las palabras resultan inútiles, volvamos al psicodrama popular en curso en el Belpaese, a sus efectos sociales más que sus causas biológicas.

Si este virus vino de murciélagos o de algún laboratorio militar secreto, ¿cuál es la diferencia inmediata? Nada. Una suposición es tan buena como otra. Más allá de la falta de información y de conocimientos más precisos en este ámbito, sigue siendo válida una observación trivial: en realidad, virus similares pueden ser transmitidos por ciertas especies animales, al igual que puede haber alguien más cínico o descuidado entre los numerosos aprendices de brujo de las “armas no convencionales”. ¿Y qué?

Dicho esto, debería ser muy obvio que en el mundo actual es la información la que decreta lo que existe. Literalmente, sólo existe lo que se habla en los medios de comunicación. Lo que no dicen no existe. Desde este punto de vista, tienen razón los que sostienen que para detener la epidemia, bastaría con apagar la televisión. Sin el alarmismo mediático que se ha levantado a su alrededor, inicialmente sólo aquí en Italia, nadie habría prestado mucha atención a una forma inesperada de gripe, cuyas víctimas habrían sido recordadas sólo por sus seres queridos y algunas estadísticas. No sería la primera vez. Esto es lo que ocurrió con las 20.000 víctimas causadas aquí en Italia desde el otoño de 1969 por la influencia de Hong Kong, la llamada “influencia espacial”. En esa época los medios de comunicación hablaban mucho de ello. Desde el año anterior venía sembrando la muerte en todo el planeta, sin embargo, se consideró simplemente como una forma de influencia (gripe) más virulenta de lo habitual. Y eso fue todo. Después de todo, ¿podéis imaginar lo que habría causado la proclamación del estado de emergencia en Italia en diciembre de 1969? Las autoridades podrían haberlo hecho, pero sabían que no podían permitírselo. Habría sido la insurrección. Tuvieron que conformarse con el miedo sembrado por las masacres de Estado.

Ahora bien, ¿es sensato creer que un virus del extremo oriente ha explotado en el mundo con tal virulencia sólo aquí en Italia? Es mucho más probable que sólo aquí en Italia los medios de comunicación decidieron destacar la noticia del brote. Que se trate de una elección voluntaria o de un error de comunicación, podría ser, a la larga, objeto de debate. Lo que es demasiado obvio, por otra parte, es el pánico que han desatado. Y ¿a quién y qué beneficia?.

Porque, debemos admitir, no hay nada más capaz de sembrar el terror que un virus. Es el enemigo perfecto, invisible y potencialmente omnipresente. A diferencia de lo que sucede con los yihadistas de Oriente Medio, su amenaza se extiende y legitima la necesidad de control casi indefinidamente. Sólo hay que vigilar ocasionalmente a los posibles torturadores (a algunos), pero siempre las posibles víctimas (todas). No es sospechoso “el árabe” que deambula por lugares considerados sensibles, sino el que respira porque respira. Si un problema de salud se convierte en un problema de orden público, si se piensa que la mejor manera de curar es reprimir, entonces queda claro por qué uno de los candidatos al puesto de super-comisario de la lucha contra el coronavirus era el ex jefe de policía en la época del G8 en Génova 2001 y actual presidente de la principal industria bélica italiana (pero como los negocios son los negocios, al final prefirió un gerente con formación militar, el director gerente de la agencia nacional de inversión y desarrollo empresarial). ¿Se trata tal vez de responder a las demandas expresadas en el Senado por un conocido político, que declaró que “ésta es la tercera guerra mundial que nuestra generación se ha comprometido a vivir, destinada a cambiar nuestros hábitos más que el 11 de septiembre”? Después de Al-Qaeda, aquí está Covid-19. Y aquí están también los boletines de esta guerra a la vez virtual y viral, el número de muertos y heridos, las crónicas de los frentes de batalla, la narración de los actos de sacrificio y heroísmo. Ahora bien, ¿de qué ha servido la retórica de la propaganda de guerra en el curso de la historia, si no es para dejar de lado cualquier divergencia y movilizarse para unirse en torno a las instituciones? En momentos de peligro, no debe haber divisiones y mucho menos críticas, sino sólo un apoyo unánime bajo la bandera de la patria. Por lo tanto, en estas horas dentro de los edificios, se airea la idea de un gobierno de salud pública. Sin olvidar un primer efecto secundario nada inoportuno: quien desentone [NT: el discurso oficial, se entiende] sólo puede ser un derrotista, digno de ser linchado por alta traición.

Como ya se ha dicho, no sabemos si esta emergencia es el resultado de un proyecto estratégico premeditado o de una carrera para intentar reparar un error. Sin embargo, sabemos que – además de aplanar cualquier resistencia a la dominación quee la industria farmacéutica sobre nuestras vidas – servirá para extender y consolidar la servidumbre voluntaria, para hacer que la obediencia sea introyectada, para acostumbrarse a aceptar lo inaceptable. ¿Qué podría ser mejor para un gobierno que hace tiempo que ha perdido toda apariencia de credibilidad y, por extensión, para una civilización que claramente se está pudriendo? La apuesta lanzada por el gobierno italiano es enorme: establecer una zona roja de 300.000 kilómetros cuadrados como respuesta a nada. ¿Puede una población de 60 millones de personas actuar repentinamente y ponerse en manos de quienes prometen salvarlos de una amenaza inexistente, como un perro Pavlov babeando al simple sonido de una campana? Éste es un experimento social cuyo interés en los resultados trasciende las fronteras italianas. El fin de los recursos naturales, los efectos de la degradación del medio ambiente y el constante hacinamiento anuncian el desencadenamiento de conflictos en todas partes, cuya prevención y gestión por parte del poder requerirá medidas draconianas. Esto es lo que algunos ya han llamado “ecofascismo”, cuyas primeras medidas no serán muy diferentes de las adoptadas hoy por el gobierno italiano (que de hecho sería el deleite de cualquier estado policial). Para probar tales medidas a gran escala, Italia es el país catalizador adecuado y un virus es el perfecto pretexto transversal.

Hasta ahora los resultados para los ingenieros de anime parecen emocionantes. Con muy pocas excepciones, todo el mundo está dispuesto a renunciar a toda libertad y dignidad a cambio de la ilusión de la salvación. Si el viento favorable cambia de dirección, siempre pueden anunciar que el peligroso virus ha sido erradicado para evitar el efecto bumerán. Por el momento, han sido los reclusos asesinados o masacrados durante los disturbios stallados en una treintena de prisiones después de que se suspendieran las visitas. Pero obviamente no se trata una vergonzosa “carnicería mexicana”, sino de un encomiable control de plagas italiano. El hecho de que la emergencia ofrezca a las autoridades la posibilidad de adoptar públicamente un comportamiento que hasta ayer se mantenía en secreto se puede ver también en los pequeños hechos de las noticias: en Monza una mujer de 78 años visitó la policlínica porque sufría de fiebre, tos y dificultades respiratorias, fue sometida a TSO [Tratamiento Sanitario Obligatorio] después de haberse negado a ser hospitalizada por sospecha de coronavirus. Dado que el TSO, establecido en 1978 por la famosa ley 180, sólo puede aplicarse a los llamados enfermos psíquicos, esa hospitalización forzada fue un “abuso de poder” (como les gusta decir a las bellas almas democráticas). Uno más de los muchos cometidos a diario, sólo que en este caso no fue necesario minimizarlo ni ocultarlo, y se hizo público sin la más mínima crítica. De la misma manera, siete extranjeros culpables de… jugar a las cartas en un parque. Es lo mínimo que podría pasarle a los posibles propagadores de la plaga carentes de “sentido de la responsabilidad”.

Sí, responsabgigantescogigantescogigantescoilidad. Esa es una palabra que está en boca de todos hoy. Hay que ser responsable, un impulso que se martillea constantemente y que traducido por el neolenguaje del poder sólo significa una cosa: hay que obedecer las normas. Sin embargo, no es difícil comprender que es precisamente obedeciendo como se evita toda responsabilidad. La responsabilidad tiene que ver con la conciencia, el feliz encuentro entre la sensibilidad y la inteligencia. Llevar una máscara o estar encerrado en casa sólo porque un funcionario del gobierno lo dictó no indica responsabilidad activa, sino obediencia pasiva. No es el resultado de la inteligencia y la sensibilidad, sino de la credulidad y la habilidad condimentada con una buena dosis de cobardía. Para que sea un acto de responsabilidad debe surgir del corazón y la cabeza de cada individuo, no ser ordenado desde arriba e impuesto bajo la amenaza de un castigo. Pero, como es fácil de adivinar, si hay una cosa que el poder teme más que cualquier otra, es precisamente la conciencia. Porque es de la conciencia que nace la protesta y la revuelta. Y es precisamente para esterilizar toda conciencia que somos bombardeados 24 horas al día por los programas de televisión más triviales, entretenimiento telemático, charlas de radio, melodías de teléfono… un gigantesco proyecto de formateo social cuyo propósito es la producción de idiotez en masa.

Ahora bien, si se consideran las razones aducidas para declarar esta emergencia con un mínimo de sensibilidad e inteligencia, ¿qué saldría de ello? Que un estado de emergencia inaceptable ha sido declarado por razones no razonables por un gobierno poco fiable. ¿Puede ser creíble un Estado que ignora las 83.000 víctimas causadas cada año por un mercado en el que tiene el monopolio, y que le da un beneficio neto de 7.500 millones de euros, cuando pretende establecer una zona roja en todo el país para frenar la propagación de un virus que, según muchos de los mismos virólogos, contribuirá a causar la muerte de algunos centenares de personas que ya están enfermas, e incluso a matar a algunas de ellas directamente? ¿Tal vez ha pensado alguna vez en bloquear fábricas, centrales eléctricas y automóviles en todo el país para evitar que 80.000 personas mueran por la contaminación del aire cada año? ¿Y es este mismo Estado que ha cerrado más de 150 hospitales en los últimos diez años el que ahora pide más responsabilidad?

En cuanto a la materialidad de los hechos, permitidnos dudar si realmente queremos enfrentarnos a ella. Seguramente no lo querrán los siniestros imbéciles que, ante la masacre llevada a cabo en todos los ámbitos por esta sociedad, sólo son capaces de vitorear la venganza del “buen Estado benefactor” (con su salud pública y sus grandes obras útiles) sobre el “mal Estado liberal” (tacaño con los pobres y generoso con los ricos, totalmente desprevenido y mal preparado para afrontar la “crisis”). Y menos aún los buenos ciudadanos dispuestos a quedarse sin libertad para obtener migajas de seguridad.

Porque enfrentarse a la materialidad de los hechos significa también y sobre todo considerar lo que quieres hacer con tu cuerpo y tu vida. También significa aceptar que la muerte pone fin a la vida, incluso a causa de una pandemia. También significa respetar la muerte, y no pensar que puedes evitarla confiando en la medicina. Todos vamos a morir, todos nosotros. Es la condición humana: sufrimos, nos enfermamos, morimos. A veces con poco, a veces con mucho dolor. La loca medicalización, con su delirante propósito de derrotar a la muerte, no hace más que arraigar la idea de que la vida debe ser preservada, no vivida. No es lo mismo.

Si la salud – como la OMS ha venido afirmando desde 1948 – no es simplemente la ausencia de enfermedad, sino el pleno bienestar físico, mental y social, es evidente que toda la humanidad está crónicamente enferma, y ciertamente no a causa de un virus. ¿Y cómo se debe lograr este bienestar total, con una vacuna y un antibiótico a tomar en un ambiente aséptico, o con una vida vivida en libertad y autonomía? Si los hospitales pasan tan fácilmente la “presencia de parámetros vitales” como una “forma de vida”, ¿no es porque han olvidado la diferencia entre la vida y la supervivencia?

El león, el llamado rey de los animales, símbolo de la fuerza y la belleza, vive una media de 10-12 años hasta que es libre en la sabana. Cuando está en un zoológico seguro, su vida útil puede duplicarse. Encerrado en una jaula, es menos hermoso, menos fuerte, es triste y obeso. Le han quitado el riesgo de la libertad para darle seguridad. Pero de esta manera ya no vive, a lo sumo puede sobrevivir. El ser humano es el único animal que prefiere pasar sus días en cautiverio en lugar de en la naturaleza. No necesita que un cazador le apunte con un rifle, está voluntariamente entre rejas. Rodeada y aturdida por las prótesis tecnológicas, la naturaleza ya no sabe lo que es. Y está feliz, incluso orgulloso de la superioridad de su inteligencia. Habiendo aprendido a hacer las matemáticas, sabe que ocho días como un ser humano es más que uno como un león. Sus parámetros vitales están presentes, sobre todo el considerado fundamental por nuestra sociedad: el consumo de bienes.

Hay algo paradójico en el hecho de que los habitantes de nuestra titánica civilización, tan apasionados por los superlativos, se pongan nerviosos frente a uno de los microorganismos vivos más pequeños. ¿Cómo se atreven unas pocas decenas de millonésimas de pulgada de material genético a poner en peligro nuestra existencia pacífica? Es la naturaleza. Dicho brutalmente, hablando entre nosotros, considerando lo que le hemos hecho, también sería justo que acabara con nosotros. Y todas las vacunas, cuidados intensivos, hospitales en el mundo, nunca podrán hacer nada al respecto. En lugar de pretender domesticarla, deberíamos (re)aprender a vivir con la naturaleza. En sociedades salvajes, es decir, sin relaciones de poder, no en los estados civilizados.

Pero esto implicaría un “cambio de comportamiento” que sería muy mal recibido por los que nos gobiernan, por los que quieren gobernarnos y por los que quieren ser gobernados.

[12/3/20]

traducido de:

https://finimondo.org/node/2442

Interrupciones…

No hay nada nuevo en que la vida social se desarrolle a distancia. Durante mucho tiempo se ha convencido a la gente de que la mejor manera de comunicarse y relacionarse es mediante el uso de un dispositivo. Las prótesis del ser humano, el smartphone y similares, han transformado la forma de estar juntos, de estar informados, de aprender, de comunicarse, de escribir y de leer.
El siguiente paso es la robotización de la vida, la técnica que impregna cada lugar, cada aspecto de la vida cotidiana. Una superación de la naturaleza y lo natural en favor de los seres y lugares artificiales.
Tal escenario no necesita vida social, no necesita relaciones, emociones, pensamientos, sólo necesita orden, disciplina, regulación, máquinas. Quizás el Dominio intente dar un paso adelante y utilizar un problema de salud, la propagación de un virus, para conseguir una disciplina generalizada, el resto vendrá solo. Nos recuerda a la ciencia ficción, pero los estados tienen herramientas con siglos de antiguedad a las que recurrir sin tener que acudir a lo desconocido.
El distanciamiento social impuesto por las leyes, que prohíben los besos y abrazos, y la supresión de la mayoría de las actividades sociales, recuerda a los estados de excepción, que imponen reglas de vida social que deben obedecerse para evitar ser denunciadx o detenix. Y, en efecto, el establecimiento de zonas rojas y puestos de control, la restricción de la libertad de circulación, la obligación de aislamiento domiciliario para quienes procedan de zonas consideradas infectadas y controladas por la policía, pero sobre todo la prohibición de las reuniones, es decir, de las reuniones públicas, es la gestión policial de un problema sanitario. No sorprende que en las diez normas recomendadas por el Estado italiano para evitar la propagación del virus, se prevea que en caso de fiebre, se deba contactar primero con lxs Carabinieri. Los estatutos de emergencia son las medidas previstas también en situaciones de conflicto insurreccional, como ocurrió recientemente en Chile.
El Estado decreta por ley que lxs ciudadanxs son de su propiedad y puede disponer de ellxs como considere oportuno. No se imponen estados de excepción por cuestiones de salud ni por el bienestar de la población, sino para hacer que las normas se introyecten, para inculcar disciplina. De hecho, la forma más segura de obtener obediencia es sembrar el terror, el miedo. Crear ansiedad y pánico, divulgando contínuamente los datos, haciendo todo sensacionalista y excepcional. El miedo es una práctica de guerra y tortura, así como de gobierno, y en esto, los estados también están especializados. La guerra ha vuelto a cobrar importancia a la fuerza, después de haber sido alejada durante muchos años. Hoy en día la guerra está aquí, en todas partes. Los jefes de estado se declaran en guerra contra un enemigo bastante singular: un virus, que no es su verdadero adversario u objetivo, sino sus propios súbditos. Por eso, quizás el asunto más importante en juego sea mantener vivo el pensamiento crítico, sin restarle importancia a nada. Después de haber industrializado y devastado la naturaleza , desertificado el pensamiento (de la mano de la enonomia), ahora se están anulando los sentimientos. Sin besos, sin abrazos.
Sin embargo, si el Dominio nos quiere totalmente dependientes de él, si el Estado cancela la vida social y en parte la económica, significa que no necesitamos al Estado. Que podemos autoorganizar nuestras iniciativas, nuestras formas de educación, nuestras economías, nuestros entretenimientos. Y en este caso, tampoco necesitamos a la ciencia ficción, sino experiencia, memoria, voluntad y coraje.
Una de las caminos nos lo sugieren lxs presxs que luchan en las cárceles italianas, a quienes éste estado de emergencia pretende enterrar vivxs.

Que la normalidad sea interrumpida, sí, pero por la revuelta.

Biblioteca Anárquica Desordine, Lecce (Italia)

[Traducido de Roundrobin.info]

El peor virus… la autoridad

El macabro balance de bajas aumenta cada día, y en el imaginario colectivo de cada uno aparece la sensación, al principio vaga y poco a poco más fuerte, de estar siempre amenazados por La Dama de la Guadaña. Para cientos de miles de seres humanos, este imaginario no es nuevo; ese donde la muerte puede caer sobre cualquiera, en cualquier momento. Basta pensar en los condenados de la tierra sacrificados cotidianamente en aras del poder y el beneficio: los que sobreviven bajo las bombas de los Estados, en medio de infinitas guerras por petróleo o recursos minerales,; los que conviven con la radioactividad invisible provocada por accidentes o por residuos nucleares; los que atraviesan el Sahel o el Mediterráneo y son encerrados en campos de concentración para inmigrantes; los que llegan escuálidos debido a la misera y a la devastación general provocada por la agroindustria y la extracción de materias primas… Y en el territorio que habitamos, en tiempos no muy lejanos, también hemos conocido el terror de masacres a escala industrial, de bombardeos, de campos de exterminio… siempre creados por la sed de poder y riqueza de los Estados y los jefes, con sus siempre fieles ejército y policía.

Pero no, hoy no estamos hablando de esos rostros desesperados que constantemente tratamos de mantener distantes de nuestros ojos y nuestras cabezas, ni de una historia que ya ha pasado. El terror se empieza a difundir en el reino de la mercancía y de la paz social y es causado por un virus que puede atacar a cualquiera – aunque obviamente no todos tendrán las mismas posibilidades de curarse – . Y lo hace en un mundo habituado a la mentira, donde el uso de cifras y estadística es una de las principales formas de manipulación mediática, en un mundo donde la verdad es continuamente escondida, mutilada y transformada por los medios de comunicación; solo podemos intentar juntar trozos, hacer hipótesis, intentar resistir a ésta movilización de las mentes y preguntarnos: ¿en qué dirección estamos avanzando?

En China, después en Italia , se han ido imponiendo nuevas medidas represivas cada día, hasta llegar a un límite que ningún estado se había atrevido a sobrepasar: la prohibición de salir de casa y desplazarse por el territorio excepto por motivos de trabajo o de estricta necesidad. Ni siquiera la guerra permitiría la aceptación de medidas de tal magnitud por la población. Pero este nuevo totalitarismo tiene el rostro de la Ciencia y la Medicina, de la neutralidad y el interés común. Las empresas farmacéuticas, las de telecomunicaciones y las nuevas tecnologías encontrarán la solución. En China, la imposición de geolocalización para registrar cada movimiento y cada caso de infección, el reconocimiento facial y el comercio electrónico ayudan al Estado a garantizar la reclusión de cada ciudadano en su casa.

Los mismos Estados que han basado su existencia en detención, guerra y masacre – también de su propio pueblo –, imponen su “protección” a través de prohibiciones, de fronteras y de hombres armados. ¿Cuánto tiempo durará esta situación? ¿Dos semanas, un mes, un año? Sabemos que el estado de emergencia declarado tras los atentados ha sido actualizado más veces, hasta la integración definitiva de las medidas de emergencia en la legislación francesa. ¿Dónde nos llevará esta nueva emergencia?

Un Virus es un fenómeno biológico, pero el contexto donde nace, su propagación y su gestión son cuestiones sociales. En la Amazonía, África u Oceanía, poblaciones enteras han sido exterminadas por los virus llevados por los colonos, mientras éstos últimos imponían su dominio y su forma de vida. En los bosques tropicales, los ejércitos, los comerciantes y los misionarios empujaron a las personas – que antes ocupaban el territorio de manera dispersa – a concentrarse alrededor de escuelas, en pueblos o ciudades. Ésto facilitó la enormemente la difusión de epidemias devastantes. Hoy en día la mitad de la población mundial vive en ciudad, alrededor de los templos del capital, y se alimenta de productos de la agroindustria y la ganadería intensiva. Cualquier posibilidad de autonomía ha sido erradicada por los Estados y la economía de mercado. Y mientras la mega-máquina del dominio siga funcionando, la existencia humana estará siempre más sometida a catástrofes que bien poco tienen de «naturales», y a una gestión de quienes nos privan de cualquier posibilidad de determinar nuestra vida

A menos que… en un escenario cada vez más oscuro e inquietante, los seres humanos decidan vivir como seres libres – aunque sea por una horas, unos pocos días o algunos años antes del final – en lugar que encerrarse en un agujero de miedo y sumisión. Como han hecho los presos de 30 cárceles italianas ante la prohibición de visitas por Covid-19, rebelándose contra sus secuestradores, destrozando y quemando sus celdas, y, en algunos casos consiguiendo fugarse.

¡Ahora y siempre en lucha por la libertad!

[Panfleto distribuido en París el 14 de Marzo de 2020, durante la manifestación de Los Chalecos Amarillos]

MUNDO COVID-19: Las epidemias en la era del Capitalismo

La explotación de los recursos naturales del planeta está llevando a la humanidad al borde de la autodestrucción, vivimos en medio de epidemias causadas en su mayoría por la propagación continua de productos químicos (pesticidas, insecticidas, disruptores endocrinos, etc.) y nocivos para nuestra salud al mismo tiempo vivimos rodeados de una atmosfera con niveles tan altos de contaminación como para desarrollar alergias y enfermedades en gran parte de la población. Esta explotación de los recursos naturales lleva consigo igualmente la devastación del territorio por parte de tecno industria: el Mediterráneo convertido en una alcantarilla, el sudeste asiático en un desierto químico, África en un gran vertedero, etc.

La aparición del virus conocido como Covid-19 es consecuencia de la civilización industrial, para nosotros lo importante no es si el virus ha mutado de un murciélago debido posiblemente a la industrialización de su hábitat o de si es un ataque de EEUU a la economía China , para nosotros lo importante es que es la consecuencia de un sistema que mercantiliza cada proceso, objeto o ser vivo sobre la tierra, es la codicia de un sistema que persigue la aniquilación de todo lo vivo para artificializar el mundo. No podíamos pensar que nuestra forma de vida basada en el crecimiento continuo en un planeta que en realidad es finito no iba a traer estas consecuencias y otros desastres que vendrán. Cientos de productos químicos presentes en nuestra cotidianidad modifican los procesos naturales dando lugar a cientos de “catástrofes” (epidemias, cambio climático, etc.), son los mismos productos que en China producen un millón y medio de muertos al año y que no salen en las noticias, que no producen ni alarma social, ni confinamientos, ni estado de alarma. En España son 10.000 los que mueren al año por contaminación y no cunde el pánico, son parte de las víctimas necesarias para que el mundo industrial pueda seguir funcionando, lo importante es que el progreso y su codicia no se detengan.

En principio, el Covid 9 (aunque lo continúan investigando) es una gripe con síntomas similares a la gripe común y ambas afectan más a personas que sufriesen patologías anteriores y especialmente a la población de mayor edad, ambas gripes se diferencian en la rápida propagación y capacidad de contagio de la primera que es lo que ha levantado la alarma sanitaria. En el momento de escribir este texto son casi 300 las personas que han muerto a causa del Covid9, sin embargo, la gripe común causó en España el año pasado más de 6.000 muertes y en 2018 llego a las 8000. Ante esto nos preguntamos a que es debida esta situación excepcional, de alarma social creada en gran parte por los medios de comunicación y por la opacidad de la información que transmiten aquellos que gestionan nuestras vidas.

Como forma de acabar con la pandemia el Estado ha decretado el “Estado de alarma” que conlleva las prohibiciones de movimiento, el confinamiento, el aumento del control, suspensión de reuniones y de la vida pública en general, control de los medios de transporte y quién sabe si dentro de poco de la distribución de alimentos. En este proceso vemos como el Estado deviene en ecofascista donde el gobierno se verá cada vez más obligado a actuar para administrar los recursos y el espacio cada vez más “enrarecidos” dando lugar a que la preservación de los recursos más necesarios solamente puedan garantizarse sacrificando otra necesidad: la libertad.

A falta de un enemigo interior o exterior el Estado ha encontrado un enemigo ante el cual mostrar todo su potencial bélico y al mismo tiempo acentuar el sometimiento a la población mediante el miedo y la represión mientras se erige como la única posibilidad de salvación ante el terror producido por la epidemia. Para nosotros la solución no es un estado más autoritario es la desaparición de toda forma de autoridad. A partir de ahora posiblemente los estados de alarma, de emergencia… se sucedan como consecuencia de la devastación ecológica y social del mundo porque estamos seguros que las catástrofes seguirán ocurriendo. No exageramos cuando hablamos de potencial bélico: ya estamos viendo al ejército tomando posiciones en lugares estratégicos, la policía controlando más las calles y drones con cámaras vigilando los movimientos de la población. Las medidas del estado de alarma no persiguen únicamente acabar con la pandemia de la gripe sino que persiguen también extender otra pandemia: la de la servidumbre voluntaria de la población mediante la obediencia a las leyes ante el peligro de la pandemia, acabar con las críticas al Estado y al Capitalismo ante el miedo y los posibles riesgos. Esta servidumbre voluntaria sería imposible sin el sometimiento a nuestros aparatos tecnológicos y a la forma de vida que crean. Ante situación de pandemia o cualquier otro desastre quedamos sometidos a tecnócratas, especialistas, expertos, científicos, etc., a aquellos gestores del espacio y del tiempo que lo tienen todo planificado en sus racionales cálculos.

Igualmente las consecuencias de esta epidemia, o de cualquier otro desastre industrial, serán económicamente devastadoras, ya estamos viendo la situación crítica de miles de personas que se verán abocadas al paro o la precarización de sus trabajos, como siempre el empeoramiento de las condiciones de vida la sufrirán las capas más desfavorecidas de la sociedad que ya llevan años soportando las duras embestidas de la “crisis capitalista” y sus recortes. Por lo contrario, seguramente reportara grandes beneficios a las clases altas, como por ejemplo, a los propietarios de las grandes farmacéuticas.

Ante la epidemia, la confinación industrial en la que vivimos se agiganta, nos encierran en nuestras jaulas de ladrillo y hormigón de donde solo podremos escapar virtualmente de la agobiante realidad través de nuestros aparatos tecnológicos. Los mismos aparatos que nos someten y perpetúan la alienación ante la forma de vida industrial. Aquellos aparatos que nos deshumanizan y modelan nuestras percepciones, nuestro cerebro, nuestros sentimientos, etc. que rediseñan la forma de vernos a nosotros mismos y al mundo. Enganchados al mundo virtual nos mantenemos alejados de la realidad de un mundo hostil, de una epidemia o de una catástrofe nuclear. Desde aquellos que gestionan nuestras vidas no reclaman responsabilidad intentándonos hacer partícipes de las catástrofes del capitalismo industrial, curioso porque una de las características de la posmodernidad es la falta de responsabilidad en los actos de cada uno ya que participamos en la máquina “ajenos” a sus efectos. Para nosotros los únicos responsables son la organización técnica de la vida y quienes la gestionan.

CONTRA TODA NOCIVIDAD

MARZO 2020

[ANÁLISIS] MUNDO COVID-19: Las epidemias en la era del Capitalismo

Italia – Contra la cuarentena de las pasiones, la epidemia social

En estos días se extiende una nueva pesadilla: el contagio del llamado Coronavirus. 10 pueblos en el área de Lodi, considerada como el brote de la infección, y otro pueblo en la región de Veneto, donde ocurrió la primera muerte por el virus, han ido puestos bajo cuarentena. Esto significa que no hay posibilidad para la gente de moverse por los alrededores ni de salir de sus casas. A través de Lombardía, el poder obliga a la gente a limitar su movilidad social. Del cierre de los lugares de encuentro al toque de queda hay un paso muy corto. Preses de elles mismes y de algo imperceptibles al ojo humano, el gobierno pastoral incluso ha ordenado a través de un decreto relámpago cerrar las calles y reforzar la guarnición de la policía y del ejército, insinuando que si alguien no cumple con las órdenes del Estado también podría enfrentarse al arresto. Una epidemia social, a la que el poder solo puede responder con represión y vigilancia. La caza del que unge ha comenzado.

Un nuevo espectro se cierne a nuestro alrededor y su fuerza es su presunta veracidad médica y el poder de borrar en un instante todos los demás espectros invisibles para el ojo humano. Curiosamente, cuando hablamos de muerte rápida, la epidemia social se vuelve urgente. Cuando la muerte se establece en la vida, todo vuelve al mundo de la catástrofe. ¿No hay una emergencia cuando los lugares donde vivimos se vuelven irrespirables por la industrialización y el mundo-máquina?

¿No hay emergencias cuando las necroculturas transgénicas devastan el aire que respiramos y la comida que comemos? ¿No hay emergencia ni siquiera cuando seguimos comiendo del suelo radioactivo contaminado por el desastre nuclear de 1986? ¿Y Fukushima, donde les técnicos en el área anuncian que la única manera de parar la radioactividad en progreso es arrojando los residuos al océano?

Con esta epidemia, parece que las certezas de les expertes han colapsado en 24 horas. Y cuando las certezas caen, el caos está a la vuelta de la esquina.

Aforismos sobre el desastre

Esta es la primera epidemia globalizada. Atención, no global, sino globalizada. Siempre ha habido epidemias que han cruzado continentes, que se extendieron como incendios forestales, y causaron muerte y dolor.

Esta, sin embargo, es la primera epidemia vírica que cruza un mundo en el cual les individues son cada vez más similares unes a otres, donde las condiciones de vida son cada vez más estandarizadas y los hábitos de consumo cada vez más homologados.

¿Cuál es el rol ecológico de la enfermedad? En esta era de expertos, donde el lugar principal está reservado para la supuesta ciencia médica, poca cosa se está haciendo sobre esta cuestión. Donde la COP21 ha fracasado, el CoVid19 podría tener éxito. Solo se escapa de la enfermedad y la muerte que de él resultan en un mundo que ha hecho mitología de la perpetuación de sí mismo. Nadie puede pensar que en lugares donde miles de personas viven amasadas, abusando de antibióticos y comida basura, no ocurra este fenómeno. La cuestión ecológica también encuentra una solución en la disminución cuantitativa de seres humanos, así como en la necesaria transformación cualitativa de sus vidas.

Después de todo, ¿en qué nos diferenciamos del Pinne nobilis? Estos amables parientes de los mejillones vivían felices en las inmensas praderas submarinas de Posidonia ocenanica. El ser humano destruyó las praderas donde vivían, los pescó como recuerdos y abrió nuevas formas de comunicación a través de los mares (Canal de Suez). Ahora una bacteria está exterminando a los pocos individuos restantes.

¿O somos como las patatas irlandesas, todes iguales, creciendo en un monocultivo intensivo? Hectáreas de patatas, clones de otras patatas, con las mismas características, los mismos puntos débiles. Todo lo que hace falta es un solo parásito para eliminarlas a todas.

El genetista Lewontin se pregunta en su vídeo Biology as Ideology: “¿fue una bacteria la que causó la explosión de tuberculosis en el Siglo XIX o fueron las condiciones de vida en las fábricas?”

Nos dicen que no salgamos de casa, que no abracemos a las personas que amamos, a través de qué fronteras o caminos no podemos cruzar. Nos dicen que arriesgamos nuestras vidas. Pero ¿qué vidas? ¿Tal vez la no-vida que ya habíamos soportado anteriormente, en la cual la cuarentena era la cabina de nuestra furgoneta parada en la circunvalación de la carretera? ¿O fue el aislamiento en el apartamento, la celda misma de una enorme colmena de cemento?

Cuando es posible que solo el teletrabajo y la socialización pasen completamente a través de Internet, las antenas y lo que las alimenta se convierten en una condición necesaria para mantener el orden social frente al desorden de los sueños.

Eduardo De Fillipo, en Millionaire Naples, escribió que para recuperarse de la guerra era necesario sobrevivir a la guerra. Adda pasó la noche, murmuró, refiriéndose a su esposa enferma. Nosotres también vivimos en medio de una enfermedad, un tumor creciente que afecta a las relaciones entre seres humanes y el medio natural que les rodea. El Estado, el Capital, el Sistema Técnico. La fiebre es la reacción del cuerpo a una invasión externa. ¿Puede una posibilidad de liberación pasar de la fiebre?

Cuando escuches balar al lobo, si eres una oveja preocúpate. Al poder no le preocupa nuestra felicidad, le preocupa que continuemos produciendo, viviendo dentro de los patrones de explotación y supervivencia. Cuando el Estado nos pida cooperación que encuentre una deserción maravillosa.

Muchas civilizaciones han sido destruidas por la enfermedad. Cuanto más compleja es una civilización y cuanto más impone la disciplina con el fin de sobrevivir, más frágil se vuelve. Mientras el ejército y la policía vigilan a les enfermes, los nervios siguen descubiertos. Bloquear esta sociedad, interrumpir sus líneas de suministros, es un gesto muy comprensible y deseable: frente al abismo del desastre ecológico y la aniquilación cotidiana, las posibilidades siguen siendo deseos que finalmente podemos encontrar una manera de expresar. Y bloquear nuestro rol social de no ser capaces de hacer nada con ello.

¿Qué queda cuando el Estado falla? ¿Qué queda cuando se pierde la verdad del Estado? ¿Qué queda cuando el Estado tiene que disparar a sus sujetos porque no quieren ser encerrades en áreas de cuarentena? ¿Qué pasa cuando el Estado se muestra incapaz de gobernar y proteger? La posibilidad. Caracremada corrió solo en los Pirineos persiguiendo la posibilidad del derrocamiento de la dictadura franquista, algún día podríamos encontrarnos encerrades con otras personas para enfrentar la enfermedad por un lado y al Estado por el otro.

Reapasionar la vida

El lenguaje que ya no puede expresarse sigue siendo entendible. Interrumpe el olvido. Enfrentades con el más desalentador de los desiertos, el bosque del conocimiento y la perspectiva. Cada construcción es un simulacro de escombros y su forma no es nada nuevo. Por esta razón, las formas deben ser destruidas.

Launtréamont dijo que la poesía podría ser hecha por todes, no por uno solo. La ciencia, sin embargo, solo puede ser el baluarte de los expertos. Es por eso que la poesía es el rechazo absoluto de la ciencia. Y este es un paso fundamental para ir en busca del oro del tiempo contra la mercantilización de la supervivencia en cuarentena, restaurándole su espontaneidad al pensamiento. Más allá del horror, todo es imaginable.

[Texto] Italia – «Contra la cuarentena de las pasiones, la epidemia social»

Coronavirus, agronegocio y estado de excepción

Mucho se dice sobre el coronavirus Covid-19, y sin embargo muy poco. Hay aspectos fundamentales que permanecen en la sombra. Quiero nombrar algunos de éstos, distintos pero complementarios.

El primero se refiere al perverso mecanismo del capitalismo de ocultar las verdaderas causas de los problemas para no hacer nada sobre ellas, porque afecta sus intereses, pero sí hacer negocios con la aparente cura de los síntomas. Mientras tanto, los Estados gastan enormes recursos públicos en medidas de prevención, contención y tratamiento, que tampoco actúan sobre las causas, por lo que esta forma de enfrentar los problemas se transforma en negocio cautivo para las transnacionales, por ejemplo, con vacunas y medicamentos.

La referencia dominante a virus y bacterias es como si éstos fueran exclusivamente organismos nocivos que deben ser eliminados. Prima un enfoque de guerra, como en tantos otros aspectos de la relación del capitalismo con la naturaleza. Sin embargo, por su capacidad de saltar entre especies, virus y bacterias son parte fundamental de la coevolución y adaptación de los seres vivos, así como de sus equilibrios con el ambiente y de su salud, incluyendo a los humanos.

El Covid-19, que ahora ocupa titulares mundiales, es una cepa de la familia de los coronavirus, que provocan enfermedades respiratorias generalmente leves pero que pueden ser graves para un muy pequeño porcentaje de los afectados debido a su vulnerabilidad. Otras cepas de coronavirus causaron el síndrome respiratorio agudo severo (SARS, por sus siglas en inglés), considerado epidemia en Asia en 2003 pero desaparecido desde 2004, y el síndrome respiratorio agudo de Oriente Medio (MERS), prácticamente desaparecido. Al igual que el Covid-19, son virus que pueden estar presentes en animales y humanos, y como sucede con todos los virus, los organismos afectados tienden a desarrollar resistencia, lo cual genera, a su vez, que el virus mute nuevamente.

Hay consenso científico en que el origen de este nuevo virus –al igual que todos los que se han declarado o amenazado ser declarados como pandemia en años recientes, incluyendo la gripe aviar y la gripe porcina que se originó en México– es zoonótico. Es decir, proviene de animales y luego muta, afectando a humanos. En el caso de Covid-19 y SARS se presume que provino de murciélagos. Aunque se culpa al consumo de éstos en mercados asiáticos, en realidad el consumo de animales silvestres en forma tradicional y local no es el problema. El factor fundamental es la destrucción de los hábitats de las especies silvestres y la invasión de éstos por asentamientos urbanos y/o expansión de la agropecuaria industrial, con lo cual se crean situaciones propias para la mutación acelerada de los virus.

La verdadera fábrica sistemática de nuevos virus y bacterias que se transmiten a humanos es la cría industrial de animales, principalmente aves, cerdos y vacas. Más de 70 por ciento de antibióticos a escala global se usan para engorde o prevención de infecciones en animales no enfermos, lo cual ha producido un gravísimo problema de resistencia a los antibióticos, también para los humanos. La OMS llamó desde 2017 a que las industrias agropecuaria, piscicultora y alimentaria dejen de utilizar sistemáticamente antibióticos para estimular el crecimiento de animales sanos. A este caldo las grandes corporaciones agropecuarias y alimentarias le agregan dosis regulares de antivirales y pesticidas dentro de las mismas instalaciones.

No obstante, es más fácil y conveniente señalar unos cuantos murciélagos o civetas –a los que seguramente se ha destruido su hábitat natural– que cuestionar estas fábricas de enfermedades humanas y animales.

La amenaza de pandemia es también selectiva. Todas las enfermedades que se han considerado epidemias en las dos décadas recientes, incluso el Covid-19, han producido mucho menos muertos que enfermedades comunes, como la gripe –de la cual, según la OMS, mueren hasta 650 mil personas por año globalmente. No obstante, estas nuevas epidemias motivan medidas extremas de vigilancia y control.

Tal como plantea el filósofo italiano Giorgio Agamben, se afirma así la tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno.

Refiriéndose al caso del Covid-19 en Italia, Agamben señala que “el decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno, por razones de salud y seguridad pública, da lugar a una verdadera militarización* de los municipios y zonas en que se desconoce la fuente de transmisión, fórmula tan vaga que permite extender el estado excepción a todas la regiones. A esto, agrega Agamben, se suma el estado de miedo que se ha extendido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una necesidad de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla.

Silvia Ribeiro

[Texto] «Coronavirus, agronegocio y estado de excepción» (Silvia Ribeiro)