Pronto, cerca de tu casa

Pronto, cerca de tu casa

Semanas después de nuestro encarcelamiento inicial, finalmente estamos siendo liberados poco a poco. Liberados, decimos, porque muy pocos se quedaron en sus casas por su propia voluntad. Algunos sí, pero la mayoría no tenían otra opción. La histeria mediática censuradora de cualquier alternativa, las multas, la intimidación policial y sus agresiones han sido suficientes para mantener encerradas incluso a las almas más rebeldes. El monstruo salió de la niebla solo para retirarse nuevamente, sin que nadie sepa cuándo podrá volver a levantar su fea cabeza.

Sin embargo, aquí en el sur de Europa, no hemos sido abandonados durante la cuarentena. No hemos sido olvidados como los muertos. Carrefour ha mantenido sus estantes repletos. Si uno insistía, podía encontrar y acumular papel higiénico. Amazon nunca nos decepciona, pero a 10,000 $ por segundo eso no es sorprendente. Orange suministrando datos en tiempos de necesidad, pero con nuestra sociedad exigiendo la mejora en telecomunicaciones, una actualización del arcaico 4G es esencial. En un período de hibernación, como han elegido etiquetarlo, la gran industria ha disfrutado de un banquete a medianoche mientras que los demás, nos vimos obligados a dormir. Parece que la “destrucción creativa” de Holzmann es exactamente lo que estamos presenciando: una buena limpieza a fondo, barriendo el desorden hacia los rincones para así poder hacer espacio a uno nuevos y elegantes muebles.

El bombardeo científico muestra pocas señales de desaceleración. Los datos, cifras, gráficos, académicos de mucho peso e incluso carteras aun mas pesadas continúan imponiéndonos una historia que debe ser aceptada. Nuestras ideas, experiencias y vidas no son más que noticias falsas en una Nueva Normalidad donde las únicas fuentes fiables son las promesas de los partidos políticos en nuestros periódicos favoritos. Todo el mundo puede opinar pero rechazar esta trama que nos han transcrito, es como apoyar el asesinato. Las cifras primero se dispararon, luego se moderaron, pero la muerte sigue golpeando y, sin embargo, todo lo que vemos en nuestro sombrío paseo hacia la tienda, son las caras a las que una vez sonreímos, evitando nuestra mirada.

La vida que estamos viviendo ahora fue diseñada a partir de un modelo de la transición a la democracia, dice el policía, con la pistola presionando suavemente su cadera. Qué afortunados somos de haber tenido todo este tiempo juntos, dice el marido, peinando el cabello de su esposa para poder cubrir su ojo amoratado. Muchos países no tendrán los privilegios que tenemos aquí, anuncia el director de una ONG, mirando por la ventana los rascacielos de Madrid.

Cuando este fantasma abandone Europa, la vida continuará en su memoria. Las aplicaciones descargadas para protegernos del contagio continuarán rastreando; el “seguimiento de contactos” integrado, se convertirá en un seudónimo de socializar. El software de reconocimiento facial, perfeccionado en detectar a aquellos que usan máscaras, se convertirá en una práctica estándar. Las reuniones no solicitadas de más de dos personas son una amenaza para la salud pública y nuestro conocido distanciamiento social se ha hecho más grande. En este momento, si hay algo de verdad en lo que dicen, el virus estará devastando África, pero hay otras formas de lidiar con eso.

Si estamos todos juntos en esto, sea lo que sea “esto”, y se supone que es nuestro deber proteger a los vulnerables, entonces no es el momento de tomar la píldora azul, tumbarse y disfrutar de Matrix. Las generaciones crecerán entendiendo que esta normalidad es nueva, en referencia a una pandemia que no recuerdan. El contacto humano será una maniobra de terrorismo biológico y refutar a la ciencia se considerará de locos. Los horarios de actividades, elaborados para nosotros, prescribirán claramente los límites del esfuerzo humano a medida que la cena llegue hasta nuestra puerta desde una cuenta de Uber, y entregada por un vecino del portal de al lado que nunca conocerás. No es necesario conocerse. Solo toma una foto y déjala en el portal.

Al contrario de lo que se ha dicho, el capitalismo no es el virus. El capitalismo es una relación social basada en un sistema económico que explota metódicamente a los excluidos. Las reglas no están amañadas y definitivamente, no han cambiado. Los enemigos son quienes siempre han sido: el capital, -su amante de toda la vida- el estado; sus manipuladores, defensores y beneficiarios, la clase rica y dominante; y su defensa, la policía, el ejército y las instituciones de seguridad afiliadas. Incluso la religión está perdiendo su significado ya que este proceso de arrasar y nivelar, anuncia firmemente a la ciencia como único Dios y a sus críticos como el Diablo. Lo que está haciendo el capitalismo, en su interacción de relaciones fluctuantes entre estos elementos, es lo que siempre hace: adaptarse para satisfacer sus propios intereses creados. La belleza de una economía de mercado flexible es que puede doblarse y ajustarse según la oferta y la demanda, pero al doblar la demanda, la oferta puede operar con mayor eficiencia. Así como el capitalismo requiere de la homogeneización del lenguaje para agilizar sus transacciones, empujando a lenguas y dialectos minorizados hacia la irrelevancia, la homogeinización de los requisitos del consumidor y la necesidad de ciertas tecnologías allanan el camino hacia un poder menos abarrotado.

Mucho se ha dicho sobre los ataques a la clase trabajadora. Nos llenamos la boca hablando de los despidos y las suspensiones de contratos, y el trabajo «en negro» clama al cielo, pero, en realidad, todo esto ha sido así de claro desde el comienzo de los tiempos. El poder capitalista, desde sus inicios, ha estado explotando brutalmente, solo que ahora nos está obligándo a tragarnos nuestra desesperación. Con un delicioso mercado inmobiliario de activos líquidos donde poco a poco se eliminan los grumos, lo que permite que capital más establecido amplíe su alcance al reducir los costos laborales más bajos. Aquellos que han estado luchando durante semanas/meses, aceptarán cualquier contrato. La gloriosa flexibilidad de las subcontratas y el trabajo temporal desmonta cualquier suposición de que cunaquier persona necesita un salario digno y estable, ya que las interfaces electrónicas mejoran la eficiencia que los humanos frenaban. Todos los pasatiempos culturales que echamos de menos, se han vuelto totalmente irrelevantes a medida que el Capital va haciendose cargo de “nuestro barrio”. Cada afirmación de que “x no está a la venta” ha sido dejada de lado por la, ahora evidente, respuesta de que “sí, querida, lo está. Tú estás en venta.”

Recordemos que las personas que imponen estas medidas son las mismas personas que derraman sangre, día tras día, en guerras mundiales por motivos políticos. Las mismas personas que hacen pedazos la tierra y la envenenan hasta el núcleo, ya que los recursos más importantes a extraer son las ganancias y el poder. No olvidemos que aquellos que exigen nuestra sumisión y conformidad son exactamente aquellos que, una y otra vez, nos obligan a seguir el camino de la crisis en una economía que nunca pedimos de todos modos. Las mismas intenciones que aumentan los alquileres y bajan los salarios. Las mismas manos que golpearon a los migrantes sin un atisbo de remordimiento. Las mismas armas que mataron a Carlo Giuliani en Génova en 2001, Alexandros Grigoropoulos en Atenas en 2008 y Mark Duggan en Londres en 2011.

Cualquier virus que haya existido no ha sido derrotado, controlado o desmontado. Los ingredientes están ahora en su punto correcto y la receta ha sido perfeccionada. Mientras esperamos el próximo curso, engordando lentamente con las migajas que caen de la mesa de los poderosos y recordando lo fácil que es olvidar. La próxima gran catástrofe está descansando antes de entrar a trabajar. Frente a una de las mayores transformaciones económicas y sociales de la era actual, uno debe recordar que aquellos en quienes muchos buscan una solución, incluso supuestos revolucionarios, no son más que monstruos: creadores de una Nueva Brutalidad a la que estamos haciendo cola para participar.