¿Desde hace cuanto nos dicen, nos repiten, nos advierten que nada será como antes? Que estamos atravesando un período histórico inédito, afrontando sucesos que transformarán totalmente nuestra vida en todos sus aspectos.
El trabajo, no será como antes.
La diversión, no será como antes
Ir a hacer la compra , no será como antes.
Viajar, no será como antes.
La sociabilidad, no será como antes.
Manifestarse y protestar, no será como antes… es más, no será posible.
Y así en todos los ámbitos. Porque todo debe ser reprogramado, saneado, esterilizado. Debemos habituarnos no sólo a que nos controlen y vigilen, sino también a ser aislados, vacunados, curados…
Todo esto nos lo han explicado hasta la saciedad, movilizando un pequeño ejército de expertos (virólogos, psicólogos, sociólogos…). Pero ellos, ¿lo habrán entendido? Por lo que parece, no.
Si no, no se explicaría su estupor ante el magnífico incendio que ha iluminado el cielo de Nantes. La célebre catedral gótica ha sido invadida por las llamas. Si no ha sido la voluntad de Dios, tampoco ha sido la del azar – ni cortocircuitos ni rayos. Ha sido una voluntad humana, rabiosa y determinada, la que ha colocado tres mechas en tres puntos dentro del edificio. Su imponente órgano ya no acompañará las alabanzas al Señor.
¿Y la Santa Iglesia se indigna? ¿El gobierno se indigna? ¿La opinión pública se indigna? ¿Los fieles se indignan? Pero, ¿por qué?
Si ya lo saben todos: nada será como antes. Ni siquiera las iglesias, esos lugares de culto donde se entra con la cabeza gacha a rezar a baja voz a la autoridad, como la de Nantes. Hicieron falta más de 450 años para construirla, han bastado unas pocas horas para demolirla. Ni tan siquiera las comisarías de policía de las metrópolis, esos edificios donde se entra con las esposas en las muñecas, secuestrado por la autoridad, como la de Mineápolis.
Que éstos focos de obediencia, aparentemente inextirpables, sean al fin esterilizados, ¿no es lo mínimo que puede y debe suceder?