Barcelona – Intervención solidaria en la cárcel de Ward Ras y pintadas en sus alrededores

Recibimos por correo electrónico las siguientes noticias relacionadas con la situación en la cárcel de Ward Ras, Barcelona, y las muestras de solidaridad con las personas presas. Son solo una muestra más de la cantidad de motines y revueltas dentro de las cárceles de todo el mundo a raíz de las médidas impulsadas con el coronavirus de fondo. Las muestras de solidaridad, tampoco se han hecho esperar en forma de acciones, agitación, difusión y otras herramientas de comunicación. Para más información, podéis consultar el canal de Telegram «Trenca L´aïllament».

Concentración solidaria delante del centro Penitenciario de Ward Ras.

Nos comunican que ayer, día 6 de abril de de 2020, seis personas se concentraron delante del Centro Penitenciario de Ward Ras en protesta por las condiciones injustificables y de castigo que les han impuesto a las personas presas por la situación del estado de emergencia. Al grito de «libertad presxs», «abajo los muros» y «no estáis solas», acompañados por algunos petardos para que las presas pudieran escucharlas más allá del muro que las separaba, varios mossos d´esquadra salieron del centro increpando de forma intimidatoria y amenazantem provocando la huida de las personas, alertadas al mismo tiempo por los gritos de aviso de las presas de «¡Corred, corred».

Esto no conseguirá romper nuestra solidaridad, no debemos dejar de recordarles que no están solas. Abajo los muros y todo su sistema represor.

 

 

[Barcelona] Intervención solidaria en la cárcel de Ward Ras y pintadas en sus alrededores

(Estado español) Llamamiento a extender la okupación: «Okupa la cuarentena»

OKUPA LA CUARENTENA

La crisis del COVID-19 no ha hecho más que dejar en evidencia el enfermizo mundo en el que vivimos. Es ahora cuando muchas personas se percatan de que el Estado y los grandes poderes económicos, nos someten a una vida de esclavitud en la que dependemos de un salario que nos de para poder pagar un hogar, la comida o las necesidades básicas, y con lo que nos sobre, contribuir al mantenimiento de este sistema, con un consumismo que nos han implantado en nuestro ADN.

Es ahora cuando las paredes de la cárcel se difuminan con las de nuestras calles, viendo como algunas de sus prácticas de dentro se suceden también fuera. Bajo un ensañamiento policial exacerbado, las vejaciones, las humillaciones y los golpes cobran forma, convirtiendo nuestras vidas en un arresto domiciliario o una suerte de tercer grado impuesto mediante el miedo, la represión y el control social.

Es ahora cuando nos damos cuenta de los privilegios o carencias que tenemos y tienen nuestros vecinxs.

Es ahora cuando nos damos cuenta de que la sanidad, la vivienda o la alimentación, pueden llegar a ser un privilegio, si permitimos que sigan haciendo con nosotrxs lo que quieren.
Mientras las calles están vacías por imposición, hay quien decide salir al balcón a hacerle el trabajo sucio al Estado, hay quien decide salir a aplaudir para “apoyar” a lxs médicxs. Nosotrxs elegimos seguir luchando. Porque frente a su control y su represión, solo vale seguir luchando.

Porque hay quien no puede meterse en casa, porque como hemos dicho antes, la vivienda ya es un privilegio al que no todxs tienen acceso. No esperamos que el Estado o las iniciativas privadas vayan a poner solución a estas problemáticas, ya que son los principales interesados en mantener este orden social. El mercado inmobiliario primero creó esa “burbuja” que después acarreó aquella crisis económica de hace 12 años, a la que todo el mundo teme como el fantasma del pasado. En los últimos años ha subido el precio del alquiler hasta llegar a unos niveles que lo hacen, cada vez, menos accesible. Por todo esto, hemos llamado a la huelga de vivienda, porque no vamos a pagar ni las hipotecas ni los alquileres, porque no podemos, y si pudiésemos, por solidaridad con lxs que no pueden.

Pero no nos vamos a quedar aquí, aunque nos hayan hacinado en nuestras casas, en pabellones o debajo de un puente, no vamos a parar. Frente al Estado y la especulación inmobiliaria, solo nos queda hacerles frente. Y por ello, hacemos un llamamiento, como nuestrxs compañerxs de Berlín, a okupar, para que la vivienda no sea un privilegio. Porque entendemos la okupación como un método de lucha frente a la propiedad. Continuaremos liberando espacios, que ahora más que nunca son necesarios.

¡Por eso nosotrxs okuparemos, únete!

¡Okupa tú también!

https://contramadriz.espivblogs.net/2020/04/07/estado-espanol-llamamiento-a-extender-la-okupacion-quot-okupa-la-cuarentena-quot/

¡Cartel de apoyo a las compañeras de la Operación Arca!

SOLIDADARIDAD CON LAS ENCAUSADAS EN LA OPERACIÓN ARCA

El 13 de mayo de 2019 dos compañeras fueron detenidas en Madrid; sus casas y el EOA La Emboscada fueron registrados por la policía. Desde entonces, se mantienen a la espera de juicio bajo la acusación de terrorismo, siendo investigadas en relación a diferentes acciones contra cuerpos represivos, bancos, partidos políticos e inmobiliarias.

No nos importa si para el Estado ellas son inocentes o culpables, si son criminales o terroristas. No queremos legitimar su espectáculo, ni un sistema judicial y político que han creado ellos para sus intereses. La única definición que reconocemos, y en la que nos reconocemos a nosotras mismas desde la complicidad, es la de anarquitas. Porque luchamos por recuperar nuestra vida y nuestra autonomía frente a este sistema autoritario.

Para nosotras la mejor manera de solidarizarse es continuar con las luchas que compartimos, por eso estas compañeras y ortas tantas, golpeadas a diario por el sistema, están presentes en ellas y las inspiran. Un guiño de complicidad, sean criminales, terroristas o simplemente anarquitas.

Sus jaulas no nos detienen.

¡Cartel de apoyo a las compañeras de la Operación Arca!

Sobre el ataque a nuestros lazos

“Yo pendiente de lo mío y tú pendiente de lo tuyo, escucha tu reloj su tictac es un murmullo”

El confinamiento tiene unas consecuencias desastrosas sobre uno de los pilares más importantes de nuestra vida: las relaciones personales. Éstas están siendo obligadas a distanciarse, a romperse, a sustituir el contacto de la carne por el aislamiento de los bits y las pantallas. No es como cuando alguien que quieres marcha por situaciones vitales a algún lugar alejado, donde se tiene la certeza de que ese lazo seguramente a la vuelta esté polvoroso pero intacto, o que vivirá en el recuerdo; pero ahí se tiene el apoyo de todas las otras relaciones en las que nos apoyamos en nuestra vida diaria. Esta situación de cuarentena ha interrumpido forzosamente de la noche a la mañana el curso de nuestras interacciones sociales, ha confinado nuestras vidas al módulo de aislamiento.
Hay quien tiene suerte y al menos (al menos porque para nada completa el vacío que han dejado los lazos distanciados) puede pasar el confinamiento con gente que quiere y en la que apoyarse mutuamente, pero, ¿qué es de las personas que viven solas? ¿quién escuchará sus gritos de ayuda cuando el suicidio aupado por la ansiedad llame a su puerta? ¿Y las mujeres que tienen a su propio carcelero en casa? Se dice que la policía estará atenta de llamadas por violencia de género, pero no podemos esperar que la policía solucione estos problemas, menos aún cuando sabemos que la mayoría de las veces contribuyen a la vejación y humillación de la mujer maltratada. Además, ¿realmente estando encerrada con una persona que te domina podrás coger el teléfono?, ¿podrás salir a la calle? Las cifras de feminicidios nos mostrarán que no. ¿Y quién no tiene sitio donde vivir? A los que los militares “ayudarán” y “relocalizarán”. No debemos fiarnos para nada de lo que dice el Ejército que hará cuando no estemos mirando porque estemos encerrados en casa.
Y para añadir otra piedra a la mochila, el pánico social no sólo ha hecho que individualmente la gente rompa sus lazos, sino que intente romper los que intentan resistir. Regañinas desde los balcones por caminar juntas por la calle, por darse la mano, abrazarse, besarse… Ansiedad colectiva en la base del “yo me estoy quedando en mi casa y tú te lo estás tomando a broma”. Pero es que hablar por whatsapp, skype, redes sociales y demás alternativas que nos proporciona la tecnología ni de lejos valen para salir de la ciénaga de ansiedad y locura en la que nos han hundido. Se necesita contacto, se necesita caminar con alguien sin estar pensando que un coche patrulla nos va a poner un multón por mantener los lazos y no caer en la histeria.
¿Qué pasará cuando podamos volver a salir a la calle y no sepamos relacionarnos en grupo, cara a cara en una plaza? ¿Cuando la ansiedad social esté generalizada y tengamos que unirnos y luchar contra el mundo de mierda en el que vivimos?
No dejemos que el pánico social y el control estatal destruya lo más valorable que tenemos, fortalezcamos nuestros lazos para que sean cadenas irrompibles que barran la dominación.

Los títeres del capital

Hay de todo y para todos los gustos. En uno de los extremos están las versiones más espectaculares, en las que Trump habría introducido el coronavirus en China con ánimo de ganar la guerra comercial. O China lo habría hecho para extenderlo a otros países, recuperarse de la crisis sanitaria la primera y dominar el mundo. O habrían sido directamente los gobiernos en sus propios países, preocupados por la cuestión de las pensiones, que habrían aplicado la típica solución maltusiana de quitarse la mayor parte de viejos de encima. El otro de los extremos, más sutil y también mucho más extendido en determinados medios, afirma que la gravedad del coronavirus, si no un invento mediático, al menos sí que está siendo conscientemente exagerada por la burguesía para aumentar su control represivo sobre nosotros. A fin de cuentas, la gripe común mata a más gente. ¿No es sospechoso que los gobiernos estén decretando estados de excepción, llevando al ejército a las calles, aumentando las patrullas policiales y poniendo multas altísimas ante una enfermedad que no llega al número de muertos anuales de la gripe común? Sea como sea, aquí hay algo raro.

Es lógico que en el capitalismo surjan discursos y formas de pensar como estos. Se trata de ideologías que emanan espontáneamente de las relaciones sociales organizadas en torno a la mercancía. Todas ellas se basan, en última instancia, en la idea de que todos nosotros seríamos títeres al albur de las decisiones de un grupo todopoderoso de personas que, conscientemente, dirigen nuestras vidas para su propio interés. Esta idea de fondo, que parecería sólo atribuible a las teorías de la conspiración, en verdad está muy extendida: es la que funda la propia democracia.

Los dos cuerpos del rey

Es una cosa particular la manera en la que nos relacionamos en una sociedad organizada por la mercancía. Inédita en la historia, de hecho. La primera y la última forma de organizar la vida social que nada tiene que ver con las necesidades humanas. Por supuesto, antes del capitalismo había sociedades de clase, pero incluso en ellas la explotación estaba organizada con el fin de satisfacer las necesidades ―en sentido amplio― de la clase dominante. En el capitalismo la burguesía sólo lo es en la medida en que sea una buena funcionaria del capital. Ningún burgués puede seguir siéndolo si no obtiene ganancias no para su consumo, que es un efecto colateral, sino para invertirlas de nuevo como capital: dinero para obtener dinero para obtener dinero. Valor hinchado de valor, en perpetuo movimiento. Cuando hablamos del fetichismo de la mercancía, damos cuenta de una relación impersonal en la que no importa quién la ejerza ―un burgués, un antiguo proletario venido a más, una cooperativa, un Estado―, porque lo importante es que la producción de mercancías persista en una rueda automática que no puede dejar de girar. La pandemia actual está mostrándonos lo que pasa cuando esa rueda amenaza con pararse.

Pero esta dinámica impersonal provoca una curiosa inversión. La relación social básica del capitalismo es esta: dos personas que sólo se reconocen entre sí en la medida en que son portadoras de cosas. Si esa cosa es capital, dinero dispuesto a invertirse en la explotación del trabajo, entonces su poseedor será un capitalista. Si es un trozo de tierra o sus derivados ―un bloque de viviendas, por ejemplo―, su poseedor será un rentista. Si es dinero destinado a la compra de mercancías para el consumo, su poseedor será un respetable consumidor. Si esa cosa es un cuerpo, unas manos, una inteligencia, una actividad en definitiva dispuesta a su venta, se estará en posesión de la mercancía fuerza de trabajo y su poseedor será un proletario. La posición social del poseedor de la mercancía cambia en la medida en que cambie esa misma mercancía. El ser humano viene definido por lo que posee, en la medida en que esto que posee esté destinado al intercambio. Las mercancías crean las relaciones sociales en el capitalismo.

Y sin embargo, la impresión que tiene el poseedor de la mercancía es bien distinta. Desde su plano individual e inmediato, es él quien decide. Propietario absoluto, sujeto consciente y libre, puede vender o no vender, invertir, consumir o echar al mar, si le apetece, la mercancía que tiene entre las manos. Es el fundamento mismo de la propiedad privada: el derecho de uso y abuso sobre aquello que se posee. Y esto le convierte en el soberano todopoderoso de su mercancía. La palabra no está escogida al azar: la soberanía, concepto fundante de la democracia y de la nación, encuentra su base en esta relación material entre productores privados de mercancías. El idealismo, el voluntarismo y la separación radical entre naturaleza y cultura, también. En la relación capitalista, el individuo es el rey. O al menos tiene la impresión de serlo.

Entonces, el capitalismo tiene dos cuerpos. Uno inmortal, impersonal, el de la perpetua producción y reproducción de capital, y otro mortal, pasajero, evanescente: el de los individuos que lo encarnan. El capitalismo siempre es impersonal, aunque esté personalizado. Sus individuos pueden tener la impresión de que lo dirigen ―y es lógico que así sea, la propia relación material que establecen entre sí les induce a pensarlo―, pero sólo lo harán en la medida en que sirvan para alimentar la máquina impersonal del capital. En ello consiste la curiosa inversión que producen las relaciones mercantiles: al mismo tiempo que están dirigidos por una lógica inconsciente, automática, una lógica que sólo pueden obedecer la comprendan o no, los individuos se piensan el sujeto de la historia.

Los títeres

Cuando se nos dice que la burguesía se estaría organizando para promover el pánico con el coronavirus, crear un estado de opinión policíaco dispuesto a aceptar cualquier violación de libertades civiles y poder así aumentar su poder sobre la sociedad, se hace una concesión a esta ideología democrática y se convierte a la burguesía en algo que no es.

En primer lugar, la burguesía no es un cuerpo unitario. Antes bien, la lógica de competencia capitalista no le permite actuar como un solo cuerpo más que en momentos precisos, cuando se ve obligada a ello por la organización en clase del proletariado. Sólo en momentos como esos la burguesía deja de competir entre sí por un mayor trozo del pastel y se enfrenta en bloque a nosotros. Tenemos muchos ejemplos históricos de ello: desde algunos más antiguos, como cuando Prusia detuvo los combates contra la burguesía francesa para que ésta pudiera aplastar la Comuna de París, hasta otros más modernos, como la tregua entre Bush padre y Saddam Hussein durante la Primera Guerra del Golfo para que Saddam pudiera redirigir, momentáneamente, sus bombarderos contra las deserciones masivas, revueltas y consejos obreros en el norte y sur de Irak. El resto del tiempo, la burguesía vive fragmentada y en una pugna permanente, un caos social que sólo puede ser organizado medianamente en el juego de facciones, siempre cambiante, al interior del Estado.

Por otro lado, el principal objetivo de la burguesía como clase dominante no es el control social. Eso es una consecuencia inevitable de su verdadero objetivo: el crecimiento del PIB, por simplificar, que naturalmente conlleva la gestión de una sociedad dividida en clases y la eventual represión del proletariado cuando le da por protestar contra su explotación. El Estado no es un monstruo autoritario que esté al quite de la primera ocasión en que pueda aumentar su poder sobre nosotros. Esa es la visión burguesa y democrática del Estado: de ahí el despliegue de toda una serie de mecanismos de control democrático para que no se exceda en sus funciones, antigua memoria de un Estado absolutista que todavía no estaba plenamente regido por la lógica impersonal del capital. Habida cuenta de la brutal disminución del PIB que se prevé con la crisis sanitaria del coronavirus, podemos suponer que el Estado no está muy contento de tener que desplegar sus fuerzas represivas para garantizar la cuarentena. Nos atrevemos a suponer, de hecho, que la clase dominante era mucho más feliz cuando la gente cumplía libremente con su papel en la circulación de mercancías: el de trabajadores y consumidores, como dios manda.

Y es que el Estado y sus políticos no son más que títeres. Pero no títeres de la burguesía, como muchas veces se dice. Esta idea sólo cambia una gran mano que sujeta los hilos por otra. No: unos y otros no son más que títeres con un papel diferente, pero títeres a fin de cuentas en el teatro del capital. Si no interpretan bien este papel, tendrán que hacer mutis por el foro. Las teorías de la conspiración, a cada cual más original, tienen la misma base que la del juego democrático: la idea de que los individuos determinan la historia, y de que un grupo de individuos debidamente posicionado ―sea el club Bilderberg o el Gabinete de los Estados Unidos― puede hacer uso de su libre arbitrio para dirigir nuestras vidas como le apetezca. De ahí también las infinitas discusiones, largas hasta el bostezo, sobre quién es el mal menor en las siguientes elecciones: por si alguien no había terminado de darse cuenta con la crisis actual, no importa si el partido en el poder es de izquierdas o de derechas. Intentarán hacer alguna medida diferente para justificar la diferencia de siglas, pero en el fondo, en lo fundamental, harán exactamente lo mismo porque la función determina el órgano, y su función está clara: la gestión de la catástrofe capitalista, cada vez más fuerte, cada vez más brutal.

Porque el coronavirus es expresión de eso. No es la crisis, porque la crisis es la del capital y sus categorías estructurales, como hemos explicado en otras ocasiones. Pero tampoco es una gripe común. En los días en que se escribe esto, en Madrid está muriendo cinco veces más gente que en los mismos días del año pasado. En todo el país los hospitales están atestados. Ante la escasez de aparatos respiratorios, se está dejando morir a los enfermos a partir de una determinada edad. Las morgues y los cementerios no dan ya más de sí. No es una gripe común. La crisis sanitaria, económica y social que ha despertado el coronavirus es, de manera más profunda y real, la expresión de unas relaciones sociales que se están pudriendo por dentro y que morirán matando, si no acabamos antes con ellas. Nos hemos hartado de decirlo hasta la saciedad: la disyuntiva real, la única posible, es la revolución comunista o la extinción de la especie. La pandemia por desgracia es una demostración inmejorable.

¿Impotencia?

Ningún individuo, ni siquiera un grupo de ellos, es sujeto de la historia. El individuo no es más que una partícula en el flujo de dos fuerzas sociales contradictorias. Son esas fuerzas las que se mueven y los individuos, lo sepamos o no, nos movemos canalizados por una u otra. Como dos corrientes de agua, o mejor, como dos placas tectónicas: su fricción creciente desemboca, antes o después, en un terremoto.

No es maniqueísmo. Un solo individuo puede moverse en una y después en otra, y convivir en esa contradicción hasta que la polarización social parte las aguas y te encuentras en uno de los lados de la barricada, como suele decirse. Una de esas fuerzas afirma la conservación del orden existente. Es el partido del orden, que describía un compañero. La otra se despliega como un movimiento real que pone en cuestión el estado de cosas presente: es el comunismo, que nada tiene de ideología o de una propuesta deseable para el futuro, sino que es la emergencia de unas relaciones sociales que ya se están desarrollando y que pugnan por imponerse contra la putrefacción del capital.

En estas semanas hemos visto expresarse ambas fuerzas sociales. Por un lado, la unidad nacional y la disciplina social: los aplausos cotidianos desde los balcones al personal sanitario, esos grandes héroes nacionales que, como todos los héroes nacionales, están siendo utilizados como carne de cañón en el juego de peones del capital. También se encuentran aquí el espionaje desde las ventanas, las denuncias a la policía de quien sale más de dos veces a la calle, los abucheos a las personas que van acompañadas, independientemente del motivo. Eso está, aunque tampoco podamos exagerarlo. Visto en perspectiva histórica, mucho más fuerte fue la presión en las potencias occidentales por alistarse en la Primera Guerra Mundial o muchísimo más por luchar contra el fascismo y a favor de la democracia capitalista durante la Segunda Guerra. No estamos en una situación contrarrevolucionaria, como la de la posguerra, en la que la defensa del capital fue asumida por una amplia parte del proletariado.

Por otro lado, vemos surgir expresiones de apoyo mutuo y solidaridad con el desconocido. Los bloques de viviendas, los barrios, incluso las pequeñas ciudades se organizan para hacer la compra, hablar y apoyar emocionalmente a las personas que lo necesitan en las duras condiciones de la cuarentena. Todos lo hemos notado: hay como una necesidad de hablar permanente, de ayudarnos, de compartir lo que está ocurriendo y de reflexionar juntos. Además, las huelgas en Brasil, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Camerún, por no hablar de Italia, donde se suman los saqueos a los supermercados, y los disturbios, como en Hubei, se están multiplicando con una sincronicidad mundial que confirma una dinámica cada vez más internacional de las luchas de nuestra clase. A diferencia de la crisis de 2008, que nos pilló a todos más aislados, presas de la conmoción, en esta nueva crisis no hay una autoculpabilización, un hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, un apretarse el cinturón, que es lo que toca: todo lo contrario, hay una conciencia muy clara de que se nos manda al matadero para preservar el buen funcionamiento de la economía nacional.

No hay nada que pueda decirnos si va a estallar un movimiento de luchas ahora, en unos meses ya pasada la cuarentena o dentro de tres años. Porque no hay una relación mecánica entre la violencia que ejerce el capital contra nosotros y el momento en que nos levantamos como clase. Es imposible prever cuándo caerá la gota que desbordará el vaso, pero hay algo seguro: la cuestión está muy lejos de la acción de algunos individuos, ni de los maléficos que nos dirigen ni de los benevolentes que quieren salvarnos. Simplemente, no se trata de eso. Hay dos placas tectónicas, dos fuerzas contrapuestas que están incrementando la tensión de su empuje. No sabemos cuándo vendrá el terremoto. Lo que es seguro es que la manera de prepararnos cuando llegue pasa por comprender la gravedad del momento histórico que estamos viviendo. De nuevo, una vez más, otra vez: la única elección que vale la pena es la de la disyuntiva entre la revolución o la extinción de la especie. Nosotros ya hemos escogido.
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Los títeres del capital

Contra la pandemia del capital ¡revolución social!

El capitalismo está instalando el terror y la represión en todo el mundo en una operación sin parangón en la historia de la humanidad. Confinamiento de regiones, ciudades y países enteros, confinamiento masivo de seres humanos que son obligados a permanecer encarcelados en sus propias viviendas, suspensión de los miserables derechos ciudadanos, vigilancia, seguimiento y procesamiento de los movimientos de la población a través de todo tipo de tecnologías (smartphones, big data, inteligencia artificial…), despidos masivos, aplicación de Estados de emergencia, de alarma, de sitio, etc. Por todo el globo vemos extenderse una militarización de las calles para controlar y reprimir todo movimiento no autorizado. También vemos multiplicarse los ojos del Estado por medio de ciudadanos sumisos y atemorizados que vigilan cualquier pequeño incumplimiento o cuestionamiento de los decretos del mismo.1

Para apuntalar este escenario, los voceros del Estado nos ahogan con datos sobre la expansión de lo que la OMS ha denominado como “Pandemia del COVID–19”. La retransmisión de las cifras de infectados, hospitalizados y muertos, así como de las tasas de mortalidad y de las previsiones de contagio, acompañadas de imágenes de hospitales saturados y caravanas de coches fúnebres haciendo cola en la morgue, se suceden frenéticamente ante nuestros ojos con todo lujo de detalles mientras un constante desfile de políticos, científicos, milicos y periodistas nos introducen en una guerra contra un enemigo externo llamado coronavirus, presentado como el gran mal de la humanidad, como una pandemia que pone en peligro la vida de los seres humanos.

Queremos dejar claro que con esto no tratamos de decir que lo que se denomina COVID–19 no exista o sea una pura creación ideológica del Estado. Lo que tratamos de explicar a lo largo del texto es que la pandemia está siendo utilizada como herramienta contrainsurreccional y de reestructuración del capitalismo, que lo que nos venden por solución es mucho peor que el problema. En este sentido, si bien es evidente la incidencia social de esta pandemia como resultado del despliegue terrorista desarrollado por los Estados, no tenemos elementos sobre los que valorar aún la incidencia directa del COVID–19 a nivel biológico sobre nuestra salud. Los datos que manejamos son los que ofrecen los diversos aparatos del capitalismo mundial (OMS, Estados, organismos científicos…), que evidentemente para nosotros no tienen ninguna fiabilidad pues tal o cual Estado puede inflar o tapar sus estadísticas. Claro que también los proletarios de residencias de ancianos, cárceles, psiquiátricos… denuncian que esos centros se están convirtiendo, más que nunca, en centros de exterminio. Ahora bien, la cuestión fundamental a tener en cuenta es que el capitalismo mundial nunca tomó semejantes medidas pese a la catástrofe generalizada que materializa y se expresa en miles de terrenos (pandemias, enfermedades, hambrunas, catástrofe ecológica…).2

Para nosotros no hay nada de humanitario en las medidas contra el coronavirus. El Estado siembra el miedo y la impotencia entre una población atomizada para presentarse a sí mismo como el protector omnipotente de la humanidad. Llama a la unidad de todos para asumir juntos la lucha contra ese enemigo, a realizar los sacrificios necesarios, a colaborar con todo lo que las autoridades dicten, a someterse a las directrices y órdenes de los distintos aparatos del Estado.

Todo este despliegue espectacular crea una cobertura imprescindible. No cuela el cuento de la defensa de la salud. Sabemos que la muerte y catástrofe generalizadas son la esencia de este modo de producción y reproducción, donde la vida humana y el planeta son meros medios para la valorización, y al capital le importa un carajo su bienestar. Aunque las diferentes formas de gestión burguesas diseñan límites para no destruir totalmente el sostén material de la valorización, la depredación de esos medios, su deterioro y destrucción acaban franqueando todo límite, pues esa es la forma natural bajo la que se desarrolla la vida en el capitalismo. La destrucción del planeta y sus habitantes, la muerte imparable, y en crecimiento, de millones de humanos por hambre, por guerras, por pandemias, por la toxicidad, por el trabajo, por inanición, por suicidios y un largo etcétera, nunca han sido un problema a solucionar para el capitalismo, sino daños colaterales o, mejor dicho, su modo específico de desarrollarse.

Las campañas de “solidaridad”, la investigación y el desarrollo científico–médico o alguna que otra medida legislativa, son las formas como el capital aplica las “soluciones” a todas las preocupaciones que generan esos grandes problemas que sufre la humanidad bajo la tiranía del valor. Incluso si utilizamos el mismo criterio restringido y tramposo que utiliza la ciencia para justificar las medidas tomadas hoy de forma generalizada,3 es decir, la existencia de un virus que amenaza la salud de la sociedad, sabemos que en todos y cada uno de los países donde se despliegan esas “medidas de contención del coronavirus” la existencia, según los propios datos oficiales, de otros virus con una gran incidencia para la salud nunca ha sido motivo de gran preocupación. Eso no quiere decir que el Estado no se vea obligado a intervenir con motivo de alguna catástrofe concreta, como ha hecho en diversas ocasiones, lo que aprovecha siempre para introducir medidas que en otro momento supondrían resistencias y revueltas.

Por consiguiente, para nosotros es claro que todas las medidas que el capital está desplegando para “luchar contra la pandemia del coronavirus” no tienen como objeto nuestra salud, nuestro cuidado y bienestar. Cabe preguntarse por qué el capitalismo ha creado este estado de guerra en este caso concreto y, más importante aún, qué hacemos como proletarios y revolucionarios en esta situación.

No tenemos dudas. La guerra contra el coronavirus es una guerra contra el proletariado mundial. Las medidas estatales justificadas por la pandemia del coronavirus son un salto cualitativo decisivo y homogéneo en la contrainsurrección mundial y en las tentativas burguesas por tratar de iniciar un nuevo ciclo de acumulación de capital. Y frente a esa guerra el proletariado sólo tiene dos caminos: o sacrificar su vida en ella o contraponerse a la misma para defender sus necesidades humanas.

Es cierto que vivimos en un sistema social acostumbrado a confinar. A confinar los alimentos, las necesidades básicas, a confinarnos en pisos, en coches, en centros comerciales, en centros de domesticación para los niños, en centros de trabajo, en centros de mayores (geriátricos), en centros de salud, en centros carcelarios, en centros de ocio o vacacionales… y estas medidas dan una vuelta de tuerca más a este sistema de aislamiento y privatización, transformando el mundo en un gran campo de concentración.4 Pero no se puede obviar que todo esto sucede precisamente cuando la catástrofe capitalista alcanza nuevas cumbres, cuando el antagonismo entre la vida y el capital llega a niveles todavía más insostenibles que en el pasado. La destrucción de la Tierra, la depredación de sus recursos, el envenenamiento de todo lo que existe, la agudización de todos los mecanismos de explotación y expoliación del ser humano y todo el medio natural, que son aspectos inherentes a este modo de producción de la especie determinado por la economía, están alcanzado niveles insoportables para la mera existencia de seres vivos. La propia dinámica de valorización del capital, en la que éste tiene cada vez más dificultades para renovar sus ciclos reproductivos por la creciente desvalorización que le es congénita, está llevando las contradicciones de este sistema social a sus límites. Caminamos hacia una desvalorización sin precedentes. El desplome del capital ficticio, que sostenía con alfileres los ciclos de reproducción capitalistas, se prefigura en el horizonte. La crisis financiera de los últimos años, cuya primera gran explosión se desarrolló en el año 2008, expresa el agotamiento del mecanismo de respiración artificial que mantenía con vida la economía mundial. Hoy, cuando todo el capital se sostiene en base a la reproducción incesante de capital ficticio, de toneladas de deudas y toda clase de inyecciones financieras que permiten que el capital siga succionando la sangre del proletariado mundial, la burguesía comienza a ser consciente que la ficción no puede escapar a la propia lógica sobre la que se ha edificado, no puede desembarazarse de la ley del valor y toda esa gigantesca acumulación de capital se precipita hacia su desmoronamiento.

Claro que, ante todo, no podemos obviar otra cuestión todavía más decisiva. Toda esta “guerra contra el coronavirus” sucede precisamente cuando la catástrofe que la burguesía hacía cargar sobre las espaldas del proletariado proyectaba grandes sacudidas auguradas ya por las oleadas de luchas que confluyeron en el año 2019 y principios de 2020 en decenas de países.5 El desencadenamiento de un incendio que arrase con todo el orden capitalista es un problema que vuelve a estar al orden del día en los círculos de la burguesía y una esperanza que vuelve a los corazones de los proletarios.

De ahí que desde hace años las operaciones contrainsurreccionales se multipliquen por el mundo. Si bien, todo manual contra la insurrección tiene como fundamento destruir la autonomía del proletariado, las formas como se ha materializado a lo largo de la historia han sido múltiples. La guerra imperialista, que no ha dejado de desarrollarse, siempre ha sido el recurso por excelencia para transformar el antagonismo de clases en una pelea entre fracciones burguesas, restableciendo la unidad nacional frente a un enemigo exterior, destruyendo a los irreductibles, dando una vuelta de tuerca más a las condiciones miserables del proletariado —imponiendo sacrificios bélicos y posbélicos— y generando una destrucción, material y humana, lo suficientemente amplia para dinamizar el proceso de reproducción capitalista abriendo una nueva fase de expansión.

La pandemia del coronavirus presenta todas las características propias de la guerra imperialista: el enemigo exterior, la unidad nacional, la economía de guerra, los sacrificios por la patria o el “bien común”, los colaboradores, las muertes, la reestructuración económica, etc.6

Como toda guerra imperialista supone pérdidas generales a corto plazo (aunque ciertos sectores disparen sus beneficios), pero contiene las bases materiales para generar una nueva fase de acumulación. El proceso de reanimación del moribundo capital, que está aplicándose bajo la cobertura de la guerra al coronavirus y que implica el ataque a las condiciones de vida del proletariado, conlleva el impulso de una nueva fase de acumulación que sólo puede desarrollarse sobre una destrucción de capital de dimensiones y consecuencias inéditas y desconocidas. Claro que en una dinámica donde el capital ficticio representa el eje donde se sustenta la acumulación, la destrucción partirá de ese terreno. La actual paralización parcial y temporal de la producción y circulación de mercancías requiere cantidades insólitas de capital ficticio para mantener el tejido social, además de centralizar gran parte del capital en los sectores militar y sanitario. Sin embargo, esa inundación de ficción para aliviar la parálisis del mercado, que ya contenía una sobreacumulación insostenible de capital ficticio pero que circulaba en gran parte exclusivamente por los mercados financieros, implica volcar masas enormes de ficción desde esos mercados financieros al intercambio mercantil efectivo, lo que expone todo ese capital a su destrucción por la corrección coercitiva que, más pronto que tarde, realizará el mercado respecto al signo de valor. Es decir, la devaluación de la moneda, la imposición despótica de una ley que la burguesía creía haber burlado, creará una desvalorización sin precedentes que implicará la quiebra generalizada de empresas, de Estados, la cancelación masiva de deudas y, por supuesto, la tentativa burguesa de reestructuración global de todo el capital (centralizándose en nuevas esferas, purgándose otras, consolidando nuevos mecanismos de circulación…), tratando de reemprender un nuevo ciclo de acumulación.

Claro que, sobre todo y ante todo, este contexto sólo puede desarrollarse haciendo tragar al proletariado un sacrificio que le invitará a reventar masivamente, que generalizará en todas partes unas condiciones cada vez más imposibles para la supervivencia. Por otro lado, también le empujará a rebelarse, a defender sus necesidades frente a la catástrofe del capital. Ese es el futuro que nos reserva a la humanidad el capitalismo mundial: agudización de la catástrofe o revolución.7

En ese contexto se comprenden mejor el accionar de todos los Estados, se comprende el confinamiento, la salida del ejército a las calles, el control, la vigilancia de la población, el ajuste de cinturones de todos los proletarios y el anuncio de los Estados de peores sacrificios a venir. El Estado evalúa cómo reacciona el proletariado ante estados de emergencia y consigue replegar momentáneamente protestas y revueltas en desarrollo como en Francia, Irán, Irak, Líbano, Argelia, Hong–Kong, Chile, etc. En Chile, antes de que los números oficiales del Estado aporten si quiera una sola muerte, y antes de que se implemente alguna medida sanitaria, el Estado ha declarado el estado de emergencia. De esa forma los Estados utilizan la pandemia para recuperar la paz social en zonas con protestas y revueltas estos últimos años, a la par que despliegan en otras partes un entorno propicio para la represión de las protestas a las medidas de empeoramiento que se preparan, comprobando la capacidad de control social que posee sobre su territorio, dónde se concentran los focos rebeldes, qué aspectos mejorar para asegurar la vigilancia y el dominio del territorio, etc.

A lo largo de la historia del capitalismo, a medida que éste iba imponiendo nuevos ajustes y vueltas de tuercas a la explotación, se fueron sucediendo resistencias más o menos colectivas, revueltas e insurrecciones. Por eso fue sorprendente, en un primer momento, la masiva aceptación del proletariado a las medidas aplicadas por los Estados, facilitada, sin duda, por la situación novedosa en que se encontraba y la fuerza mediática de los aparatos del Estado. Sin embargo, algunos proletarios anuncian por medio de sus primeras contestaciones a todas estas medidas, su rechazo a seguir el sonido de las trompetas del Estado, a someterse al régimen de terror y a aceptar el empeoramiento de sus condiciones de vida. Poco a poco vemos como los gestos, gritos, movilizaciones y protestas comienzan a reproducirse.

Pese a las difíciles condiciones que impone el Estado a través del confinamiento y el aislamiento, nuestra clase trata de organizar su respuesta al ataque lanzado por el Estado. No sólo se reproducen pequeños actos de desobediencia, que el Estado reprime con multas, detenciones y acusaciones de insolidarios (como los ancianos que se pasean con la barra de pan, los padres que juntan a niños en casa de los que tienen el jardín más grande, los jóvenes que pasean por los bosques con la excusa de buscar leña, los que cuestionan la versión oficial en cuanto a temas de salud, los que avisan dónde hay controles y señalan a los soplones, los que inventan todo tipo de tretas y artimañas… actos todos que expresan nuestra necesidad más humana de romper el encarcelamiento e invitan a romper el aislamiento), sino que también se suceden protestas y enfrentamientos en las calles.

La provincia de Hubei, primer lugar a ser sometido al estado de emergencia, está viviendo protestas y enfrentamientos en diversas ciudades. En Filipinas se desafía el confinamiento realizando manifestaciones que reclaman alimentos y otros productos básicos. En Argelia, los proletarios se niegan a suspender manifestaciones que se encadenan una tras otra desde antes del confinamiento. En la India, los trabajadores inmigrantes se enfrentan a la policía. En Italia se organizan acciones al grito de “¡Noi! A recuperar lo que nos quitan”. Los motines en las cárceles y en los centros de detención de inmigrantes ilegales viajan de país en país. Los saqueos y el llamado a no pagar alquileres, junto a las huelgas de los que siguen trabajando comienza también a instalarse en algunos lugares. Como las redes de apoyo mutuo y cajas de resistencia.

Los diversos Estados nacionales tratan de zanjar o contener estas protestas utilizando las ventajas que les permite el estado de emergencia. El presidente de Filipinas fue claro al respecto al afirmar que se ejecutará a todo el que se salte el confinamiento. Por otro lado, anuncian pequeñas concesiones como la liberación temporal de 100.000 presos en Irán, o la creación de bonos sociales para la alimentación en Italia. Otros Estados, intentando anticiparse a las protestas, lanzan miserables zanahorias que estamos convencidos que no servirán para aplacar ni el hambre ni las amplias necesidades reprimidas durante siglos por un capitalismo a las que hoy se les da una nueva vuelta de tuerca.

Estas primeras escaramuzas que se organizan contra el estado de emergencia mundial avanzan que el proletariado no se quedará encerrado en su casa viendo cómo le llevan al matadero ni aceptará sacrificarse por la economía. Pero necesitamos organizar internacionalmente toda esa contestación y profundizarla hasta atravesar el corazón de la bestia capitalista. Cambiar el miedo de lado, que el pánico se traslade para el lado de la burguesía. Que el miedo por la pandemia del coronavirus se transforme en miedo por la pandemia de la revolución.

¡La guerra contra el coronavirus es una
guerra contra el proletariado mundial!

¡Impongamos nuestras necesidades humanas
a las necesidades del capitalismo mundial!

2 de abril de 2020

Proletarios Internacionalistas

1 Aclaremos que a pesar del estado de emergencia y el confinamiento, declarado en decenas de países en el mundo, el capital sigue manteniendo en funcionamiento los sectores productivos que considera necesarios, obligando a los proletarios de esos sectores a ir a trabajar y recluyéndolos en su vivienda en cuanto termina. Incluso en los países de mayor parálisis de producción y circulación, el decreto de “sólo trabajos imprescindibles”, creando la apariencia de que son para nuestras necesidades humanas, es tan ambiguo y flexible justamente para no obstaculizar las necesidades del capital.

2 No creemos relevante profundizar en este texto en cuestiones relacionadas con el origen concreto del COVID–19. En primer lugar, porque no podemos afirmar nada con claridad al no tener los elementos suficientes para hacerlo, y en segundo, porque lo más importante es comprender que la producción y difusión de las pandemias actuales son un resultado del modo de producción y circulación capitalista. Ver al respecto: Contagio social, del grupo Chuang (https://lazoediciones.blogspot.com/2020/03/chuang-contagio-social-guerra-de-clases.html) y Las pandemias del Capital (http://barbaria.net/2020/03/20/las-pandemias-del-capital/) del Grupo Barbaria.

3 Queremos aclarar, aunque no podamos profundizar en este pequeño texto, que no sólo negamos que la curación de una enfermedad sea un acto médico, como el sistema de salud del capital y la medicina “oficial” nos quieren hacer creer, sino que nuestra concepción de lo que es una enfermedad, un virus y, más en general, nuestra concepción de lo que es el cuidado de la salud, están en las antípodas de la ciencia. Desde luego, la ciencia, si está para algo, es para desarrollar las condiciones necesarias para que el capitalismo siga funcionando, siga aniquilando y aplastando todo, saltando obstáculos, sobrepasando límites, etc. Sus distintas articulaciones permiten al capital la adaptación y la fagocitosis.

Esto no quiere decir que avalemos o propongamos un sistema o enfoque “alternativo”. El sistema tecnocientífico condena rápidamente a sus críticos bajo el rótulo de “seudociencia”, pero nuestra crítica del sistema dominante y totalitario de conocimiento bajo la sociedad capitalista también apunta a los fenómenos catalogados de esa forma. Además, estas “terapias alternativas” cada vez actúan más como válvulas de escape y técnicas que complementan a la “medicina oficial”.

4 Claro que ese gran campo de concentración no es igual para todos. No sólo se refleja en aspectos como decíamos en una nota anterior en relación con el trabajo, sino que también el propio confinamiento se vive totalmente diferente. Recordemos la campaña “yo me quedo en casa”, impulsada por medio de vídeos en los que algunos famosos arengaban desde sus “pequeños jardines” o el interior de sus “modestos palacetes” a quedarse en casa, y que fue mimetizada por miles de ciudadanos desde las cajas de cerillas en las que viven.

5 Ver nuestro texto Revuelta internacional contra el capitalismo mundial en www.proletariosinternacionalistas.org.

6 No sólo nos referimos a las muertes asociadas por los Estados al COVID–19, sino que incluimos las generadas por el Estado con sus medidas. Entre algunos compañeros se discute si caracterizarla también como una guerra química directa contra el proletariado (lo que no implica hablar de premeditación —aunque sepamos que nuestro enemigo ya la usó en el pasado y no ha dejado de desarrollar la investigación en ese campo— sino de su efecto objetivo), en concreto contra los sectores que el capital considera improductivos y que suponen fuertes cargas a las arcas de los Estados y que es precisamente donde está golpeando el coronavirus: ancianos, presos, inmunodeficientes…

7 No estamos afirmando que este proceso se desarrolle inmediatamente, pero sí afirmamos que bajo “la pandemia del coronavirus” ese proceso ha iniciado un salto cualitativo hacia su desenvolvimiento.

http://www.es.proletariosinternacionalistas.org/contra-la-pandemia-del-capital/

Lleida – Sentimientos y reflexiones que nos surgen (en relación al COVID-19)

Después de haber pasado ya unas semanas desde que se están aplicando los protocolos de «prevención y protección» ante el COVID-19 en las cárceles, sentimos la necesidad de expresarnos. Expresarnos en base a nuestro sentimiento, a nuestra rabia, preocupación, impotencia e indignación por como se gestiona la situación, por como han aislado y recluido aún mas a lxs compas de dentro, por las noticias de abusos, maltratos, palizas que nos llegan con dificultad, por como se abusa mas que nunca del poder y la impunidad, y por como parece que se consideran como «positivas» ciertas medidas que se han empezado a adoptar por parte de Instituciones Penitenciarias que, a nuestro parecer, son solo un lavado de cara.

Parece ser cierto que, al menos en algunas comunidades, se están adoptando incipientes medidas para calmar los ánimos de lxs presxs y contrarrestar los efectos de las restricciones para prevenir el coronavirus en la cárcel. Cabe recordar que las medidas adoptadas han estado basadas en mas aislamiento, soledad y castigo. No dar permisos de salida, no permitir las comunicaciones por locutorio ni los vis a vis, suspensión de actividades, etc. Nos resignamos a pensar que esta era la única solución. Estamos seguras que tiene que haber formas de poder seguir teniendo contacto con lxs presxs, al menos a través de un cristal. Esto implicaría más lentitud, más trabajo, cambiar estructuras, normas y funcionamientos. Invertir en mas medidas de higiene y desinfección. Pero creemos que sí hubiera sido posible, si de verdad la población reclusa importara mínimamente a las autoridades y a la sociedad. Con el pretexto de intervenir en relación a la expansión del COVID-19 se han vulnerado, aún más, los derechos de estas personas de un modo brutal.

Todo es un sinsentido que nos genera rabia. Se les dan papeles absurdos e instrucciones de lavarse las manos cuando no se les proporciona gel desinfectante o apenas champú. Recordamos la precariedad de los lotes de higiene, y que ellxs tienen que comprar en el economato -quien puede- papel de váter, jabón y otros materiales básicos para la salud. Insultantemente se les prohíbe tener contacto con su entorno, cuando lxs carcelerxs entran y salen todos los días siguiendo controles y protocolos mínimos, van a sus casas y vuelven a la cárcel, siendo ellxs el mayor foco de contagio . Cuando ha habido posibles casos de contagio se ha metido a lxs presxs en celdas de castigo, para «aislarlxs». Se les prohíben las visitas del exterior cuando la misma estructura carcelaria es una maquinaria de muerte que imposibilita cualquier tipo de medida de seguridad ante el virus. Por ejemplo, ¿como van a guardar la distancia de seguridad cuando comen juntxs, cuando muchas veces se ven obligados a compartir celdas de 2 x 3 metros?

Como siempre, cuando intentas contactar con las cárceles, cuesta la vida que te respondan al teléfono, y cuando lo hacen suelen ser incapaces de solucionarte las dudas. En la mayoría de casos te dicen que no pueden darte la información que pides, que no saben qué medidas se están adoptando, qué protocolos se siguen. O bien en cada sitio se aplican normas diferentes, o bien quien te coge el teléfono te dice lo primero que le pasa por la cabeza. Ni siquiera hemos podido aclarar realmente si funciona el correo, si lxs presxs pueden mandar cartas y si les llegan cartas del exterior. ¿Como puede ser que ni siquiera sepan o puedan decirte esta información? Algunas veces te dicen que sí funciona, pero esto no concuerda con el hecho de llevar semanas sin recibir cartas de una persona ni con la información que nos dan sus familiares.

Como decíamos, después de varias semanas, parece que se empiezan a adoptar algunas medidas por parte del Gobierno. Medidas que nos siguen pareciendo tardías e insuficientes. Y no olvidemos que si se están llevando a cabo, o pensando en llevarlas a cabo es, en buena parte, gracias a la presión que muchas personas privadas de libertad están haciendo en decenas de cárceles de Cataluña y el Estado. Motines en algunos módulos, confrontación con carceleros, huelgas de patio, plantes coordinados, quema de objetos… Ellxs son quienes principalmente han conseguido estos logros, lxs que han conseguido presionar para que les den «algo», afrontando una vez mas la represión y el castigo por revelarse. No es por la buena voluntad de las Instituciones ni porque estas se preocupen por lxs presxs y sus derechos, ya que sus derechos se vulneran sistemáticamente ya en un escenario «normal», y se han seguido vulnerando de forma atroz ante la aparición del COVID-19.

Se dijo que se iban a dar mas llamadas telefónicas a lxs presxs. Estas llamadas se pagan, como siempre, a precios desorbitados. Es decir, las empresas telefónicas van a seguir sacando provecho de la desesperación de lxs de dentro. Y de la desesperación de las familias, que tienen más necesidad que nunca de meter dinero a lxs suyos. Sacándolo de donde sea, para que estos puedan llamar, ya que ahora ni siquiera pueden verles, y porque están preocupadas por lo que pasa dentro. Ahora dicen que, al menos en Cataluña, se van a dar llamadas «gratis» a lxs presxs sin recursos. «Gracias, que buena voluntad!» ¿Por qué no dan 20 llamadas gratis para todxs? ¿Por qué se siguen cobrando las llamadas cuando ahora mismo es el único contacto con el exterior? Porqué la cárcel sigue siendo un negocio, incluso en “estado de alarma”. ¿Y quién se considera un preso sin recursos? Por lo que sabemos solo se consideran personas sin recursos aquellxs presxs que no cobren ninguna clase de peculio. Es decir, que no tengan ninguna clase de ingreso. Eso significa que todxs lxs que cobren 30, 40 euros al mes, que eso no te llega mas que para 4 cafés, algo del economato y un par de llamadas, ya no pueden tener acceso a estas llamadas gratuitas, porque se considera que «ya tienen recursos», o dicho de otra forma «que no son lo suficientemente pobres». Por lo que sabemos, no es que se estén dando llamadas, sino que se dan 3 o 5 euros semanales, dependiendo en que prisión estés, para poder llamar. Esto llega para hacer una llamada y media a la semana, (una llamada son 8 minutos). Para todas esas personas, es decir, la mayoría, tanto las que la familia les da 40 euros al mes como para los que tienen que agradecer a la Institución que les regalen 3 euros de mierda, no les sirve de nada que hayan aumentado el numero de llamadas que se pueden hacer a la semana. Pasando de 10 a 15, o de 10 a 20. Porque ellxs van a poder seguir haciendo solamente unas pocas, prácticamente las mismas que hacían antes de esta situación de doble encierro.

También se dice que se van a poder «cambiar» los vis a vis por videoconferencias. Como si pudiera haber comparación alguna entre una mirada a los ojos, y no a través de una pantalla. Es evidente que es mejor que nada, pero es poca cosa. ¿Y qué pasa con las comunicaciones por cristal? Hay muchísimos presxs que no hacen vis a vis. ¿Qué pasa con ellxs? ¿Las comunicaciones por cristal también se van a poder cambiar por videoconferencias? ¿Y que pasa si la persona de fuera no dispone de Internet, de recursos o de tecnología para poder realizar estas videoconferencias?

La Generalitat de Catalunya ha mandado empezar el 24 de Marzo, en Quatre Camins, la aplicación de videoconferencias de 1 hora y en salas con ordenadores. Decían que lo antes posible lo aplicarían a las otras prisiones. ¿Que sabemos de esto? Pues según familiares de personas presas de Quatre Camins, no es verdad. Lo que se está haciendo son 10 minutos de videollamadas por Whatssap en salas pequeñas a través de móviles. También se está aplicando en Mas d’Enric y a partir del jueves 2 de abril empezará en Brians. En Wad-Ras y Lledoners aún no se han aplicado y en Ponent dicen que lo están gestionando. Es muy complicado conseguir información.

Se aplican innumerables medidas de restricción en relación al contacto con el exterior, con el pretexto de prevenir el Coronavirus, pero allí siguen hacinados, en condiciones de falta de higiene, muchas veces sin agua caliente, con una desatención sanitaria permanente, compartiendo celdas diminutas y numerosos espacios comunes. Usando una misma cabina de teléfono para decenas de personas, cosa que genera colas, angustia y tensión. Pero lxs carcelerxs entran y salen, van a distintos espacios de la cárcel, a veces sin medidas de protección. Y lxs presxs sin siquiera la posibilidad de lavarse frecuentemente las manos, de usar mascarilla o conservar distancias de seguridad. Se sigue teniendo encerradas a personas mayores, personas con problemas respiratorios, con enfermedades crónicas, pudriéndose en una enfermería o en una celda de castigo.

Esto se ve en las diferentes vivencias de personas presas y sus familiares. Por ejemplo: Hace no mucho, en la cárcel de Lledoners, en el módulo 8, mientras estaban comiendo, el Jefe de Servicio paseaba como pedro por su casa, fumándose un cigarro y sin llevar mascarilla. Otro ejemplo: En la prisión de Ponent, se les ha preguntado si hacía falta mascarillas para las presas ya que se podría hablar con las redes que se han creado de elaboración de mascarillas, aquí en Lleida. Pero lo que nos respondieron fue que no hacía falta. Que ya tenían suficiente material y que las personas presas no pueden llevar mascarilla. Niegan la elaboración y la entrada de mascarillas para las reclusas. Esto lo vemos reflejado en la noticia que salió el 25 de Marzo en el diario el Segre, podemos leer el titular “ Aíslan un preso acusado de instar a otros a plantarse en plena crisis.” y el subtitulo es: “Familiares afirman que se le ha acusado por utilizar mascarilla”.

También estamos un poco hartas de que las Instituciones Catalanas divulguen el discurso de que el estado español es el malo y así fortalecer la idea de que sus cárceles son mejores, que cuidan a lxs presxs y que piensan en ellxs. Sí podemos ver que hay pequeñas cosas diferentes, y podríamos decir positivas, que tienen las cárceles catalanas, pero esto no quiere decir que las catalanas se salven de el trato denigrante que siguen teniendo muchísimas personas en su día a día , y aún más, de la falsedad que tienen las instituciones catalanas, con su cara bondadosas, ya que vemos que en cuanto a lo que dicen hacen menos. Siempre pretenden quedar de “progres y avanzados” pero luego vemos que la mitad de lo que dicen no es real, o lo aplican de una forma cutre y deficitaria, como se puede ver en el tema de las videoconferencias que hemos explicado antes.

La situación y por tanto la información va cambiando día tras día, por eso estar atentas a lo que está pasando es muy importante para que las personas dentro no estén solas y aisladas en esta situación vulnerable y de doble castigo.

No nos olvidamos de nuestrxs compañerxs presxs. Mucha fuerza para todxs, y todo nuestro apoyo ante las formas de lucha que se están llevando a cabo dentro. Aquí estamos ahora, y aquí estaremos cuando esto pase.

Muerte a la cárcel y viva la libertad.

Grup de Suport a Presxs – Lleida-.   30.03.2020

Marsella – Ataque incendiario

3 abril 2020

Snif, snif, SNEF

A medida que el control social se intensifica más y más en Marsella (como en cualquier sitio) como objetivo principal en nuestra lucha contra las nocividades del estado.

En efecto, si se sabe que estos últimos se ocupan de todo tipo de rabajos (seguramente habrán visto sus nombres aparecer en muchos sitios que contribuyen al aburguesamiento acelerado de Marsella), son también uno de los grandes “ganadores” y colaboradores de la política de la ciudad de ampliar considerablemente la red de cámaras.

La noche del 17 de marzo, la víspera del prisoltantomer día del encierro, decidimos hacerles una visita de cortesía a una de sus oficinas, dejando parte de su infraestructura eléctrica en llamas. Una semana después, esta vez en el centro de la ciudad y en pleno encierro, uno de sus coches también fue incendiado.

Estos ataques forman parte de una serie de sabotajes dirigidos a esta empresa y a otros responsables de la difusión de la vigilancia en Marsella, incluyendo un pequeño número de otras cajas quemadas, y el sabotaje de la fibra óptica y de las cámaras durante todo el año pasado.

En un momento de locura pandémica y de crecientes intentos de despojarnos de nuestras vidas, tratar de sacudir el control que nos oprime parece una bocanada de aire fresco, una brecha en el sistema existente que nos quiere dóciles.

Contra el confinamiento y la sociedad de control

Coronavirus y questión social

Nos encontramos en un estado de excepción, aunque dentro de la normalidad capitalista. La razón estatal no sabe de excepciones sino de reglas. No es el fin del mundo. Y no es necesario entrar en una suspensión de la reflexión o de la acción por causas de fuerza mayor.

El capitalismo es una catástrofe cotidiana. Sin embargo, presenta como un grave problema únicamente aquello a lo cual pretende dar solución de manera inmediata. Lo que ya ha naturalizado como inevitable pasa a formar parte de su normalidad. Por eso, todas las propuestas que no se propongan luchar contra el capitalismo no aspiran más que a gestionar su catástrofe.

Entre los hechos asumidos de esta sociedad está el “dato” que 8.500 niños mueren en el mundo cada día de desnutrición según las estimaciones de Unicef, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. Se escribe rápido, cuatro dígitos… pero es un espanto indescriptible. ¿No es suficiente para desesperarse? ¿Para pensar que esta sociedad no va más? ¿No significa eso que hay que cambiarlo todo? ¿No deja finalmente en evidencia el mundo en que vivimos? ¿O acaso tiene que llegar una pandemia a las ciudades donde habitamos quienes tenemos la voz para quejarnos y los medios para asombrarnos y reclamar?

Evidente y lamentablemente, desde hace ya mucho tiempo, esas muertes por hambre ya no son una excepción. Esas cifras parecen aún más abstractas por la distancia geográfica, y de todo tipo, que tenemos con el continente africano, sede indiscutible del hambre mundial. Allí el capitalismo explota no solo mediante el salario como suele ser acá, sino particularmente con trabajo semiesclavo, a la vez que despojando y destruyendo de manera brutal.

La pandemia comenzó afectando principalmente países que son importantes centros de la producción capitalista: China, Italia, España, Estados Unidos, amenazando con paralizar la producción y circulación de mercancías al extenderse mundialmente, y provocar además el colapso del sistema sanitario.

Es precisamente por haber alcanzado tales regiones, con población productiva que accede a sistemas médicos y hospitalarios, por lo que se volvió tan alarmante. Sin embargo, la mayoría de las personas nos hallamos fuera de ese circuito, y ligadas escasamente a trabajos formales.

Cabe recordar que la sociedad capitalista es la sociedad del trabajo asalariado y el trabajo doméstico no directamente remunerado, así como el trabajo esclavo en la República Democrática del Congo o en el norte de Argentina. No hay un lado bueno y un lado malo, son aspectos necesarios para el funcionamiento de la normalidad capitalista.

Por otra parte, cabe preguntarnos cómo es posible que con semejante parate de la actividad económica productiva los bancos se siguen enriqueciendo. A falta de vacuna para el COVID-19 la Reserva Federal de los Estados Unidos, por ejemplo, inyectó miles de millones de dólares para calmar los mercados y evitar que la pandemia amenace el crecimiento. Estados Unidos ha bajado sus tipos de interés hasta el 0% anual.

Hoy el capitalismo se sostiene en base a la producción incesante de capital ficticio, de deudas y todo tipo de inyecciones financieras que le permiten continuar. La burguesía comienza a ser consciente de la ficción y por tanto este miedo generalizado dominante no es más que el miedo de la clase dominante.

Volviendo a nuestra más palpable y macabra realidad global aclaramos, de ser necesario, que no estamos menospreciando esta pandemia que nos azota. Una situación no quita ni opaca la otra, para peor, se potencian. No existe el “privilegio” de tener coronavirus en Italia frente a la posibilidad de morir de hambre en Burundi. Pero sí vemos que algunos muertos valen más que otros, lo que no debe perderse de vista al analizar un problema que se supone global.

Mientras escribimos esto, la pandemia comienza a acechar a la India. Allí el confinamiento obligatorio tendrá sus propias características por tratarse del segundo país más poblado del mundo, y porque según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) al menos el 90% de la fuerza laboral en India trabaja en el sector informal.

La pandemia del coronavirus, el pánico que se ha apoderado de la población y su tocante cuarentena son una experiencia viva compartida por millones de personas. El colectivo Chuang, en su artículo Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China, señala que «la cuarentena es como una huelga vaciada de sus características comunales pero que es, sin embargo, capaz de provocar un profundo choque tanto en la psique como en la economía. Este hecho por sí solo la hace digna de reflexión». Con este número especial de La Oveja Negra queremos contribuir a la necesaria reflexión sobre la situación que estamos atravesando.

6 de abril de 2020

(EEUU): Sobre la huelga de alquiler contra la gentrificación y la pandemia

Sobre la huelga de alquiler contra la gentrificación y la pandemia

Una entrevista con los residentes de Station 40 en San Francisco

En el Distrito de la Misión de San Francisco, el colectivo Station 40 ha servido a la comunidad del área de la bahía como un espacio colectivo antiautoritario de vida y organización durante casi dos décadas. Hace cinco años, su propietario intentó desalojarlos, pero una poderosa campaña de solidaridad les obligó a echarse atrás. Ahora, la Station 40 ha tomado la iniciativa de responder a la crisis que se está desarrollando en todo el mundo, declarando unilateralmente una huelga de renta en respuesta a la precariedad económica causada por la pandemia del COVID-19. Entrevistamos a los residentes de la Station 40 sobre la historia de su proyecto y el contexto y objetivo de su audaz negativa.

¿Qué es Station 40?

La Station 40 es un espacio de vida colectiva de 17 años que ha visto cientos de residentes, miles de invitados y muchas iniciativas a lo largo de los años. Este espacio ha albergado numerosos y diversos eventos, ha albergado a innumerables personas, se han organizado comedores populares, ha vencido las probabilidades de todo, desde plagas hasta desalojos. Hemos sido un centro de organización de talleres de Apoyo Mutuo, espacios emergentes de curación, conmemoraciones para anarquistas caídos, fiestas, presentación de libros, charlas de compañeros de todo el mundo, proyectos de apoyo a personas presas, grupos de lectura, apoyo para más proyectos de los que podemos contar. “Food, not bombs” realizados aquí semanalmente durante la mayor parte de los 15 años. La infraestructura de comunicación como Indymedia y Signal tiene sus raíces aquí.

Esperamos continuar este trabajo en constante desarrollo, más recientemente trayendo un enfoque de espiritualidad a la anarquía preexistente de la Station 40 y nuestro bloque en general. Este espacio ha sido un medio para que podamos seguir permitiéndonos vivir y luchar en una ciudad donde esto es cada vez más milagroso.

Una protesta contra la gentrificación en el distrito de la Misión el 1 de enero de 2014.

Hace cinco años, la gente se movilizó para defender la Station 40 contra el desalojo impulsado por la gentrificación en el distrito de la Misión de San Francisco. ¿Qué factores y estrategias fueron esenciales para su victoria en ese momento? ¿Se aprendió algo importante de ello?

En ese momento, hubo un gran impulso para el desarrollo en San Francisco. En respuesta a la afluencia de capital de riesgo y empresas de nueva creación, nuestros propietarios buscaban un capital rápido vendiendo su constelación de propiedades por un pago rápido. El «Monstruo de la Misión» – una caja gigante de viviendas de lujo no muy diferente a las otras promociones que estaban apareciendo – se suponía que se erigiría al otro lado de la calle; los precios de las propiedades estaban por las nubes.

Teníamos un abogado pro bono que nos ayudó, pero al final el abogado quería que nos conformáramos, tomáramos el dinero y entregásemos las llaves para que todos recibieran una parte del pago que nunca podría igualar los costos de las viviendas asequibles a largo plazo en el corazón de esta ciudad. Los compañeros de casa que vivían juntos en la Station 40 en ese momento decidieron quedarse aquí. Emplearon un sinfín de tácticas, como llamar a los amigos de la Station 40 de todo el mundo (un grupo autónomo de simpatizantes que se organizaron para apoyarnos), «conocer al enemigo» (reunir información sobre nuestros propietarios a través de los registros públicos), celebrar una conferencia de prensa, eventos y recaudaciones de fondos, consultar a otros militantes de vivienda y al “Land Trust” local, y coordinarse con periodistas independientes como apoyo

Exigimos que el edificio se cediera en bien del colectivo y que nuestra residencia estuviera asegurada de por vida. También dejamos claro que lucharíamos por cualquier medio para permanecer aquí. A las dos semanas de la lucha, nuestros propietarios nos llamaron queriendo hacer las paces; esto resultó en un acuerdo verbal para dejarnos en paz y volver a tratar el tema en tres años.

Hoy, han pasado cinco años. Todo este tiempo, los compañeros de casa han estado en alerta, mientras que también eligieron mantener nuestra calidad de vida no haciendo demasiado hincapié en los posibles resultados impredecibles (en particular a la luz del hecho de que ya hemos vencido un desalojo antes). Recientemente se anunció que el «Monstruo de la Misión» está oficialmente cancelado. Dos años después de nuestra fecha de discusión negociada, los propietarios han seguido cobrando sus cheques alegremente.

Hasta ahora.

Una protesta contra la gentrificación en la Misión en 2015.

Aquí hay una cobertura de nuestra lucha contra el desalojo en 2015:

– Conferencia de prensa de los amigos de la Station 40

– En la 16 y Mission, la vivienda colectiva debe irse, pero las oficinas técnicas pueden quedarse…

– Los inquilinos se pelean con el propietario del vecindario en la calle 16 y Mission.

– La vivienda colectiva evita el desalojo de la casa del distrito de la Misión

¿Por qué se decide hacer una huelga esta vez?

El Coronavirus comenzó a moverse por estos lugares a través de los memes, las historias fugaces de los medios de comunicación y los comentarios de amigos que trabajan en servicios sociales. Pronto empezamos a escuchar comentarios y nos preparamos lo máximo posible No tarda ni una semana en llegar noticias de Italia, se prohibieron los viajes y, sobre todo, el papel higiénico desapareció.

En un par de días más, todos los eventos fueron cancelados, los bares y restaurantes habían cerrado, y una cuarentena de cierre de baja intensidad estaba en marcha. En ese momento, el 90% de la casa había perdido el trabajo por completo o sus horas se habían reducido significativamente. Mientras tanto, al otro 10% se le pide que trabaje el doble de duro en los servicios sociales para ayudar a superar esta crisis, pero no se les paga más por sus esfuerzos adicionales. Esta crisis ha puesto de manifiesto las injusticias relacionadas con la desigualdad de la vivienda, la ausencia de atención médica asequible, los costos astronómicos de la renta en el área de la bahía y las formas en que el capitalismo nos roba nuestro tiempo, energía y calidad de vida.

Cuando esta situación se hizo evidente, no hubo otra opción que declarar una huelga de alquiler. Intentar agitar durante un encierro obligatorio no sólo nos pone en peligro, sino que también pone en peligro a otros que son más vulnerables.

Sin embargo, esto abre una pregunta más amplia. Algunas proyecciones dicen que después de varias semanas de este encierro (aunque puede ser más largo), no habrá manera de volver a «los negocios como de costumbre». Como anarquistas, como colectivo, tenemos que imaginar los futuros que pueden generarse y hacer lo que sea necesario para ser parte de la construcción de esa nueva realidad. Librarse de la renta (es decir, del robo) y de las deudas en medio de una crisis pandémica en toda regla parecía la mejor manera de empezar.

Creemos que prácticas tan sencillas de confrontación al poder como son la huelga de alquiler, enfermedades, redistribución de recursos, apoyo mutuo son esenciales para superar esta situación. Esperamos que la huelga de alquiler se extienda. Juntos, tenemos más oportunidades de supervivencia y de victoria.

¿Cuál es su visión acerca de cómo debemos responder a la pandemia y a la crisis social, política y económica que la acompaña? ¿Cuál sería el peor escenario que pueda darse? ¿Y cuál el mejor?

Parece que la mejor respuesta posible a la primera pregunta es que necesitamos encontrar un equilibrio. Debemos encontrar un equilibrio entre cuidarnos a nosotros mismos y la extensión de las formas de apoyo mutuo. Estamos siendo forzados al miedo, la separación y la consternación de enfrentarnos a sentimientos de escasez y a una pandemia que no podemos curar. Nuestra mayor fortaleza, en casa y en nuestra comunidad siempre ha sido nuestras relaciones basadas en la confianza. Cuando tienes una comunidad a la que estás dispuesto a acudir, en la que puedes confiar que acudirá a ti, hay una sensación, una creencia, de que todo puede estar bien. En tiempos como estos, la esperanza y la fe pueden estar entre las pocas cosas que nos mantienen vivos.

Las cosas más fáciles de imaginar en este momento son los peores escenarios, hospitales invadidos, la Guardia Nacional volando para hacer cumplir violentamente los cierres obligatorios, incontables muertes causadas por apretones de manos y tos, no poder trabajar o conectarse con la comunidad en un futuro incierto, un autoritarismo biopolítico totalmente distópico.

Pero para nosotros es más interesante y emocionante pensar en lo que podrían ser los mejores escenarios: los momentos de imaginación y creación, como una oruga disolviéndose en su capullo, imaginándose a sí misma en una mariposa. Imagina un mundo sin rentas, en el que la gente tendría más tiempo y espacio para imaginar y practicar las cosas que aman, las cosas que les benefician a ellos y a su comunidad por igual. Imagina que no hay ninguna persona sin hogar en el mundo porque okupamos las amplias viviendas vacías disponibles actualmente y se las dimos a personas sin hogar, en lugar de dejar esos espacios vacíos mientras los especuladores inmobiliarios esperan para tratar de venderlos al mejor postor. ¿Qué tal no tener que trabajar de 40 a 70 horas a la semana como un engranaje capitalista, generando el dinero para los ricos a los que no les importa si vivimos o morimos?

Imagina que nadie tiene una deuda agobiante. Imagina que hay atención médica gratuita y comida para todos, en lugar de tener que gastar todo nuestro dinero en financiar la colonización y el asesinato en todo el mundo. Qué maravilloso sería si la gente tomara las calles, se reuniera para bailar, partir el pan, practicar el ritual… honestamente, las posibilidades son infinitas. Me imagino una población más sana que respete la tierra y todos los seres vivos, devolviendo la tierra a los administradores indígenas, reparaciones para todos los pueblos esclavizados, el fin del encarcelamiento y de todo el complejo militar-industrial.

Pero tenemos que empezar en alguna parte. Una huelga de renta generalizada parece un principio tan bueno como cualquier otro.

Por nuestra parte, nos gustaría que nuestras viviendas estuvieran seguras de por vida, ya sea a través de una cesión de tierras o por otros medios comunitarios. Creemos que ahora es el momento de presionar para eso.

Apéndice I: Comunicado sobre la huelga de renta, 16 de marzo de 2020

Queridos amigos de la Station 40,

Esta noche decidimos que vamos a hacer una huelga de renta. La urgencia del momento exige una acción decisiva y colectiva. Lo hacemos para protegernos y cuidarnos a nosotros mismos y a nuestra comunidad. Ahora más que nunca, rechazamos la deuda y nos negamos a ser explotados. No cargaremos con esta carga por los capitalistas. Hace cinco años, derrotamos el intento de nuestro propietario de desalojarnos. Ganamos gracias a la solidaridad de nuestros vecinos y amigos de todo el mundo. Estamos llamando una vez más a esa red. Nuestro colectivo se siente preparado para el refugio que comienza a medianoche en toda la bahía. El acto de solidaridad más significativo para nosotros en este momento es que todos vayan a la huelga juntos. Cubriremos vuestras espaldas, como sabemos que haréis vosotros con las nuestras. Descansad, rezad, cuidad los unos de los otros.

¡Todo para todos!

Los residentes de la Station 40.

Apéndice II: Comunicado de la Campaña Antidesalojo, marzo de 2015

Los inquilinos de la Station 40 luchan contra el desalojo de su casa y proponen como solución la cesión del espacio de tal manera que todas las partes salgan beneficiadas.

Hace una semana, recibimos los papeles de desalojo (una detención ilegal) de nuestros propietarios, Ahuva, Emanuel y Barak Jolish. Su burocracia pretende desplazar a la docena de inquilinos de nuestra asequible casa de once años, la Station 40, situada en el 3030B de la calle 16.

No es coincidencia que la Station 40 esté siendo desalojada en la misma intersección que el muy disputado desarrollo propuesto por Maximus Real Estate Partners de un edificio de apartamentos de lujo de 350 unidades en un vecindario predominantemente de clase trabajadora.

Por más de una década, la Station 40 ha sido el hogar de anarquistas, refugiados homosexuales y transexuales, pobres, antimilitaristas, aquellos que se están curando del sistema carcelario, san franciscanos de toda la vida, inmigrantes, personas con diversidad funcional y aquellos que antes no tenían hogar. La mayoría de nosotros somos trabajadores del barrio y nos dedicamos a la industria de servicios, cocinando y educando, en la Cooperativa de Comestibles Arco Iris y otras tiendas de comestibles y tiendas de segunda mano. Hemos organizado cientos de eventos orientados al anticapitalismo, incluyendo recaudaciones de fondos, discusiones críticas, proyecciones de películas y actuaciones, asambleas, presentaciones de libros, muestras de arte y talleres y proyectos de medios de comunicación independientes, contribuyendo al espíritu rebelde del Área de la Bahía.

La Station 40 también es anfitriona del programa semanal «Comedor del Jueves, No Bombas», compartiendo comidas caseras gratuitas en la Plaza del BART con aquellos que están siendo cada vez más brutalmente desaparecidos de la 16ª y la Misión.

Aunque la familia Jolish ya había declarado con anterioridad sus intenciones de vender nuestro edificio, se ha negado a una propuesta viable presentada por el colectivo de la Station 40, el San Francisco Community Land Trust y la Agencia de Desarrollo Económico de la Misión para vender sus propiedades a las tierras, lo que sería una situación en la que todos saldrían ganando, los propietarios, los actuales inquilinos y la comunidad de la Misión en general.

La Misión ya ha visto muchos desalojos y mucha resistencia al respecto. Benito Santiago ganó su lucha por quedarse en su casa, que ahora es propiedad del SF Land Trust. Patricia Kerman y Tom Rapp también ganaron su caso de desalojo contra el propietario, pero siguen luchando con valentía para quedarse en su casa. También nos han entregado los papeles de desalojo. Ha llegado nuestro turno, y no pretendemos ponérselo fácil a nuestros propietarios.

En el contexto del rápido desarrollo y desplazamiento de nuestro vecindario, nuestro propio desalojo no es una sorpresa. Cuando se anunció la propuesta de apartamentos de lujo Maximus, todos sabíamos que seríamos los siguientes. Si nos sorprendió, fue sólo por la rapidez con que ocurrió. A la semana de ese anuncio, la familia Jolish ya había empezado a hablar de sacarnos. Ahuva Jolish repitió el ahora muy común refrán de «wanting to get out of the business», o pretender dejarnos fuera, una frase que los inquilinos de toda la ciudad han llegado a temer como señal de una brutal ola de desalojo y reurbanización.

Nuestra posición al respecto sigue siendo la misma: si la familia Jolish desea vender este edificio, tendrían que venderlo al San Francisco Community Land Trust, una opción que les permitiría vender a un precio más que justo y nos permitiría quedarnos, aún con alquileres asequibles, manteniendo a la vez a muchos otros vecinos con condiciones desfavorables. La oferta de la cesión de tierras permitiría mantener e incluso crear más viviendas para la clase trabajadora y la gente que lucha, de por vida. Sin embargo, tan pronto como esta oferta estuvo sobre la mesa, nuestros propietarios cambiaron de opinión. Ahora insisten en que no quieren vender nuestro edificio.

Esto es una verdad a medias, en otras palabras, una mentira. Nuestra casa está entre dos propiedades adyacentes propiedad de la familia Jolish y sus socios, Ruth y Oded Schwartz. No quieren vender este edificio individual al Land Trust, porque quieren vender los tres edificios, como un paquete, a un promotor. Si se venden juntos, las propiedades tienen (usaremos un término repugnante) un valor añadido de «derribo».

En su actual intento de desalojarnos, Ahuva y Emanuel Jolish usan la falsa justificación de que estamos violando un contrato de arrendamiento comercial al vivir en nuestra casa. Además, afirman que no tienen conocimiento de que hemos sido residentes aquí. Esto es otra mentira. Hemos vivido aquí más de once años, está dividida en zonas para uso residencial, y por lo tanto tenemos todas las protecciones de causa justa para los inquilinos, y Ahuva y su familia saben todo esto.

La verdad es que la familia Jolish gana millones con el hecho de que la 16ª y la Misión junto con San Francisco en su conjunto estén siendo cambiadas para el beneficio de los ricos, mientras devastan a aquellos que han llamado a este lugar su hogar durante décadas. La Plaza Coalición 16, de la que la Station 40 también es miembro, le gusta llamar al proyecto Maximus «el monstruo de la Misión». Detrás de este monstruo, vemos muchos monstruos entrelazados – capitalismo y supremacía blanca, por nombrar sólo dos.

Trágicamente hemos visto a promotores como Maximus Real Estate Partners y sus peones de la campaña «Limpiar la plaza» que miran a la comunidad de la calle 16 y la Misión como nada más que otro obstáculo para generar más dinero. En 2013, empezamos a ver carteles de «Limpiar la Plaza» por todas partes. Esto era extraño, ya que nadie parecía saber quién estaba detrás de la campaña o cuál era su agenda. Pronto quedó claro cuando Maximus anunció su intención de construir un edificio de apartamentos de lujo de 350 unidades que eliminaría toda una esquina de negocios, una plaza utilizada por cientos de pobres -la mayoría negros y latinos- y proyectaba una sombra ominosa sobre el patio de la cercana Escuela Primaria Marshall. Resulta que uno de los asesores políticos de Maximus, Jack Davis, es uno de los principales organizadores del plan «Limpiar la plaza». Entonces comenzó la ocupación policial de la plaza. Día y noche, la policía de San Francisco amenazó a los que la pasean por la plaza, como inmigrantes, residentes de SRO y gente sin hogar, drogodependientes, trabajadores, familias multigeneracionales y parias de todas las clases. Mirábamos desde nuestras ventanas al otro lado de la calle con horror mientras más y más de estas personas eran atacadas, criminalizadas y desaparecidas.

Los insidiosos juegos de poder utilizados para desplazar a la gente junto con su cultura en la 16ª y la Misión están ocurriendo en todo el Distrito de la Misión, en el Área de la Bahía y en muchas ciudades de todo el país. Primero está el tema más obvio: los desalojos.

Los desalojos vienen en forma de demandas donde perder significa potencialmente ser obligado a pagar su propio abogado y el abogado de su propietario (que probablemente se le pague $300 o mucho más por hora). Este proceso lleva meses y requiere que pueda asistir a reuniones con los abogados y a varias citas en el tribunal durante el horario de trabajo, entre otras muchas tareas que se convierten en un trabajo a tiempo completo. La gente común, las mismas personas que componen el corazón y el alma de San Francisco no pueden competir con este aparato que se establece para trabajar contra ellos. Los «derechos» de propiedad de los millonarios triunfan sobre las necesidades básicas del resto de nosotros, que son simplemente vivir.

Luego está el estado policial. La policía no sólo vendrá y literalmente te forzará a salir de tu casa si te niegas a hacerlo, sino que también contribuye al proyecto de gentrificación al intentar hacer desaparecer a la clase trabajadora y a los pobres residentes negros y latinos.

En una ciudad con un 6% de residentes negros (en 1980 era el 13%), la cárcel del condado de San Francisco está compuesta por un 56% de prisioneros negros. Para pintar el cuadro en términos aún más crudos, en el último año la policía de San Francisco ha asesinado a Alex Nieto, O’Shaine Evans, Matthew Hoffman, y pocos días antes de escribir este texto, a Amílcar Pérez-López. Estos hombres, tres hombres de color, y Hoffman, un pobre hombre que lucha por su salud mental, representan la demografía de la gente que se está perdiendo ahora mismo en San Francisco.

Tenemos que decirlo: el fenómeno de los asesinatos policiales desenfrenados, el destierro de miles de residentes de los centros de la ciudad que desde hace tiempo se está produciendo, todos aquellos obligados a vivir en las calles, y el creciente número de personas pobres que están siendo almacenadas en cárceles y prisiones -2,5 millones de personas en todo el país- son señales de que nuestra sociedad aprueba la limpieza étnica patrocinada por el estado que tiene como objetivo a los residentes negros y latinos.

Adriana Camarena de la organización Justicia para Alex Nieto señaló en una reciente manifestación que el nuevo condominio «Vida» debería llamarse realmente «Muerte» porque eso es lo que los condominios representan para la gente que ha vivido aquí durante décadas. Todo el mundo sabe que la gente que se muda a estos nuevos proyectos urbanísticos se apresuran a llamar a la policía por sus vecinos latinos (como Alex) y les falta tiempo para decir que el barrio está siendo mejorado a medida que los residentes latinos se ven obligados a abandonar sus hogares. Mientras tanto, se regodean de lo genial que es vivir en un barrio con tanta cultura y taquerías en cada cuadra.

Todo esto sucede mientras misteriosos incendios destruyen los hogares de la clase trabajadora en todo el Distrito de la Misión, dejando los condominios más próximos completamente intactos, y la ciudad avanza en sus planes de construir una cárcel aún más grande para reemplazar la del 850 de Bryant.

Sabemos que el desalojo de nuestro espacio es un paso hacia el desalojo y la demolición de toda esta manzana. Hasta ahora, la familia Jolish no ha hecho ninguna oferta que podamos aceptar manteniendo la cabeza alta. Queremos mantener, defender y construir un espacio colectivo, autónomo y obrero en este barrio. No podemos aceptar ninguna oferta que no lo haga posible.

Incluso si se nos hiciera tal oferta, no concebimos ganar en términos exclusivamente individuales. La elección de quedarse y luchar es también una elección de luchar por este barrio en su conjunto. Queremos quedarnos, pero también queremos que todos los demás se queden también.

Nos inspiramos en todos los que luchan por sus vidas y un lugar para vivirlas: los indígenas de todo este continente que están ocupando sus lugares sagrados para resistir contra todos los procesos de desarrollo urbanístico; los ocupantes ilegales de los centros urbanos desindustrializados del Medio Oeste que están construyendo casas en medio de las ruinas; los de Atenas y Barcelona que toman las calles en reacción a los desalojos de los centros sociales okupados desde hace mucho tiempo; los combatientes kurdos e internacionales de Kobane que han utilizado todos los medios para defenderse de la ocupación fascista; los combatientes de Ferguson que han utilizado medios similares para resistir la ocupación policial de sus calles; y especialmente todos los de este barrio que ya se han levantado y se han negado a ser trasladados ahora y en el pasado.

Creemos que luchando juntos, podemos frenar conjuntamente el sistema de muerte y olvido. Estamos infinitamente agradecidos por toda la solidaridad que hemos recibido; por eso seguimos aquí. Os pedimos vuestro apoyo porque queremos permanecer en nuestra casa y en este barrio durante muchos años.

La simple verdad que la familia Jolish continúa negando es también nuestra mayor fortaleza: este es nuestro hogar. Este es nuestro hogar y vamos a luchar con uñas y dientes por él. No somos millonarios tratando de añadir unos pocos millones más al montón. Somos gente de la clase trabajadora, que contra todo pronóstico, hemos construido un hogar aquí. Tener algo por lo que luchar nos hace fuertes.

 

[EEUU] Sobre la huelga de alquiler contra la gentrificación y la pandemia